En cualquier lugar
Por Nacho Fernández Orellana
Creación: 6 julio, 2005
Modificación: 3 junio, 2020
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Hace tres días paseaba, y el calor me tomó de la mano. La luz lo invadía todo, las sombras se ocultaban bajo las cosas. Y mientras yo andaba, el Sol se apoyó con fuerza en mis hombros, a pesar de que yo sabía que el no requería de mi apoyo. Entonces sentí como él me hablaba sin utilizar la lengua de los hombres.

«Del mismo modo que ahora en ti me apoyo y baño la tierra que te rodea, hace tiempo me sostuve en los hombros de los que se hacían llamar reyes de la tierra, y en sus sirvientes e hijos. Y del mismo modo inundé y di vida a los desiertos que son separados por el Gran Río, he hice crecer plantas cuyas finas hojas se estiran hacia mí». Bien supe que todo esto era cierto, y su mensaje me agradó por alguna causa que no se precisar.

Tan sólo un día atrás, cuando descansaba, fue el frescor el que me cubrió. Era el viento, que acariciaba mi pelo y al oido me susurró sin palabras: «Vengo del otro lado del mar, de la tierra sin agua que termina en montañas, tan elevadas como los sueños de los hombres. Pero no mucho más allá es mi hermano, una propia parte de mí mismo, quien mueve telas por el Río Largo, agita las cañas y escala de un solo salto las montañas construidas por los hombres». Y estas verdades traídas por un viento lejano me reconfortaron.

Mientras escribía estas palabras, fueron los propios símbolos los que me contaron que una vez ellos mismos sirvieron para narrar la historia del país cien veces conquistado y cien veces victorioso, las grandes obras en las vidas de su gente y sus grandes esperanzas en la muerte. Pero fue antes de que este relato me llenara de complacencia que recordé una sonrisa y unos ojos. Y era tal esa belleza que me llenó de desasosiego por un instante. Porque fueron esos ojos mismos los que me contaron que también en la tierra de las pirámides los hombres flaqueaban ante la belleza de unos ojos y la alegría de una sonrisa.

Y de nuevo fui feliz al saber que, sin ni siquiera buscarlas, ante mí se muestran cada día las mil bellezas de la tierra de Egipto.

 

Autor: Nacho Fernández Orellana

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