Estudio comparativo entre el desciframiento de las escrituras jeroglíficas egipcia y maya
Por Carlos Blanco
10 febrero, 2005
Modificación: 22 mayo, 2020
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El desciframiento de la escritura egipcia

La última inscripción en egipcio jeroglífico de la que se tiene constancia data del 24 de agosto del 394, y fue realizada por un grupo de sacerdotes en el templo de Filae, mientras que los escritos demóticos más tardíos se remontan al año 452[1] Desde entonces, hasta el 14 de septiembre de 1822 (un total de 1428 años y 21 días, sin contar los bisiestos), la escritura jeroglífica permanecería indescifrada. Las menciones más tempranas se encuentran en los textos de los Padres de la Iglesia. El propio Clemente Alejandrino (nacido a mediados del siglo II, probablemente en Atenas) dejó en un pasaje de sus Stromata (género literario que trata de las relaciones entre la verdad filosófica y la verdad cristiana, considerando que la primera es la más útil de las disciplinas propedéuticas)[2] lo que de hecho constituye una afirmación de la naturaleza fonética de los signos jeroglíficos. En su Précis (p. 328), Champollion incluye el extracto de la traducción latina, que dice:

“Por ejemplo, aquellos que son educados con los egipcios leen primeramente el sistema de caracteres egipcios conocidos como epistolográfico; después el hierático, usado por los sacros escribas; finalmente el jeroglífico. El jeroglífico habla en ocasiones únicamente por medio de las letras del alfabeto, y a veces emplea símbolos, y cuando emplea símbolos, en ocasiones habla plenamente por imitación, y en otras describe de forma figurativa, y a veces simplemente dice una cosa por otra según ciertas reglas secretas. Así,si desean escribir sol o luna , hacen un círculo o una media luna en imitación completa de la forma. Y cuando describen figurativamente (mediante traspaso y trasposición sin violar el significado natural de las palabras), alteran por completo ciertas cosas y realizan múltiples cambios en la forma de otras. Así graban las alabanzas a sus reyes en mitos sobre los dioses que escriben en relieve. Sea esto un ejemplo de la tercera forma de acuerdo con las reglas secretas. Mientras que ellos representan las estrellas generalmente por cuerpos de serpiente, ya que su trayectoria es curva, representan el sol como el cuerpo de un escarabajo, pues el escarabajo moldea una pelota del estiércol del ganado y la enrolla ante sí. Y dicen que este animal vive bajo tierra durante seis meses, y en la superficie el resto del año, y que deposita su semilla en este globo y allí engendra sus vástagos, y que no existe escarabajo femenino alguno”

San Clemente distingue con acierto entre escritura epistolográfica o demótica (en un principio denominada encorial), hierática y jeroglífica. Las expresiones “ciriológica” –empleando caracteres fonéticos figurativos- y simbólica, que el autor divide en tres categorías: ciriológica por imitación (una casa, pr, para representar esa misma palabra), trópica (por ejemplo, representar una media luna para representar la palabra 3bd, mes) y enigmática (el escarabajo, trilítero hpr simbolizando el sol), se traducirían en términos actuales por “ideográfica” y “fonética”. San Cemente, residiendo en Alejandría, pudo haber tenido contacto directo con los sacerdotes egipcios, quienes le explicaron la naturaleza de su escritura. Ciertamente, se perdieron muchos años valiosos por haber ignorado los escritos de Clemente.

En el siglo V Horaplo, poeta nativo de Panópolis –nomo IX del Alto Egipto- (también conocido por sus comentarios a las obras de Sófocles y Homero) que enseñó en Alejandría y en Constantinopla, goza de cierta importancia (más por sus repercusiones que por su trabajo en sí). Su tratado Hyerogliphica (el término “jeroglífico” alude a las palabras griegas ieroV glufw, debido a su consideración como escritura sagrada de los dioses[3]), escrito probablemente en copto -tesis de Wiedemann- (hemos de tener en cuenta que en la Edad Media al “copto” se le solía llamar “egipcio”), sería traducido al griego por un hombre llamado Philipos, y una copia tardía del manuscrito descubierta en 1419 suscitó un gran interés a su llegada a Florencia en 1422. Desde su primera impresión en Venecia en 1505, su difusión sería amplia hasta finales del siglo XVIII. Al ser el autor egipcio, los eruditos creyeron que las explicaciones por él dadas sobre el carácter simbólico de la escritura jeroglífica tenían que ser verdaderas. Así, por ejemplo, el bilítero que representa el sonido s3 (junto con otros dos caracteres), una oca, fue asociado con la palabra “hijo” porque las ocas muestran un intenso amor por su progenie. A pesar de estos pocos aciertos,el grueso de la obra era un compuesto hermenéutico heterogéneo de tintes neoplatónicos (el propio Plotino-204-270- era natural de Egipto[4]), y cometió errores tales como la asignación del significado “abierto” al signo egipcio de la liebre que en realidad se lee wn.

La confusión continuó en los trabajos del francés Nicolas Claude Fabri de Peiresc (1580-1637). Natural de Aix-en- Porvence (de donde fue Senador), su pasión por las antigüedades y las lenguas no descifradas le hizo desempeñar un importante papel en la transmisión de ideas durante el “siglo de los Genios”. Su principal labor fue impulsar al jesuita Athanasius Kircher en sus intentos por descifrar la escritura jeroglífica.

Athanasius Kircher (1602-1680), uno de los eruditos más importantes del siglo XVII, se dedicó a la mayoría de los campos del saber humano. Matemático, astrónomo (los cráteres de la luna fueron bautizados en honor de grandes científicos jesuitas como Cristopher Klavius o Athanasius Kircher), geólogo pionero (célebre es la historia de su acceso al volcán Etna en 1630 cuando éste estaba próximo a la erupción), bacteriólogo (identificó los gérmenes de la peste bubónica), geógrafo, inventor (su linterna mágica es una precursora de los proyectores de cine), biblista e historiador, sus conocimientos admiraron a sus contemporáneos y aún hoy se le considera uno de los más grandes sabios de la Historia[5]. Sus intereses por la lingüística son muy tempranos. Nacido el 2 de mayo de 1602 (día de san Atanasio) en Geisa, Ulster (Alemania), era el último de los seis hijos de Johannes Kircher de Maguncia. De 1614 a 1618 estudió griego y hebreo en Fulda; en 1618 ingresó en el Noviciado de la Compañía de Jesús en Paderborn, donde cursó estudios de humanidades, ciencias naturales y matemáticas. Debido a los problemas políticos originados por la Guerra de los 30 años, Kircher hubo de huir de Alemania tras su ordenación en 1628 y después de haber enseñado ética, hebreo, siríaco y matemáticas en Würzburg. Su primer destino fue el colegio de los jesuitas en Avignon, y en 1633 fue nombrado profesor de física y matemáticas en el Collegium Romanum, respondiendo al llamamiento del papa Urbano VIII y del Cardenal Barberini. Gracias a Peiresc, Kircher decidió dedicarse intensamente a la escritura jeroglífica. En 1636 publicó Prodromus Coptus sive Aegyptiacus, al que seguirían numerosos trabajos sobre la lengua copta.

Kircher desarrolló la hipótesis de que la lengua copta provenía del antiguo egipcio, y hemos de reconocer a Kircher el mérito de haber restablecido los estudios coptos, largamente olvidados. En 1643 apareció su Lingua Aegyptiaca Restituta, que incluía el texto y la traducción de un manuscrito árabe hallado por Pietro della Valle (1586-1652), incluyendo un léxico copto-árabe a modo de tratado gramático. Su obra principal sobre la escritura egipcia es Oedipus Aegyptiacus (1652-1654), publicado en cuatro volúmenes. En él Kircher expuso su teoría del valor místico y sapiencial de los jeroglíficos, reductos antiguos de doctrinas filosóficas ancestrales que escondían los conocimientos más profundos de los antiguos (una especie de lenguaje universal o characteristica universalis leibniziana que habría consistido en una serie determinada de símbolos que combinados podían representar ideas simples y complejas; un sistema de pensamiento universal al que Kircher también se dedicó en su Ars Magna Sciendi, en cuya portada presenta una lista simbólica de conceptos filosóficos basándose en el Doctor franciscano Ramón Llull[6]). Kircher basaba sus hipótesis en Horapollo, y en las erróneas tesis de su época que tenían a la lengua hebrea por el idioma más antiguo.Así, según Kircher, el cartucho del Faraón Apries (XXVI dinastía) hallado en el obelisco con soporte de elefante situado frente a la iglesia de santa María supra Minerva significa“los beneficios del divino Osiris se deben conseguir mediante ceremonias sagradas y mediante la cadena de los Genios, para que se puedan obtener los beneficios del Nilo”. Y en una frase de su Oedipus Aegyptiacus t. III, 431, da como traducción de una inscripción de una figura Ptah-Seker-Osiris: “El banquete solemne de la majestad divina de la providencia vital, cuadriplicar la esencia del fluido del mundo en el banquete solemne es ventajoso para Osiris, el cual en compañía de Mendesio fecunda el banquete solemne de la majestad divina,habiendo penetrado la virtud benéfica, todo lo que en el mundo es,es vivificado, es animado, es conservado”. En realidad, el texto significa: “palabras dichas por Osiris Jentimentiu (“el que está al frente de los occidentales –los muertos-“), el gran dios,señor de los pasajes de la tumba”. En palabras de A.H. Gardiner: “las teorías de Kircher en cuanto al contenido de las inscripciones jeroglíficas sobrepasaron todos los límites por su desbordada imaginación[7]”. Se han de evitar ambos extremos: el intentar justificar a Kircher excesivamente; o, por el contrario, el criticarle exacerbada e injustamente. Respecto a lo primero, me muestro disconforme con todos aquellos que tratan de demostrar que Kircher fue el auténtico fundador de la egiptología, pues el número de eruditos anteriores a él que se dedicaron a adquirir conocimientos sobre el antiguo Egipto es notable (el propio Pietro della Valle o Nicolas Claude Fabri de Peiresc), y el mero hecho de consagrar un cierto tiempo a una disciplina, por muy pionero que sea,no garantiza que la persona que lo hizo realizase tantos progresos como para colaborar y participar en el consecuente desarrollo de ese campo. Y Kircher, desde luego, no hizo ni lo uno ni lo otro (sus teorías eran erróneas y no hubo ningún desarrollo científico notable en el campo egiptológico después de sus trabajos). Tampoco se le debe ridiculizar o incluso satirizar. Su teoría sobre los jeroglíficos egipcios ha sido calificada de reductio ad absurdum del escolasticismo, incluso algunos le han calificado de “impostor[8]”; pero también hemos de tener en cuenta que Kircher no tuvo ninguna Piedra de Rosetta, y sus opiniones estaban muy extendidas por entonces (a modo de ejemplo, las obras que Kircher consultó: Hieroglyphica, seu de sacris Aegyptiorum aliarumque gentium litteris Commentatorium libri VII., duobus aliis ab eruditissimo viro annexis, de Pedro Blazanus Valerianus, publicado en Basilea en 1556;o Mercati, cuyo trabajo Degli Obelischi di Roma, Roma, 1589, también leyó, contienen líneas de investigación de carácter similar). Ciertamente, la inmensa erudición de Athanasius Kircher hubiera dado frutos mayores de haberse basado en sus teorías acertadas sobre la lengua copta.

Con posterioridad a Kircher cabe mencionar al monje benedictino francés Bernard de Montfaucon (1655-1741). Familiarizado con el griego, el hebreo, el arameo (o caldeo), el siríaco y el copto, representa la transición entre las interpretaciones místicas extremas de Kircher y las teorías fonéticas que aparecerían más tarde. En 1719 publicó Antiquité expliquée , obra pionera en el estudio de las antigüedades egipcias, cuyo éxito fue recompensado por el duque de Orléans con su nombramiento de miembro honorario de la Academia de inscripciones. De Montfaucon reconoció la necesidad de disponer de inscripciones bilingües en egipcio y griego para que el proceso de desciframiento fuese fructuoso. William Waburton (1698-1779), un apasionado de la filología antigua, dedicó parte de su obra La Divine mission de Moïse (1738) a los jeroglíficos egipcios, sugiriendo el valor fonético de los mismos. Jean-Jacques Barthélemy (1716-1795), miembro de la Academia de inscripciones, realizó un importante descubrimiento al advertir que los óvalos (también llamados cartuchos) que rodean algunos jeroglíficos contenían los nombres de los monarcas. En 1770 Joseph de Guignes identificó grupos de caracteres con determinativos de distinta clase (de personas, mamíferos, plantas…), y en 1774 publicó Mémoire, donde expuso una confusa e insostenible teoría que intentaba probar que la nación china había sido colonizada por el pueblo egipcio, y fruto de esa ocupación sería la similitud entre los caracteres chinos y el tipo de escritura egipcia epistolográfico y simbólico[9]. La etapa pre-rosettista (anterior al hallazgo de la Piedra de Rosetta) la cerraría el sabio danés Georg Zoëga. Gran conocedor del copto, escribió una obra sobre los obeliscos en la que desarrollaba de forma más extendida la hipótesis del valor fonético de los signos, y estableció una minuciosa lista de los signos presentes en los obeliscos romanos

La transición definitiva de las ambiguas interpretaciones místicas y simbólicas a las teorías sobre el valor fonético de los signos vigentes ya desde mediados del siglo XIX se produciría gracias al descubrimiento de la Piedra de Rosetta, auténtica clave para la comprensión del sistema jeroglífico. El 1 de julio de 1798 el genial Napoleón Bonaparte desembarcaba en Alejandría con un ejército de 54,000 hombres. El día 10 alcanzó el Nilo, donde venció fácilmente a un destacamento mameluco. El día 21tuvo lugar la célebre y crucial batalla de las pirámides. La victoria fue tan absoluta que las autoridades otomanas de El Cairo le entregaron las llaves de la ciudad como signo de rendición.

En julio de 1799 creó el Institute d’Égypte, congregando a los sabios que le acompañaron en su expedición.Uno de esos eruditos era el capitán Pierre François Xavier Bouchard (1772-1832),del cuerpo de ingenieros del ejército francés, quien, en 1799, mientras sus soldados estaban trabajando en torno al muro de una antigua fortaleza conocida como Fort Julienen la localidad de Rosetta, a unos 48 km. de Alejandría, descubrió una piedra de gran tamaño de basalto negro con una inscripción bilingüe en jeroglífico (14 líneas, estando el texto incompleto), demótico (36 líneas) y griego (54 líneas). Bouchard, consciente de la magnificencia intelectual de la piedra, la envía al general Menou, quien hace transportarla al Instituto de El Cairo, donde es examinada por los sabios de la expedición. Los eruditos pudieron traducir fácilmente el fragmento griego: se trataba de un decreto del 196 a.C. de un sínodo de sacerdotes egipcios instituyendo un culto en honor de Ptolomeo Epifanes (Ptolomeo IV). El segundo fragmento (el demótico) era entonces desconocido, y al estar el texto jeroglífico claramente incompleto, los estudiosos comenzaron por lo general a tratar el texto demótico, y de hecho los primeros descubrimientos significantes se realizaron en torno a la mencionada inscripción. La Piedra de Rosetta, por la que ya clamaba Bernard de Montfaucon, por fin había aparecido, y la ciencia podría ya empezar a trabajar para abrir las puertas del antiguo Egipto.

El ataque de Nelson a la flota francesa en la bahía de Abukir (31 de julio de 1798)-a la que Napoleón había ordenado huir a la isla de Corfu por cuestiones de seguridad- marcó el fin inminente de la ocupación francesa de Egipto. Sin una flota que llevase a su ejército de vuelta a Francia, Napoleón se encontraba encerrado y atrapado en su propia conquista, que, por otra parte, era abiertamente hostil a la presencia francesa, y sumía a las tropas de Napoleón en constantes ataques e inacabables persecuciones Nilo arriba. Cuando Napoleón recibió las noticias de un inminente ataque turco, marchó hacia Siria, y en Acre hubo de retroceder para volver a El Cairo (sus sueños de conquistar Constantinopla se disiparon). En 1799 Napoleón regresó a Francia a bordo de dos de las fragatas que habían resistido el ataque británico. Los franceses capitularon Alejandría en 1801, y el gobierno británico incautó todas las piezas valiosas de arte, entre ellas, por supuesto, la Piedra de Rosetta, joya de la expedición, y fue trasladada al Museo Británico en Londres, su actual ubicación. Afortunadamente, los franceses habían realizado copias de la piedra que enviaron a los sabios europeos. Con ello comenzó el auténtico desciframiento

Cuatro eran los principales competidores de Champollion en tan insigne aventura intelectual: Sylvestre de Sacy (1758-1838); Johan David Akerblad (1763-1819); Dr. Thomas Young (1773-1829) y Edme François Jomard (1777-1862).

Sylvestre de Sacy, célebre orientalista francés, experto en filología árabe, y profesor, entre otros, del teólogo Adam Franz Lenning (1803-1860) y del propio Champollion, a quien enseñó persa en el Collége de France, publicó en París en 1802 Lettre au Citoyen Chaptal, au sujet de l’Inscription égyptienne dy Monument trouvé à Rosette). El trabajo de este insigne lingüista fue seguido por el diplomático sueco Johan David Akerblad, quien, en una carta dirigida a de Sacy en 1802 (Lettre sur línscription égyptienne de Rosetta) exponía sus investigaciones sobre el texto demótico, estableciendo un alfabeto que sería posteriormente adoptado por Young y Champollion. De hecho, el éxito de Young en lo referente a las inscripciones demóticas se debe en gran parte a los trabajos de Akerblad. De Sacy se dedicó principalmente al texto demótico, y postuló el carácter fonético de esta escritura cursiva. Trata de identificar nombres propios (un procedimiento similar al que por entonces estaba realizando Grotefend en Leipzig con la escritura cuneiforme, que logra descifrar –el llamado “tipo III” gracias a la relación de la nomenclatura y ascendencia del rey persa Jerjes), y, apoyándose en las afirmaciones del geógrafo Plutarco según las cuales el alfabeto egipcio consistía en 25 signos, clasifica los caracteres demóticos en 25 grupos, y comparándolos con el texto griego determina los nombres de Ptolomeo, Arsinoe, Alejandro y Alejandría, además de ciertos nombres comunes. Sin embargo, sus trabajos no dieron mayores resultados, e incluso llegó a aconsejar a su alumno Champollion a no continuar con su estudio de la Piedra de Rosetta, pues éste no iba a dar ningún resultado[10].

Las investigaciones volvían a estar en punto muerto, y de hecho, numerosos autores aún eran partidarios de una interpretación simbólica de los jeroglíficos[11]. Los protagonistas de esta nueva etapa son, sin lugar a dudas, el Dr. Thomas Young y Jean-François Champollion.

Thomas Young nació en Milverton, Somerset, el 13 de junio de 1773. Su familia pertenecía a la “Sociedad de amigos” (los cuáqueros). Desde muy pequeño mostró asombrosos signos de precocidad: a los dos años podía leer, a los cuatro había leído la Biblia dos veces, a los seis estudiaba literatura avanzada; a los catorce había adquirido un gran conocimiento de lenguas orientales: latín, griego, hebreo, siríaco, arameo, persa, árabe, turco, etiópico; además de francés e italiano; y estudió también botánica y filosofía natural (ciencias naturales). Miembro de la Sociedad Real de Londres desde 1803, médico y físico, hacia 1801 descubrió la teoría ondulatoria de la luz (mediante el famoso experimento de las “rendijas de Young”, frente a la teoría corpuscular newtoniana). Su interés por la filología egipcia se debe en parte a la actuación de sir W. Rouse Boughton, coleccionista de antigüedades, entre ellas papiros. Los resultados de sus investigaciones al respecto fueron comunicados a la Sociedad Real de Anticuarios el 19 de mayo de 1814, a través de una carta del propio sir W. Rouse Boughton. Miembro asociado de la Academia de Ciencias de París desde 1826, falleció el 10 de mayo de 1829 debido a los ataques prolongados del asma

Jean François Champollion nació en Figeac el 23 de diciembre de 1790, según se dice, gracias a la intervención de un curandero, quien quedó sorprendido ante la córnea amarilla (rasgo característico de los orientales) del recién nacido; proclamando a su madre la fama imperecedera que, sin duda, ha alcanzado. Su precocidad se hizo patente en los estudios clásicos, en la botánica y en la mineralogía. A los trece años poseía un conocimiento significativo del hebreo, el arameo y el siríaco. En 1805 su hermano J. J. Champollion le llevó a estudiar a París, siendo admitido en el Course de l’École des Langues Orientales, donde estudió con de Sacy, Audran y Langlès. Su interés por la inscripción jeroglífica de la Piedra de Rosetta data de esa época. En 1812 se le nombró Profesor de Historia Antigua en la Facultad de Letras de Grenoble. En 1814 publicó L’Égypte sous les Pharaons. Young había alcanzado por entonces algunos resultados en su estudio de la Piedra de Rosetta en la sección demótica, si bien éstos se basaban en los trabajos ya emprendidos por de Sacy y Akerblad. En 1821 publicó De l’écriture Hiératique des Anciens Egyptiens, obra que aún conservaba elementos de interpretación simbólica e ideográfica, y de la que Champollion se arrepentiría más tarde. El gran descubrimiento vendría en 1822, año en que escribió su célebre Lettre à Monsieur Dacier, relative à l’Alphabet des Hiéroglyphes phonétiques, que se suele calificar de “Acta fundacional de la Egiptología”. Le seguirían sus Mémoires, y su Précis du Systéme Hiéroglyphique des Anciens Egyptienes , publicado en París en 1824 (2 vol.) En junio de 1824 Champollion viajó a Turín, donde estudió minuciosamente las colecciones egipcias y los papiros traídos por Drovetti. En 1825 visitó Roma y Nápoles; y en julio de 1828 marchó hacia Alejandría junto a Ipollito Rosellini, en un viaje que llegaría hasta la Primera Catarata, en Nubia, y que aprovechó para confirmar sus teorías in situ. Tras regresar a París, el agotamiento (consecuencia del intenso trabajo intelectual, las malas condiciones del viaje y su ya de por sí delicada salud) causó su muerte el 4 de marzo de 1832.

Thomas Young mantuvo correspondencia con Sylvestre de Sacy y con Johan David Akerblad, centrándose sus cartas principalmente en el texto demótico. El progreso en el desciframiento del texto jeroglífico fue escaso o nulo. Las controversias sobre la prioridad y paternidad de los descubrimientos son bastante tempranas. En una carta a Young fechada en julio de 1815, de Sacy le advierte de la necesidad de ser precavido frente a Champollion, asegurándole que sus trabajos están más avanzados que los del francés. En una carta del 3 de agosto de 1815 Young dice que “las dificultades son mayores de lo que un reconocimiento superficial del tema nos induciría a pensar. El número de caracteres radicales es ciertamente limitado, como el de las claves del chino, pero parece que estos caracteres no son en absoluto independientes los unos de los otros, empleándose frecuentemente una combinación de dos o tres para formar una única palabra, e incluso para representar una idea simple; y, por supuesto, esto debe ocurrir necesariamente donde sólo tenemos unos mil caracteres para expresar una lengua entera. Por la misma razón es imposible que todos los caracteres puedan ser imágenes de las cosas que representan: algunos símbolos de la Piedra de Rosetta, aun así, poseen una relación manifiesta con los objetos que denotan. Por ejemplo, un sacerdote, una urna, una estatua,un áspid, una boca y los numerales, y un rey se denota con una especie de planta con un insecto [nsw bity], que se dice es una abeja[12]”. Se puede apreciaren esta carta que Young estaba en la línea acertada de investigación mucho antes que Champollion, y muchas de sus observaciones, como la de la planta y la abeja denotando (ahora diríamos significando, pues la planta y la abeja son los signos, cada uno con su valor fonético derivado en parte de su importancia simbólica, que expresan el concepto de monarca egipcio) la palabra rey. En una carta de octubre de 1815 a Sylvestre de Sacy, Young considera su propia traducción “completamente independiente de sus ingeniosas investigaciones[en alusión a Akerblad][13]” Champollion había enviado su L’Egypte sous les Pharaons a la Sociedad Real de Londres el 10 de noviembre de 1814; y Young, como Secretario de asuntos exteriores de la misma,respondió a su petición de una colación de la Piedra de Rosetta con la copia que ya poseía, diciendo: “no sé si por casualidad M. de Sacy, con quien sin duda guardáis correspondencia, os habrá hablado de un ejemplar que le hice llegar de mi traducción conjectural con la explicación de las últimas líneas de los caracteres jeroglíficos”, a lo que Champollion replicó que M. de Sacy, su antiguo profesor, no le había dicho nada[14]. Young continuó transmitiendo sus resultados en sucesivas cartas al Archiduque Juan de Austria (2 de agosto de 1816) y a muchos otros eruditos.Su principal publicación, de innegable relevancia, fue el suplemento que hizo a la Enciclopedia Británica sobre Egipto, que le dio gran celebridad en el mundo académico de toda Europa. Aunque el desciframiento definitivo es obra meritoria y reconocible de Champollion, no es menos cierto que en su Lettre à Monsieur Dacier, relative à l’Alphabet des Hiéroglyphes Phonétiques, dieciséis de los caracteres demóticos identificados por Akerblad fueron incluidos, y catorce son idénticos a los ya publicados por Young en su artículo de la Enciclopedia Británica. De hecho, Young había determinado correctamente los nombres de Ra, Nut, Tot, Osiris, Isis y Neftis, así como numerosos ideogramas egipcios. Sin embargo, su alfabeto contenía nueve signos aproximadamente correctos de trece, pero fue Champollion quien tradujo sus resultados en una serie de desciframientos acertados que seguirían a su carta al Sr. Dacier de 1822, donde reconoce la presencia de signos silábicos y alfabéticos, además de determinativos ideográficos empleados para expresar la clase temática de la palabra expresada (signos también utilizados en el maya y en el chino). Champollion no hizo mención alguna del alfabeto de Young en esa carta, algo que se le podría objetar con razón. El gran conocimiento de la lengua copta que poseía Champollion fue, junto con su genio innato, la clave de la compleción del desciframiento de la escritura jeroglífica egipcia. Como vimos, desde Barthélemy y Zoëga se aceptaba que los cartuchos u óvalos contenían los nombres propios de monarcas y, en ocasiones, de deidades. Champollion estaba familiarizado con los cartuchos del obelisco de Filae, sobre el cual publicó un estudio en marzo de 1822[15], y que había sido llevado a Londres.

Contenía los nombres de Ptolomeo y Cleopatra (como comprobaría más tarde). El cartucho de Ptolomeo también se encontraba en la Piedra de Rosetta, y, por analogía con el texto demótico y el texto griego, pudo identificar varias letras, que, aplicadas y comparadas a los cartuchos de Cleopatra, Alejandro, Berenice y César Autocrátor, pudo obtener un número considerable de signos con sus respectivos valores fonéticos. Tal fue el conocimiento proporcionado por esas investigaciones, que en su carta a M. Dacier Champollion es capaz de escribir su propio apellido en jeroglíficos. En su Grammaire Egyptienne, aux Principes généraux de l’écriture sacrée Egyptienne appliqués à la représentation de la langue parlée;… Avec des prolégomènes et un portrait de l’éditeur, M. Champollion-Figeac, París, 1836-1841 (publicado póstumamente) se exponen las bases, ya desarrolladas, del desciframiento; y en su Dictionnaire Egyptien, en écriture hiéroglyphique, publié d’après les manuscrits autographes… par Champollion-Figeac una gran cantidad de vocabulario, indispensable para traducir, semejante al diccionario de copto que publicó en 1815 con apoyo del propio Napoleón, quien acababa de regresar a Grenoble desde la isla de Elba. No hay duda de que Young aventajó en un principio a Champollion, como reconocieron, entre otros, Henry Salt, Samuel Birch, Brugsch, Erman, Wiedemann o Hincks[16]; pero el mérito final corresponde a Jean François Champollion, llamado El Egipcio .

Pese a los rechazos iniciales de Spolm, Seyffarth, Goulianoff y Klaproth; y las reivindicaciones de prioridad de Edme François Jomard (quien había sido capitán de la expedición de Egipto); fue Karl Richard Lepsius (1810-1884) en su Lettre à M.F. Rosellini sur l’alphabet hiéroglyphique, quien confirmó la validez de la teoría de Champollion, señalando que su método era, sin lugar a dudas, correcto. A él se debe también la difusión del sistema del sabio francés[17].


[1] Cf. A. H. Gardiner, Gramática egipcia, 1992, 9.
[2] Cf. Ramón Trevijano, Patrología, 1998, 163-172.
[3] Se trata de Stromata , libro v, 20, 21, edición de Dindorf.El texto se encuentra reproducido en E.A.W. Budge, The mumm,y1995, 121-12; J.-F. Champollion, Précis du Systéme hiéroglyphique des anciens Egyptiens, 1824. Según Champollion: “un solo autor griego ha señalado e indicado, en la escritura egipcia sagrada, los elementos fonéticos, los cuales son, por así decirlo, el principio vital” (p. 321). El célebre filósofo neoplatónico Porfirio (fallecido el 305) copia deliberadamente el fragmento de san Clemente en su De vita Pythagorae, 11: “y en Egipto vivió él [refiriéndose a Pitágoras] con los sacerdotes y aprendió su sabiduría y el discurso de los egipcios y las tres clases de escritura, epistolográfica, jeroglífica y simbólica, que en ocasiones hablan comúnmente mediante imitación y a veces describen una cosa por otra de acuerdo con ciertas reglas secretas (kata tinaVainigmouV). Como vemos, omite referencia alguna a la escritura hierática, así como las divisiones ciriológica y trópica de san Clemente.Sobre Porfirio véase Copleston, Historia de la filosofía, I, 463-465. Es sin duda interesante la mención que de él hace san Agustín en De Civitate Dei, 10, 28.
[4] Véase Platón Phaedrus and theSeventh and Eighth Letters, 1973, 95-99. Traducido por W. Hamilton.
[5] Sobre Plotino véase Copleston, Historia de la Filosofía, I, 1999, 455-465.
[6] Su geminada es wnn , suple a la partículaiw en las formas futuras, mientras que wn lo hace en las pasadas. Cf. Gardiner, Gramática egipcia, 1992, apartado 107.
[7] La bibliografía sobre Athanasius Kircher es muy amplia. Citamos aquí algunos trabajos importantes: Fritz Krafft, Neue deutsche Biographie 11, 641b-5; Karl Brischar, “P. Athanasius Kircher, ein Lebensbild”, Katholische Studien 3, no. 5 (1877);John Fletcher, “Astronomy in the Life and Correspondence of Athanasius Kircher”, Isis, 61 (1970), 52-6; John Fletcher, ed. Athanasius Kircher und seine Beziehungen zum gehlehrten Europa seiner Zeit (Wolfembütteler Arbeiten zur Barockforschung, 17)(Wiesbaden: Harrassowitz, 1988); Adolf Müller, Catholic Encyclopedia, vol. VIII; de los cuarenta y dos libros publicados por Athanasius Kircher, además de los ya mencionados, destacamos Scrutinium physico-medicum contagiosae luis, quae pestis dicitur , Roma, 1658; Polygraphia seu artificium linguarum, quo cum omnibus totius mundi populis poterit quis correspondere, Roma, 1663, donde desarrolla su hipótesis sobre un lenguaje universal. Escribió varios trabajos sobre la cultura China, basados en la información que le enviaban los padres jesuitas allí destinados.
[8] Sobre el franciscano mallorquín, véase Copleston, Historia de la Filosofía , 2000,II, 440-443.
[9] Gardiner, Gramática egipcia, 1992, 11.
[10] Así se refieren a él, entre otros, E.A.W. Budge (The Mummy, 1995, 124) y Jablonski dice: “Lo verdadero de éste y de todos los demás trabajos que hizo aquél Jesuita, la vendió por humo”, y más adelante: “Kircher, en quien siempre se halla tanta ostentación como sólida erudición”. Opuscula, t. I, ed. Water, 1804, pp. 157, 211.
[11]Íbidem, t. XXXIX. p. I ff. La relación entre la escritura china y la escritura egipcia se enmarca en el contexto de las escrituras logosilábicas que, como el sumerio, utilizan signos logográficos (un carácter representa una o más palabras del idioma) y signos silábicos (como la escritura cuneiforme empleada para escribir la lengua acadia). Los jeroglíficos son, en general, los sistemas logosilábicos de escritura que hacen uso de imágenes como signos (los jeroglíficos hititas, por ejemplo). Cf. I.J.Gelb, Historia de la escritura,1994, cap. III. El autor define en el prefacio que el objeto de su obra es “sentar los cimientos para una nueva ciencia de la escritura que puede llamarse gramatología (…), la nueva ciencia intenta establecer los principios generales que rigen el uso y la evolución de la escritura sobre una base comparativo-tipológica” Por mi parte, alabo tal intento, y estoy convencido de que sus frutos serán notables (si bien, como veremos a continuación, el libro está desfasado en lo que concierne a la escritura maya y, posiblemente, a la escritura de la Isla de Pascua). De Joseph de Guignes, véase también “Essay sur le moyen de parvenir à la lecture et à l’intelligence des Hiéroglyphes égyptiens” (Mémoires del’Ácademie des Inscriptions, t. XXXIV, pp. 1-56). Sobre la lengua china, cf. P.C. T’ung y D.E. Pollard, Colloquial Chinese, 1982.
[12] De Usu et Origine Obeliscorum, Roma, 1797, 465.
[13] Sobre la crónica de la expedición a Egipto véase W. And A. Durant The Age of Napoleon, 1975, 108-114.
[14] Véase Chroniques Dauphinoises, sobre los estudios de Champollion en Grenoble, escrito por Champollion-Figeac, su hermano mayor; t. III, pp. 153, 156, 157-238.
[15] Por ejemplo, Comte de Pahlin y su De l’étude des Hiéroglyphes, quien afirmaba que el centésimo salmo se encontraba en los pórticos del Templo de Dendera; o Lenoir, quien en su Nouvelle Explication sur les Hiéroglyphes, París, 1826, 4 vol., defendía que las inscripciones egipcias contenían composiciones hebreas.
[16] Sobre Thomas Young cf. W. And A. Durant, The Age of Napoleon, 1975, 388-389; G. Peacock: Life of Thomas Young, Londres, 1855; E.A.W. Budge, The Mummy, 1995, 127-129; H.S. Williams, History of Science, III, 216.
[17] Sobre Champollion, véasela biografía de Aimé Champollion-Figeac: Les Deux Champollion, leur Vie et leurs Oeuvres, Grenoble, 1887; Champollion et le déchiffrement des hiéroglyphes, en L’Ègypte ancienne, 1996, por Pierre Grandet;.A. H. Gardiner, Gramática egipcia, 1992, 12-16; E.A.W. Budge, The Mummy, 1995, 129ss.

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