Estructura de la sociedad del antiguo Egipto
Por Núria Castro Jiménez
4 mayo, 2019
Ganaderos cuidando de sus animales. Maqueta funeraria. Foto: Susana Alegre García
Modificación: 19 mayo, 2019
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La sociedad egipcia se basaba en un sistema jerárquico. El faraón era el miembro supremo de toda la estructura, que a modo de metáfora podríamos comparar con una pirámide. Él era el responsable de mantener el orden instituido por los dioses, que se supone le pedirían cuenta de su gestión en el Más Allá.

En la sociedad egipcia no existía la obligación de heredar el oficio del padre, como era habitual en otras culturas o en la Europa medieval; aunque en ciertos períodos de la historia fue adoptado como costumbre. Cualquier niño o niña podía elegir el rumbo de sus vidas, seguir con el oficio de sus padres o recibir otro tipo de formación. Si destacaban en la escuela podían recibir estudios superiores, para llegar a ser escriba o médico.

No era una sociedad dividida en castas férreas; e incluso en la corte eran admitidos los matrimonios entre personas de sangre real y «plebeyos». La ascensión en el escalafón funcionarial se regía por los méritos propios, cuya máxima posición era el cargo de visir.

La columna vertebral de la economía eran los campesinos. No sólo eran los productores de los alimentos y de los excedentes, sino que de su trabajo dependía la posibilidad de realizar transacciones comerciales, que en Egipto se basaban en el trueque. La moneda de cambio de todo el sistema económico, de hecho, eran los cereales y sus principales productos derivados: el pan y la cerveza.

La producción agrícola de Egipto era muy rica, ya que la crecida anual regeneraba la tierra todos los años. El limo, transportado por el agua del Nilo desde sus misteriosas fuentes, proporcionaba la posibilidad de cultivar el campo sin necesidad de utilizar abonos. Pero el trabajo de los campesinos tenía también algunas dificultades: la beneficiosa crecida también eliminaba los límites entre los campos, que tenían que rehacerse antes del período de siembra.

aperos-agricolasAperos agrícolas faraónicos. Neues Museum, Berlín. 

En principio se consideraba que el faraón era el único propietario de la tierra, y los campesinos disfrutaban de una especie de usufructo. A cambio, debían encargarse del mantenimiento de los diques y pequeños embalses. Además, estaban obligados a pagar dos clases de impuestos: el primero consistía en entregar una parte proporcional de la cosecha, teniendo en cuenta dos variables: la superficie de los campos y la altura alcanzada ese año por el Nilo. El segundo consistía en la corvea, trabajos que se realizaban para el estado cuando la crecida impedía el cuidado de los campos, inundados por el Nilo. Los trabajos encomendados podían ser milicias o la construcción de obras públicas, entre ellas, las emblemáticas pirámides.

El trabajo artesanal estaba bien considerado en Egipto. Su nivel de vida y su prestigio social era superior al de los obreros no especializados o semedet . Su vida y trabajo se conoce bastante bien gracias a una aldea próxima al Valle de los Reyes, lugar en la que vivían los artesanos que trabajaban en las tumbas de los faraones. Su jornada laboral estaba dividida en dos turnos de cuatro horas, ocho horas en total. Tenían un día de fiesta cada diez días, más las vacaciones. Los documentos localizados en esta aldea nos informan de la existencia de algunos trabajadores ejemplares, mientras que otros faltaban más del medio mes a su trabajo, incluso se conocen sus excusas: razones como nacimientos, bodas, entierros, enfermedades, accidentes, mordeduras de serpiente, deberes en el templo o llevar el asno al veterinario.

En Egipto podemos constatar, gracias a las creaciones que han llegado hasta nosotros, que había verdaderos artístas: dibujantes, pintores, grabadores, escultores, etc. Esculpir bajorrelieves era la tarea más frecuentemente encomendada, tanto a los que hacían el dibujo, como los que rebajaban la figura. Los que trabajaban más específicamente «para la eternidad» gozaban de mayor consideración, ya que el parecido con la obra garantizaba la supervivencia del modelo en el Más Allá.

Los mejores artistas y los que marcaban las modas trabajaban en los talleres reales. Próximos a los palacios, en algunos casos, permitía a los faraones dictar de forma directa la pauta artística de la época.

mereruka028-4170-670-620-80Mereruka representado en su tumba en Saqqara. Este alto dignatario alcanzó casi un centenar de títulos: Inspector de sacerdotes, Director de las obras del Rey, Gobernador, Visir…

El faraón y su equipo de colaboradores tenían una participación fundamental en las construcciones reales. Era necesario un equipo con ideas claras y dirección eficiente. El responsable ante el faraón era el «Superintendente de los trabajos reales», normalmente el visir. El faraón y sus consejeros decidían el emplazamiento, dimensiones, elevación y material de las construcciones.

La administración, basada en un funcionariado sólidamente estructurado y complejo, constituyó la fuente de la riqueza económica y de poderío de la nación, que conoció la anarquía, el hambre y las invasiones cuando el poder central permitió que se debilitara su autoridad. Desde los primeros tiempos, Egipto tuvo una clase de funcionarios muy desarrollada, de la que el faraón constituía el vértice.

En el primer escalafón de la jerarquía estaba el escriba. Era un funcionario al servicio del rey, de un dignatario o de un templo. Tomaba las medidas necesarias para dirigir las granjas, talleres, oficinas, etc. Se aseguraban de que todo funcionase adecuadamente. Junto a los grandes sacerdotes y los altos dignatarios, formaban la élite social y económica del Antiguo Egipto. Daban órdenes, comprobaban resultados, concedían o denegaban permisos. Además, redactaban todo tipo de contratos (matrimoniales, testamentos) y de informes (asistencia al trabajo, sueldos, bienes del difunto, toros sacrificados, etc.).

museo_louvre_019-3277-670-620-80Escultura que representa a un escriba egipcio. Museo del Louvre. Foto: Archivo documental AE

museo_louvre_017-3258-670-620-80Instrumental de escriba. Museo del Louvre. Foto: Archivo documental AE 

Las dinastías menfitas centralizaron la administración, poniendo la práctica totalidad del poder en manos de un faraón propietario del suelo. El visir permaneció como primer funcionario, y solía ser elegido por el rey entre sus familiares: al igual que los altos funcionarios, jueces, sacerdotes, jefes militares y gobernadores de provincia. Estas funciones se convirtieron en hereditarias. Así, comenzaron a constituir una nobleza cuyo carácter feudal provocó el hundimiento del poder centralizado durante el Primer Periodo Intermedio. Los faraones del Imperio Medio restablecieron la fortaleza del poder central, concentrado en la corte. Los cuatro primeros funcionarios del Estado eran: el visir, el comandante de los ejércitos, el director de los campos -encargado de la agricultura-, y el escriba de los archivos reales, en función de ministro del interior. Otro personaje de gran importancia era el «Director del Sello», encargado de la gestión del tesoro.

La justicia estaba en manos del farón. En la práctica, delegaba esta responsabilidad en el visir, del cual dependían una jerarquía de funcionarios. En ciertos procesos importantes, el faraón estaba representado por dos funcionarios de su corte: el escriba real y el informador del rey. En los asuntos criminales, los tribunales dictaminaban la culpabilidad o inocencia del acusado, y el faraón decidía la pena que se debía aplicar. Una de las funciones del visir era comprobar la veracidad de las pruebas obtenidas tras la investigación, cuando no tenía que presidir él mismo el tribunal.

Ciertos asuntos que concernían directamente a la monarquía, requerían tribunales extraordinarios. Un célebre caso, juzgado a puerta cerrada al final del reinado de Rameses III, fue la conspiración conocida a través de varios papiros judiciales. El faraón encargó a un tribunal la instrucción de la causa, pero la corrupción llegó a los jueces y fueron procesados por ello. El propio visir presidió del tribunal, ante el que comparecían testigos e inculpados. En el lugar del crimen se procedió a la reconstrucción de los hechos. En el citado caso, durante la espera de la decisión del farón, los culpables fueron encerrados en la prisión del templo. En la sentencia definitiva se impusieron diversas penas de muerte.

La creencia tradicional de como fue creado el mundo, ordenado y gobernado por los dioses, era transmitida de generación en generación, e impregnaba cada uno de los aspectos de la vida. El sacerdote prestaba servicios materiales y rituales al dios en su templo, para asegurar la presencia divina en la tierra. y así mantener el orden armonioso del cosmos. Se llamaban a sí mismos «Sirvientes del Dios» y actuaban en nombre del faraón, que delegaba en ellos la función de realizar los cultos y culminar los rituales.

Los sacerdotes extremaban la ya de por sí depurada limpieza de los egipcios. Debían estar circuncidados y su cuerpo completamente afeitado. Por su indumentaria se diferenciaban del resto de la población: llevaban sandalias blancas y faldellines largos con varias capas. Los de más categoría lucían sobre los hombros pieles de leopardo.

Los sacerdotes se casaban y llevaban vida familiar. Varios días antes de oficiar, debían abstenerse de mantener relaciones sexuales y de ciertos alimentos, como el animal que encarnaba al dios de su templo. Además de la pureza física, debían guardar una pureza de espíritu y de comportamiento.

El quehacer diario del sacerdote con respecto al culto de dios era semejante en todos los templos: el sacerdote rompía el sello que cerraba la capilla o naos donde se encontraba la estatua del dios; un santuario escasmente iluminado en el lugar más sagrado y recóndito del templo. Se entonaba el himno al alba, tras lo cual al dios se le ofrecía pan, pasteles, carne, verdura, fruta, acompañadas de vino y cerveza. El sumo sacerdote procedía al aseo del dios, que además era vestido y maquillado. Después del maquillaje, ungía su cabeza con oleos sagrados y recitaba formulas sagradas. Finalmente, rociaba la estatua y el santuario con agua, sellaba las puertas y se alejaba borrando con una hoja de palmera las huellas del suelo, para no perturbar la pureza del lugar.

Otra de sus atribuciones era recoger las preguntas que los fieles hacían al dios, para ser respondidas por el oráculo. De hecho, las respuestas eran dadas por los propios sacerdotes, escondidos en una ventana o dentro de una estatua hueca.

A las puertas de los templos se las conocía como «la puerta que imparte justícia». Los sacerdotes impartían justicia en nombre del dios. También eran requeridos en tribunales laicos, que con frecuencia se celebraban en las inmediaciones de los templos.

sacerdote-egiptologiaPintura en una tumba tebana que muestra a un sacerdote realizando un ritual funerario. Foto: Susana Alegre García

Para cada dios había un Sumo Sacerdote o «Primer Profeta». En el Imperio Nuevo, el Sumo Sacerdote de Amón era escogido por el faraón entre sacerdotes, altos cortesanos, familiares del rey o generales del ejercito. Los delegados de los Sumos Sacerdotes, o «Segundos Profetas», eran los responsables de las finanzas del templo. Otros cargos eran los Sacerdotes de la Estola, que cuidaban las ropas y joyas del dios; y los Sacerdotes-lectores, que eran eruditos que recitaban textos rituales.

En la cúspide del escalafón funcionarial se encontraban los visires o gran ministro del faraón. Era su mano derecha y dirigía la administración central del Estado. En sus acciones se representaba la voluntad del faraón y tenía cruciales atribuciones. Como ministro del interior, recibía los informes de los nomarcas o gobernadores de nomo (provincia); máximos exponentes de la administración local. Como ministro de Justicia, el visir presidía el tribunal supremo y varios consejos de funcionarios. Como «señor de las finanzas», recibía cada mañana al Director del Sello, que le rendía cuentas de la gestión del Tesoro.

Uno de los cargos de más carisma, asociados frecuentemente a la figura del visir, era el de arquitecto real. Debía decidir los materiales, cantidades, planificar la extracción, el transporte y calcular los obreros necesarios. El más destacado en ese campo fue el gran Imhotep, inventor de la arquitectura basada en la piedra sillar y creador del complejo funerario de faraón Dyoser de la Dinastía III. En el Imperio Nuevo, el visir Senmut, artífice del hermoso templo con terrazas de la reina Hatshepsut en Deir-el-Bahari, fue distinguido con más de ochenta títulos.

senmut-neferuraSenmut, un gran dignatario en tiempos de Hatshepsut, portando en brazos a la princesa Neferura. Dinastía XVIII. British Museum

¿Dónde están los miles de esclavos extranjeros azotados en las grandes construcciones? En el Imperio Antiguo, cuando fueron construidas las pirámides, los faraones sólo hacían salidas ocasionales fuera de las fronteras y no capturaban prácticamente ningún prisionero de guerra, que pasaba a ser tutelado por un estatuto especial, sin privarlo de más derecho que su libertad. Además, serían necesarios muchos soldados para custodiarlos y el ejercito egipcio tenía escasa entidad hasta el Imperio Nuevo. El sistema esclavista era, por tanto, inviable económicamente hablando y, sobre todo, era totalmente ajeno al espíritu de la sociedad egipcia, que se basaba en un gran respeto a la justicia como motor de la armonía de todo su universo.

prisioneros-nubios-aePrisioneros de guerra representados a los pies de un coloso de Ramsés II en Abu Simbel. Foto: Susana Alegre García 

¿Eran entonces hombres libres, conscientes acaso de que realizaban una tarea única? ¿Cómo era posible movilizar a la gran cantidad de trabajadores que se necesitaban para las construcciones reales sin perjudicar la economía del país?. Lógicamente, la mayoría eran campesinos, cumpliendo el servicio civil obligatorio; o bien, trabajadores en paro permanente o estacional. Nadie estaba condenado a trabajar de por vida en las grandes construcciones. Una inscripción de época de Micerinos explica: «Su majestad desea que nadie se vea obligado a trabajar, sino que lo haga para su propia satisfacción.» . Algunos trabajadores eran incluso voluntarios, que creían que al ayudar a construir la morada de eternidad del faraón, se aseguraban una parte de esa eternidad para ellos mismos. Sólo el liderazgo de una institución fuerte e ideológicamente muy bien sostenida, pudo llevar a buen término las labores necesarias para crear y mantener durante miles de años esta gran civilización.

 

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