Estela del Sueño de Tutmosis
Por Maria Teresa Vázquez Garcés
12 enero, 2008
Modificación: 10 enero, 2017
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Durante el Imperio Nuevo (1570-1070 a. C.) la meseta de Guiza era un lugar que había perdido parte de su fabuloso esplendor. Las pirámides de Quéops, Quefrén y Micerino ya tenían cerca de mil años de antigüedad, la arena cubría muchos de los edificios, la ruina se apoderaba de otros y en las cercanías abundaban los animales salvajes.

Algunos reyes del Imperio Nuevo intentaron devolver brillo a la zona o sintieron cierta predilección. El padre del príncipe Tutmosis, Amenofis II, había erigido durante los primeros años de su reinado un templo dedicado a la Gran Esfinge como Harmaquis, una modalidad de dios sol. No es raro pues que el joven príncipe visitara a menudo la construcción, además gustaba de realizar cacerías y Guiza era un buen punto de partida y descanso.

En una de estas expediciones de caza el príncipe Tutmosis, siendo aún un adolescente, quedó dormido a la sombra de la Gran Esfinge. Entonces el joven tuvo un sueño en el que la esfinge, como dios Harmaquis-Re-Atum, se le aparecía prometiéndole que llegaría a ser rey si quitaba la arena que cubría su cuerpo: «La arena del desierto sobre la que solía estar, ahora me cubre por completo. He estado esperando para que puedas hacer lo que está en mi corazón, pues sé muy bien que tú eres mi hijo y protector». Como es de suponer la operación de limpieza se acometió con prontitud y el príncipe, efectivamente, iba a subir al trono como el cuarto rey con el nombre de Tutmosis en la Dinastía XVIII.

Esta historia puede ser contada gracias a la gran estela que ya como faraón, Tutmosis IV (1419-1386 a. C.), hizo levantar entre las patas de la Gran Esfige, en agradecimiento a Harmaquis-Re-Atum. Su inscripción narra los acontecimientos y testimonian la devoción del rey. El documento se conoce como la Estela de Sueño y aún se conserva en el lugar donde un príncipe egipcio soñó que llegaría a faraón.

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Lugar en el que se encuentra la Estela del Sueño. Entre las patas de la Esfinge de Guiza.

La Estela del Sueño es una gran losa de granito rosa de Asuán (altura: 360 cm; anchura:218 cm; grosor: 70 cm.), con inscripciones y en la parte superior hay representaciones del rey ofreciendo libaciones a la Gran Esfinge. La propia estela indica que fue colocada en su lugar durante el primera año del reinado de Tutmosis IV, aprox. 1419 a. C.

Además del interés literario, la Estela del Sueño puede tener interpretaciones políticas. El texto tiene visos de ser propaganda a favor del nuevo rey, puede así que la legitimidad de la sucesión entre Amenofis II y Tutmosis IV no sea del todo clara. A esto se suma que es el mismo dios sol bajo forma de esfinge el que intercede para que Tutmosis llegue a faraón, mostrando un alza en el protagonismo de esta entidad divina en detrimento de Amón-Ra de Karnak y marcando un clarísimo distanciamiento entre el faraón y el todopoderoso clero tebano. Es deducible que se estaban ya gestando algunas las bases de las transformaciones que iban a dar lugar a la revolución amarniana y el sumo realce de Atón.

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Detalle de Estela del Sueño

El texto de la Estela del Sueño dice así:

<<Uno de aquellos días sucedió que el príncipe Tutmosis llegó de un viaje hacia la hora del mediodía. Tras tumbarse a la sombra de este gran dios, se sumió en un profundo sueño en el que vio cómo tomaba posesión de él en el preciso momento en el que el alcazaba su cénit. A continuación, vio cómo la majestad de este noble dios hablaba a través de su propia boca del mismo modo en que un padre se dirige a su hijo, y decía: “Mírame, obsérvame, Tutmosis, hijo mío. Soy tu padre Harmaquis-Re-Atum. Te daré el trono de la tierra de los vivientes y llevarás la corona blanca y la corona roja sobre el trono de Gueb, el heredero. La tierra será tuya en toda su extensión, así como cuando ilumina el ojo el Señor de Todo. Recibirás provisiones abundantes del interior de las Dos Tierras y de todos los países extranjeros, así como una vida larga en años. Mi rostro lleva fijándose en ti desde hace muchos años: mi corazón te pertenece, y tú me perteneces a mi. Fíjate: estoy destrozado y mi cuerpo en ruinas. La arena del desierto sobre la que solía estar, ahora me cubre por completo. He estado esperando para que puedas hacer lo que está en mi corazón, pues sé muy bien que tú eres mi hijo y protector. Acércate: estoy contigo, soy tu guía”. Al finalizar el discurso, este príncipe miró fijamente, pues acababa de escuchar estas palabras del Señor de Todo. Después de entender las palabras de este dios, llevó el silencio a su corazón. A continuación exclamó: “Venid, dirijámonos al templo de la población, donde tal vez dejen de lado las ofrendas a este dios. Nosotros le obsequiaremos con ganado y todo tipo de hortalizas, y dirigiremos nuestras oraciones a aquellos que nos precedieron…”.
(Trad. según Joann Fletcher)

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