Periodos predinástico, protodinástico y dinástico
Para el periodo que solemos llamar de “los Reyes-Dioses” o Dinastía 0 [3.200 a 3.000 a. C.], en Egipto el uso de las armas está muy avanzado. Hay una incipiente tecnología metalúrgica (cobre), del vidrio (la faenza o fayenza), de la cerámica y la madera que empieza a superar las posibilidades que el tallado del sílex, enormemente desarrollado y perfecto, ofrece. Aun así, durante años se sigue empleando el sílex como elemento básico para la construcción de puntas de flechas, picos de lanzas y cabezas de mazas. (Figura: 7)
En esta fase de la historia, Kemit, “la negra”, se encuentra dividida en dos partes netamente diferenciadas, enunciando ya algo consustancial a su naturaleza: la dualidad. El norte, con una mentalidad y el sur con otra, están claramente enfrentados a pesar de la unificación que se consigue con un legendario rey, Narmer, “Horus Toro Poderoso”, 3.100 a. C., como se muestra en “La Paleta de Narmer”. (Figura: 8)
Fig. 8 – Paleta de Narmer por ambas caras – (Grupo A) |
Sin embargo este concepto de unificación mediante la guerra, no se admite demasiado en la actualidad y el criterio es otro. Y es que se inicia y madura la unificación del Alto Egipto (Sur), dividido igualmente en pequeños reinos. Cuando el sur se unifica, estableciéndose este equilibrio bajo la égida de la ciudad de Nejen o Nekhen (Hieracómpolis, llamada también “La ciudad del Dios Halcón”.) Cuando el sur se hace fuerte por la unión va a incluir en esta agregación e invasión desde el al Bajo Egipto (Norte). Si fue con o sin luchas, no hace al caso, pero es evidente que nada se consigue sin combates y porfías. Al unificarse se forma así el Primer Estado Nacional de la historia. Este concepto, se admita o no, sustituye al ya fuera de uso que indica que la unificación la realiza el rey Menes en la Dinastía I mediante una cruenta lucha contra el Norte o Bajo Egipto, por los repetidos ataques del Alto Egipto (Sur), sobre todo para incorporar la rica región del Delta, donde ya existe, aunque más débil, una avanzada civilización no militar.
Sin embargo esta dualidad norte-sur y sus claras diferencias van a durar muchos siglos, e incluso siempre estarán presentes como una amenaza potencial. Pero este aspecto no es el tema de este estudio y debemos seguir con el armamento de este periodo.
Es evidente que en las primeras dinastías ya existe un ejército, pequeño e irregular, pero presente y en evolución. Estas tropas, si se hace necesario, se incrementan mediante leva si las circunstancias así lo requieren. De la potencia de las armas de este momento tan arcaico dan fe toda una serie de hallazgos que así lo demuestran. No hace mucho tiempo pude leer[3], que se habían encontrado 59 cadáveres, muy bien conservados por la arena, en la zona del Sudán, en Djebel Sahaba, de un periodo muy arcaico (mucho antes de las primeras dinastías, ya que se les fecha entre los 12.000 y 10.000 a. C.) con flechas clavadas en los huesos de las momias que la arena y el calor habían hecho por medios naturales. Estas flechas clavadas profundamente en los huesos, indican de forma manifiesta que ya se usaban arcos de gran potencia. Otras momias de este grupo presentaban además otras lesiones óseas de gran contundencia y destrozos óseos. Todo lo cual demuestra que las luchas eran claras y muy violentas entre los grupos armados y que el armamento utilizado era ya de gran potencia y efectividad.
Sin embargo, hasta muy avanzado en el tiempo, después del Imperio Antiguo, no fue necesario un ejército permanente y organizado. Si la unificación del N. y el S. implicaron guerras o no, es cuestión de opiniones; pero hemos de decir, por la experiencia consagrada por la memoria del paso de los siglos, que sin un potente ejército amenazante, nadie se deja invadir. Sin embargo, en esta primera época, los ejércitos eran de existencia efímera y escasos efectivos, realizándose una recluta, una leva, si era necesario.
Sin embargo en el Imperio Antiguo el número de soldados en actividad militar era mínimo: entre 80 y 300 según las circunstancias por unidad para una determinada zona o misión. Este número era similar al empleado en las expediciones en busca de metales y minerales, expediciones de las que había varias en distintos puntos del país y del entorno geográfico. Es curioso constatar que las protecciones de los mineros, incluso dentro de territorio no propio, eran muy reducidas y se habla en estos casos de no más de una docena de soldados. Pero como la mayoría de estas incursiones se hacían en países colindantes, los mineros y los prospectores iban siempre acompañados de tropas para su defensa y de un pequeño grupo de escribas para hacer el registro sobre papiro de los puntos en los que había el material deseado, la existencia de pozos con agua, animales para cazar y otros detalles.
En consecuencia, las cifras cantan y es evidente que tenía que haber por necesidades absolutas, un ejército y una policía interna del país, vigilantes de fronteras y los hombres de la marina (“La flota Kebenit”) que vigilaba las costas, etcétera. Por tanto debemos considerar como mínimo la existencia de un número, en torno a los 1.000 soldados, entre tropas y mandos siempre en activo.
Pero si la situación se volvía adversa, por invasión o por las frecuentes y arbitrarias incursiones hacia los países vecinos que hacían los egipcios cuando deseaban esclavos para mano de obra, ganado, madera o minerales, se tendrían que establecer levas de soldados para poder tener un número adecuado a esas necesidades. Era una conducta similar a lo que se hacía cuando se necesitaban trabajadores para las “Obras del rey”. Simplemente se establecía una corvea de la que nadie podía desentenderse. En estos casos especiales de necesidades militares importantes, se llegaba a reunir unidades de 2.500 a 3.000 personas o más, si la situación era excepcional. La población en la época del Imperio Antiguo era escasa y muy distribuida por toda la vega del Nilo, con un número total de habitantes en torno a 1.500.000 personas como mucho, según los postreros estudios demográficos[4].
[3] José Miquel Parra Ortiz.- Gentes del Valle del Nilo.-Editorial Complutense.- 2003.- Página: 178
[4] Juan C. Moreno García.- Egipto en el Imperio Antiguo.- Editorial Bellaterra Arqueología, 2004. Pág: 45