El gato en el Antiguo Egipto
Por Nuria Castro Jiménez
11 diciembre, 2014
Figura en bronce de un gato sagrado egipcio. British Museum. Foto Archivo documental AE
Modificación: 16 mayo, 2020
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Habitantes del Nilo

Los egipcios siempre amaron a los animales. Su visión armónica del Universo, el motor del cual consideraban la diosa Maat, entidad que representaba la justicia y el orden cósmico, hizo su visión de la naturaleza muy distinta a la judeocristiana, que desciende de la grecorromana, en la cual el hombre es el centro del universo, y ha sido encargado de dominar a todas las especies del mundo. Para los egipcios la naturaleza era un conjunto de compañeros, personas, animales y plantas, y todos debían respetarse por igual.

Ya Herodoto, pensador griego considerado el padre de la historia dijo en el libro II de sus Historias, dedicado a Egipto: «el egipcio es el único pueblo que tiene los animales con él en las casas». Al eminente sabio, como griego que era, le resultaban muy extrañas algunas de las costumbres egipcias, como la igualdad entre hombres y mujeres, o el inmenso amor y respeto por los animales. Fruto de esta estrecha relación entre animales y personas surge un gran conocimiento mutuo, de tal manera que actualmente se considera al pueblo egipcio como el primero que constató los rasgos psicológicos de los animales, inició el estudio de sus costumbres, la preocupación por su dieta, etc. Y sin duda, hay dos aspectos fundamentales de esta relación que aún hoy en día nos fascinan: la reflexión que hicieron sobre que, si algunas divinidades eran similares a las personas, otras debían ser semblantes a los animales, divinizando sus características físicas y de comportamiento. Otro aspecto sorprendente es la integración del animal doméstico en el seno de la familia, de tal forma que, en caso de muerte, se le hacía el mismo duelo y enterramiento que a cualquier otro miembro de la familia. Estos aspectos serán tratados a lo largo de este artículo.

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Fig. 1. Gato saltando y atrapando aves. Detalle de los fragmentos de pinturas de la tumba de Nebamón. Dinastía XVIII (c. 1350 a. C.). British Museum (Londres).
Foto: Susana Alegre García.

Animales… ¿Domésticos?

Curiosamente. Los antiguos egipcios intentaron domesticar a todo los animales que conocieron. En numerosas mastabas, verdaderas «casas de eternidad», se representan escenas de la vida cotidiana del pueblo llano, y aparecen escenas en las cuales se muestra la alimentación forzada de animales salvajes, capturados con vida, pero que no se alimentaban en cautividad. Las hienas, que pretendían utilizar como los perros en las cacerías, pero que debían atar de pies y manos para que no «mordieran la mano que las alimentaba», y las grullas, cuya alimentación forzada ha suscitado la controversia entre algunos autores que opinan que en realidad lo que se pretendía era «elaborar Foie». (Quizás, si conocieran mejor el respeto por la dignidad de la vida del pueblo egipcio, desecharían esa hipótesis). Son enternecedoras las escenas de parto, en las cuales las madres reflejan en su rostro el esfuerzo y sufrimiento, mientras que las personas ayudan en el trance a la parturienta. Los pastores y ganaderos, cuidan con esmero de las jóvenes crías, siempre bajo la atenta mirada de las madres. En la tumba de Anmahor (hacia el 2.500 a.C.), un pequeño lechón huérfano está siendo alimentado por un personaje que recoge la leche de una botella en su boca, y con sus propios labios la deposita en la boca del lechón. En el sarcófago de la reina Kawit (Dinastía XII), mientras una muchacha la peina, un servidor le ofrece leche con la frase «para tu Ka, princesa». En una escena próxima, el origen de la leche es desvelado: mientras su ternerillo muge hambriento, una vaca está siendo ordeñada y una gruesa lágrima cae de sus bellos ojos. (Nada extrañaría que los artistas egipcios estuvieran plasmando en esta representación una cierta crítica social).

El concepto de «animal de compañía» está bien documentado en las fuentes egipcias. Mientras los niños solían disfrutar con los juegos de sus monitos, las damas salían a pasear acompañadas de elegantes gacelas. El Faraón, suele ir siempre acompañado de su animal preferido, y son numerosas las escenas que muestran a Ramsés II sobre su carro, y a su lado corriendo su fiel guepardo. Faraones como Ramsés II, III, IV y Tutankhamón, tenían leones y leopardos, además de una extensa cuadra de caballos. Conocemos los nombres de algunos de ellos como Victoria tebana, y en un texto que narra la entrada de Amenofis II a una ciudad sitiada, se recoge el llanto del faraón al saber que los caballos han muerto por inanición. La gran faraón Hatshepsut, una de las mujeres que llegó a reinar por derecho propio en Egipto, tenía un extenso zoológico, con mandriles, jirafas, leopardos y pájaros exóticos, llegados de lejanos países, como el legendario país del Punt, con el cual ella entabló relaciones comerciales. Su sucesor, Tutmosis III, faraón guerrero, contemplo durante sus expediciones militares numerosos animales y plantas desconocidos en Egipto, que hizo plasmar en una zona del templo de Karnak conocida actualmente como «el jardín botánico».

Desde la cima de la pirámide social hasta su misma base, los egipcios disfrutaban de la compañía animal. En una misiva escrita por un soldado en un puesto fronterizo, en la cual se queja de la soledad de su destino destaca:

«… Sin embargo ¿no tengo yo el pequeño perro-lobo de Theherhu, el Escriba Real aquí en la casa? Él me ha librado de ellos. En todo momento, cuando quiera que yo haga una salida, está conmigo, como guía en el camino. Tan pronto como ladra, corro a deshacer el nudo…»

Esta relación entre personas y animales, en algunas ocasiones llegaba al ámbito laboral, ya que algunos babuinos eran utilizados para dar vueltas a la prensa del vino, recoger dátiles de las palmeras, o patrullar al lado de los medjay, es decir, la policía.

El gato, el más querido

Si bien los egipcios intentaron domesticar a todos los animales, al parecer sólo lo consiguieron con uno: el gato. Sin embargo, su domesticación siguió las pautas del respeto a la libertad y a la individualidad propio de esta cultura, y el gato ha conservado su original carácter y su estatus de compañero y amigo, sin relaciones de servidumbre por su parte hacia su «amo».

El gato, al que los egipcios llamaban miu, aparece representado en la vida cotidiana del antiguo Egipto en multitud de contextos. Por sus características físicas, se distinguen dos tipos: el Felis chaus o gato de los pantanos y el Felix (silvestris) lybica o gato salvaje africano. El Felis chaus es algo más grande que el Felix (silvestris) lybica, de constitución robusta, patas largas, cola más bien corta y orejas coronadas con largos pelos negros en los extremos. El Felix (silvestris) lybica es de menor tamaño, con una constitución y características similares al gato doméstico europeo y cola proporcionadamente larga, aunque algo más corta que el gato casero. Este fue al parecer el predecesor de los gatos domésticos egipcios.

El primer testimonio de gato asociado al ser humano aparece en un enterramiento predinástico en Mostagedda, en el cual el animal acompaña al difunto. Sin embargo, no se puede llegar a asegurar que el gato estuviese domesticado en época tan temprana. Aparece representado también en algunas mastabas de Imperio Antiguo y en un relieve del templo de culto de Pepi II, en Lisht, cerca de la pirámide del rey Amenenhat I, de la Dinastía XII, y también aparece como gato doméstico en la tumba de Baket III, en Beni Hasan (XI Dinastía). Cuando aparece con más frecuencia acompañando a sus amos en sus representaciones funerarias o momificados en pequeños sarcófagos es a partir del reinado de Tutmosis III.

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Fig. 2. Momias y sarcófagos de gato. Museo Civico Arheologico di Bologna (Bolonia).
Foto: Susana Alegre García.

En las escenas funerarias el gato aparece junto a la pareja de titulares de las tumbas. Se ha considerado que el gato bajo el asiento de la dama enfatiza la feminidad, sensualidad y las eficaces cualidades del ama de la casa. El gato, cuyo carácter mimoso o arisco parece variar según su deseo, se ha asimilado al carácter femenino, llegándose a asociar a Hathor, diosa de las mujeres (además de diosa de la belleza, el amor, la danza y la música).

El gato, deidad protectora

Las cualidades de los felinos como expertos y hábiles cazadores, admiraron de tal manera a los egipcios que dieron sus características a numerosas deidades, tanto guerreras como protectoras. En su aspecto de cazadores de roedores, los gatos protegían el principal medio de sustento de las familias, los cereales (recordemos que el Imperio Antiguo existían veinte tipos diferentes de pan, y en Imperio Nuevo ya eran cincuenta, y diecisiete tipos de cerveza). En su aspecto más fiero, los leones, o más adecuadamente, las leonas (que son las que realmente cazan y procuran el sustento a sus familias), se convierten en el ideal de fiero guerrero, protector hasta la crueldad de su camada.

Así pues, bajo el aspecto de leonas o de mujeres con cabeza de leona, o de gatas salvajes, se descubren varias deidades egipcias:

Pajet

Su nombre significa «la desgarradora», «aquella que araña». Es una leona cazadora de fuertes garras, al principio gata salvaje del desierto. Asimilada posteriormente a Artemisa, diosa de la caza, actualmente se denomina Speos Artemidos a un templo dedicado a la diosa en el Egipto medio por la faraón Hatshepsut. Cerca se encuentra un cementerio de gatos sagrados, de baja época. La diosa Pajet aparece también en amuletos de protección y fecundidad.

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Fig. 3. Speos Artemidos. Dinastía XVIII, reinado de Hatshepsut ( 1498-1483 a. C.).
Foto: Susana Alegre García.

Mut

Mut, cuyo nombre significa «madre» en egipcio antiguo, también tiene aspecto de leona. Es la esposa del dios Amón, uno de los más importantes en Imperio Nuevo, y se considera la madre y protectora del faraón. El aspecto maternal de los felinos, hizo que a todas estas deidades se las considerara patronas guardianas y protectoras de los partos y los niños. Pero también Mut, en su papel de diosa madre primordial, en ocasiones aparece descrita como un ser con doble sexo o sin necesidad de contrapartida masculina para reproducirse.

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Fig. 4. Gata con sus pequeñas crías. Baja Época (715-332 a. C.). Museo Calouste Gulbenkian (Lisboa)
Foto: Susana Alegre García.

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Fig. 5. Diosa Mut, leonada e itifálica. Templo de Karnak. Imperio Nuevo.
Foto: Susana Alegre García.

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Fig. 6. Diosa gata Bastet. Bronce. Baja Época (716-332 a. C.). Colección Egipcia del Castello Sforcesco de Milá.
Foto. Susana Alegre García.

Es la más conocida de las diosas-gata, y considerada propiamente la patrona y guardiana del ámbito doméstico. Sin embargo, si Bastet se enfada, pierde sus aspectos maternales y no tiene piedad, trasformándose de Hathor-Bastet, a Sejmet, fiera leona, diosa guerrera y sanguinaria, patrona de los veterinarios, cuyos sacerdotes estudiaban medicina, y que en uno de sus mitos estuvo a punto de acabar con toda la Humanidad. Este bello mito, recuerda ligeramente al «Diluvio Universal» ya que el dios Ra, después de crear a los hombres, constata su maldad y decide eliminar a los inicuos. Para ello envía a su hija Hathor, pero en su aspecto más fiero, el de Sejmet, la poderosa, para destruir a los malvados. Cuando Sejmet llega a la tierra, empieza a matar y, enloquecida por la sangre, acaba con los culpables y decide seguir con los inocentes. Los dioses, espantados, intentan que cese en su matanza, pero en ese momento de euforia criminal a Sejmet «ya no hay dios que la pare». La humanidad, al verse perdida, idea una treta: prepara grandes recipientes de cerveza, teñida de rojo, para que Sejmet, ávida de sangre, la ingiera y, debido a su estado de embriaguez, acabe dormida en el campo de batalla. Así, una vez calmada, su aspecto retorna a ser el de Bastet, la gatita, con la cual es fácil tratar. Este mito tiene una hermosa segunda parte, llamada «El retorno de la lejana», ya que la diosa, al sentirse burlada, abandona Egipto y es tras muchos ruegos que decide su retorno al país.

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Fig. 7. Diversas figura de la diosa Sejmet procedentes del templo de Mut en Karnak. Museo al Aire Libre de Karnak. Imperio Nuevo. Foto Pilar Ramos cedida a Amigos de la Egiptología-AE.

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Fig. 8. Sejmet. Dinastía XVIII, reinado de Amenofis III (1386-1349 a. C.) Museo Civico Arheologico di Bologna (Bolonia)
Foto: Susana Alegre García.

Uno de los métodos para que Hathor-Bastet no se transforme en la terrible Sejmet, es toca un instrumento llamado sistro, que al producir un sonido similar al de los papiros del delta mecidos por el viento, hace que la diosa rememore su infancia en el delta, y se tranquilice por la nostalgia del hogar.

Herodoto visitó la ciudad de Bubastis, dedicada a la diosa Bastet, en el Delta del Nilo, y alaba su hermoso templo y las fiestas dedicadas a Bastet, con alborotos y borracheras, recordando la leyenda de la Destrucción de la Humanidad. En fin de año se regalaban tanto gatitos de verdad como amuletos y figurillas o frasquitos con su nombre para proteger de los días epagómenos, los últimos cinco días del año.

En la ciudad de Bubastis, se criaban gatos como animal sagrado encarnación de la diosa. Cuando fallecían, se les enterraba en el cementerio de la ciudad, lugar de peregrinación en el cual muchos particulares deseaban a su vez enterrar a sus gatos domésticos después de fallecidos. En época ptolemaica, los nuevos dirigentes griegos no comprendieron esta costumbre, y se dedicaron a la cría de animales para su sacrificio a la diosa. En 1859 arqueólogos ingleses hallaron la necrópolis, con 300.000 momias de gato, que decidieron pulverizar para llevarlas a Inglaterra y utilizarlas como abono para los rosales.

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Fig. 9. Vista de las ruinas del templo de Bastet en Bubastis.
Foto Susana Alegre García.

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Fig. 10. Fragmento de bajorrelieve del templo Bubastis que muestra a la diosa gata.
Foto Susana Alegre García.

En su aspecto masculino, El Gran Gato de Heliópolis es el defensor del sol, al pie del árbol de la persea (ished), eliminando a Apofis, el dios del mal total, enemigo del sol, con un cuchillo (Ver S. Alegre, Un gato acuchillando una serpiente). Al contrario que las diosas femeninas, está representado por el Felix Chaus.

La relación entre el gato y el árbol ished aparece en los textos de los sarcófagos, de Imperio Medio en los cuales se explica que el Gran Gato es Ra, dios del Sol, y que tomó la forma de gato, siendo el aspecto defensivo de la divinidad solar. También es un león-gato el Aker, el dios del horizonte. Y Ru-ty, los dos leones, horizonte de salida y ocaso del sol, oriente y occidente. En el capítulo 17 del Libro de los Muertos se habla de la relación del gato y el árbol de la persea:
«(…) Yo soy el gato cerca del cual se abrió el árbol-ished en Heliópolis la noche en que fueron destrozados los enemigos del Señor del Universo».

El gato, compañero para la eternidad

Erróneamente, se ha llegado a considerar que los antiguos egipcios estaban obsesionados con la muerte. Sin embargo, no hay nada menos cierto, ya que los habitantes del Nilo, lo que amaban era la vida, y no podían creer que se acabase con la muerte. Así pues, para ellos la muerte era un simple tránsito hacia otra vida, esta vez eterna, pero muy similar a la terrena. Es por ello que deseaban llevarse todas las cosas a las que tenían afecto, para poder gozar de ellas en el Más Allá. Ante el temor de que algunas cosas no durasen eternamente, las representaban de manera pictórica sobre las «casas de eternidad» para que cobrasen vida, ya que lo representado está creado, y su imagen es parte de su esencia del ser. Esta creencia les hizo representar escenas de la vida cotidiana con gran detalle, y hoy en día podemos rememorar como si nos hallásemos presentes, una escena de caza en familia, donde el señor de la casa lanza su boomerang, y el gato cobra la presa, o con pequeños cachorrillos jugueteando bajo la silla de su señora, o incluso las escenas como la de la tumba de Najt, en las cuales, ante el peligro de que los futuros familiares olviden en su provisión de ofrendas al gato, el animal está representado comiendo, siendo el único de la familia en tener así asegurada su manutención por toda la eternidad.

Los gatos, como el resto de animales domésticos, eran embalsamados con los mismos materiales y el mismo cuidado que cualquier otro miembro de la familia, y Herodoto nos habla de su sorpresa al contemplar el duelo con el que eran honrados:
«Cuando en una casa perece un gato de muerte natural, todos sus inquilinos se afeitan las cejas; pero al morir un perro, se rapan la cabeza y todo el cuerpo.
Los gatos muertos se llevan a locales sagrados donde son embalsamados y sepultados en la ciudad de Bubastis Cada cual entierra a las perras en ataúdes sagrados en su respectiva ciudad, y del mismo modo se sepulta a los icneumones…»

En el Antiguo Egipto sólo los seres puros y buenos podían acceder al Más Allá. Es pues conmovedor leer algunas inscripciones dedicadas a los animales domésticos, en las cuales los propietarios están firmemente convencidos de que sus animales son «justificados de voz», es decir, que pasarán con toda seguridad por las pruebas para comprobar su derecho a la vida eterna.
Así hacían extensivo el cuidado que hacia ellos tenían en la vida terrenal. Herodoto explica asombrado algunas anécdotas sobre el respeto del Egipto faraónico por la vida:

«Cuando se declara un incendio, es sorprendente lo que sucede con los gatos. La gente se mantiene a cierta distancia cuidando a los gatos y sin preocuparse lo más mínimo de apagar el fuego. Pero los gatos se escurren por entre la gente o saltan sobre sus cabezas y se precipitan en el fuego. Y cuando esto sucede, los egipcios se quedan muy apenados»

«Si alguien mata voluntariamente a uno de estos animales es condenado a muerte y si lo hace involuntariamente, paga una multa que fijan en cada caso los sacerdotes…»

La fascinante cultura del Antiguo Egipto tiene muchos aspectos que aún debemos descubrir, y que podemos aplicar a nuestra vida diaria. Algunos de ellos son su respeto por la vida, su deseo de armonía con la naturaleza y su amor por la justicia. Todo ello lo demostraron en su cálida relación con los gatos, sus compañeros para la eternidad.

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Fig. 11. Momias de gato. Museo del Louvre (París). Baja Época (716-332 a. C.).
Foto Susana Alegre García.

En recuerdo de mi Pusseta, una de mis «niñas», que murió justo el día anterior a uno de mis viajes a Egipto, y dedicado a mi madre, que la enterró con sus propias manos para ocultar su muerte y evitarme así el dolor de su perdida hasta mi regreso.

Nuria Castro i Jiménez
Coordinadora de las secciones de Vida Cotidiana y de Medicina en el Antiguo Egipto

 

 

(Mejora de SEO/Readability/Presentación… 16 de mayo de 2020. No hay cambios en contenidos o ilustración)

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