La remota prehistoria
Desde tiempos pretéritos, la especie humana ha sido agresiva por, al menos, dos motivos. Cazar para alimentarse y guerrear para conquistar mujeres, terreno y ganado o defenderse de la depredación de los vecinos que tienen las mismas intenciones. Ya, desde esos alejados tiempos, hay instrumentos que se ha demostrado que eran armas y existían hace más de 70.000 años a. C.
De este modo tenemos el mango de hacha, cuya fecha de aparición la tenemos en unos 45.000 años a. C., momento en el que aparecen las denominadas “hachetas”[2]. Antes de los mangos se usaban las clásicas piezas de sílex con diversos aspectos en las que el antebrazo actuaba como mango y la mano colocaba el tallado biface sujeto por la parte ancha dejando la aguda y el corte hacia el exterior para dar el golpe.
Lo mismo ocurre con toda una serie de instrumentos cuyo uso, a lo largo del tiempo ha tenido tres aspectos más o menos inseparables: 1.- Como objetos ceremoniales. 2.-Como instrumentos de caza. 3.- Como armas agresivas y defensivas.
Todos estos artilugios son la lanza, el arco y las flechas, las jabalinas, las mazas, las hachas ya citadas, los objetos arrojadizos de diversos aspectos que están ya presentes en el periodo Predinástico. (Figura: 5). Finalmente los escudos, los cascos y las armaduras, no son contemporáneos de estas armas, sino bastante más tardíos, pero que al menos debemos nombrarlos y hacer un mínimo comentario sobre ellos más adelante.
El humano desde momentos ya perdidos en las arenas del tiempo, ha tenido que luchar para sobrevivir. Y no sólo debía hacerlo con el clima, sino con una geografía adversa, con animales feroces que, al igual que los humanos, eran depredadores. Y, como no, con otros congéneres que acuciados por los mismos problemas trataban de arrebatarles lo que poseían.
Y es que la historia de la humanidad ha estado siempre sometida a una permanente disputa. Lo que inicialmente eran luchas tribales, posteriormente lo fueron de hordas entre sí. Y conforme la civilización avanza esta situación pasa de luchas locales a guerras entre los distintos inicios de futuras nacionalidades que están condicionadas por las áreas geográficas.
Esta lucha se hace crónica, cada vez más amplia y sofisticada. Y como se ha dicho innumerables veces, no hay nada, por desgracia, que acelere tanto los avances tecnológicos de las civilizaciones, como las guerras. De este modo y por las mismas causas, las primitivas armas iniciales evolucionan a gran velocidad y acaban siendo de una eficiencia que no ha cesado de mejorar hasta los tiempos actuales. Así en épocas del Reino Nuevo, las armas tienen un aspecto muy “moderno” y son de una magnífica construcción y una gran eficacia. (Figura: 6)
[2] McDermott, Bridget.- La guerra en el Antiguo Egipto.- Editorial Crítica- Barcelona.- 2006.- Pág: 55