Domingo Francisco Badía y Leblich (“Alí Bey el Abasí”)
Por José Antonio A. Sancho y Gerardo Jofre
1 octubre, 2010
Modificación: 1 mayo, 2020
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Domingo Francisco Badía y Leblich (Alí Bey el Abasí)

Domingo Francisco Badía y Leblich 01-04-1767 Barcelona (España) / 30-08-1818 Salt (Jordania)

Hijo de Pedro Badía, Secretario del Gobernador de Barcelona,  Bernardo O’Connor Phali, y de Catalina Leblich, de familia militar flamenca, Domingo Francisco Badía y Leblich nació el 1 de abril de 1767 y, como era lo habitual en la época fue bautizado ese mismo día en la Catedral de Santa Eulalia de Barcelona. Poco se sabe de su infancia y juventud aunque parece que llegó a estudiar Matemáticas y Filosofía, que luego, con el tiempo, ampliaría con la práctica a Astronomía, Geografía, Física, Historia Natural, Cartografía, Música, Dibujo, Teatro y Humanidades; además de dominar idiomas como el árabe, latín, francés, italiano e inglés.

A la edad de 11 años (1778), siendo su padre trasladado a Cuevas de Almanzora (Almería) para ocupar el puesto de Contador de Guerra y posteriormente de Tesorero del Partido Judicial en Vera (Almería), el joven Badía participó en tareas contables y empezó a interesarse por el mundo musulmán tan presente en la zona. A los 19 años obtuvo su primera ocupación al ser nombrado Administrador de Utensilios para luego suceder a su padre como Contador de Guerra bajo el gobierno del rey Carlos III. A sus 26, ya casado con María Lucía Berruezo y Campoy, fue nombrado Administrador de Tabacos en la Córdoba de Carlos IV. En esa ciudad estudió árabe y se mostró interesado por los novedosos aeróstatos que acabaron llevándole a la ruina, razón por la cual dimitiría de su cargo y se trasladaría, primero a Puerto Real (Cádiz) y más tarde a Madrid, donde trabajaría en la biblioteca-archivo del Conde de Castelfranco a través del cual se relacionaría con la corte.

El 10 de abril de 1801, presentó ante Pedro Cevallos Guerra, Secretario de Estado y del Despacho bajo el rey Carlos IV, un proyecto para realizar una expedición científica a África, apoyándose en el interés que se empezaba a mostrar en Europa por el continente. Aprobado gracias el auspicio del Primer Ministro, Manuel Godoy y Álvarez de Faria, el 12 de mayo de 1802 partió en compañía del botánico e instructor de árabe, Simón de Rojas Clemente y Rubio, primero a París y luego a Londres. Allí se entrevistó con diversos científicos y viajeros ingleses con quiénes mantuvo múltiples charlas, adquirió material para su empresa, se proveyó de una colección para el Real Gabinete de Historia Natural de Madrid e incluso se dejó barba y fue circuncidado en la idea de acreditarse como verdadero musulmán en los países que pretendía visitar.

Pero algo cambió en los planes de gobierno de Manuel Godoy cuando apenas llegado a Cádiz, su compañero Rojas Clemente era obligado a abandonar la empresa (y silenciado con una importante suma de dinero), Badía era nombrado Brigadier de los Ejércitos Reales y aquélla expedición pasó de ser científica a serlo política, y de conducirle al África central a dirigirle exclusivamente a Marruecos.

El 29 de junio de 1803 inició su aventura y atravesando el Estrecho por Tarifa, se dirigió a la ciudad de Tánger dónde confluían diversos e importantes intereses internacionales y españoles. Allí ocultó su verdadera identidad y haciéndose pasar por hijo de un inexistente príncipe abasí, “Otmán Bey”, se hizo llamar “Ali Bey el Abasí”. En Marruecos permaneció hasta octubre de 1805, tiempo durante el cual recorrió el país envuelto entre ricos ropajes y falsas acreditaciones que, unido a su alta preparación intelectual, le harían entablar gran amistad con el sultán Mulay Solimán Ben Mohamed (1792-1822), quien lo colmaría de honores, pero a quien pretendía derrocar mediante una sublevación. Descubierto su verdadero cometido e invitado a abandonar el país, inició verdaderamente su proyecto científico. Así, Badía se embarcó rumbo a Trípoli con destino a Alejandría y a esa ciudad llegó el 12 de mayo de 1806 tras diversos incidentes con el capitán, marinería y meteorología, que le llevaron, primero al Peloponeso y luego a Chipre. En Alejandría visitó, entre otros lugares, sus catacumbas, la Columna de Pompeyo y los obeliscos de Thutmose III que Julio César trasladara a la ciudad. De todos ellos realizó notables grabados.

El 10 de noviembre llegaba a El Cairo surcando el Nilo, siendo muy bien recibido, él y su comitiva, en el papel de príncipe abasí y por lo tanto, descendiente del Profeta. En Egipto permaneció hasta mediados de diciembre y durante ese tiempo visitó sus más notables edificios, palacios y mezquitas, que también dibujó. Profundizó en sus costumbres, se relacionó con sus gobernantes y mostrándose interesado por el pasado y, favorecido por sus “orígenes”, se le facilitó el acceso a las pirámides de Guiza, la Esfinge y Saqqara. Gracias a esos privilegios se haría con una serie de antigüedades (de las que se desconoce su número e importancia), pero que por las razones que fueren tuvo que ofrecerlas al astuto comerciante de antigüedades y diplomático francés de origen italiano, Bernardino Drovetti, antes de continuar viaje a La Meca. En la sagrada ciudad musulmana permaneció durante dos meses, tiempo durante el cual continuó siendo agasajado por sus gobernantes y visitó el sagrado recinto de la Kaaba, oculta a todo occidental. Posteriormente, tras una larga y angustiosa travesía por el Desierto Arábigo, el 14 de junio se hallaba de nuevo en El Cairo, aunque apenas se detendría, camino de  Jerusalén y otras ciudades de Tierra Santa, para continuar a Damasco, Alepo, Acre y Constantinopla. En esta última, siendo conocedor de la entrada de los ejércitos napoleónicos en España, apresuró su marcha hacia Bucarest, Viena, Munich y París, llegando a España el 12 de julio de 1808.

Durante aquel viaje Badía se hizo con un importante número de antigüedades, armas, trajes, etc. Algunas fueron entregadas al cónsul de España en Alejandría, José Camps y Soler, para las colecciones reales; pero cabe señalar muy especialmente que tal periplo le hizo conseguir, aún a pesar del riesgo que ello le hubiera supuesto en caso de haber sido descubierto, lo que fueron los primeros planos detallados de la Kaaba que se conocían en Occidente. Al mismo tiempo hizo múltiples observaciones científicas, memorias descriptivas (políticas, científicas y etnográficas), además de planos detallados y dibujos, que siendo muy apreciados le valdrían el reconocimiento de los científicos a raíz de la publicación en 1814 en París de su Voyages d’Ali Bey el Abbasi en Afrique et en Asie: pendant les années 1803, 1804, 1805, 1806 et 1807, que serían la inspiración de exploradores como Richard Francis Burton (1821-1890) o Alexander von Humboldt (1769-1859). Desgraciadamente ese reconocimiento no se le pudo dispensar en España por coincidir su llegada con los acontecimientos que provocó la ocupación francesa, la abdicación del rey Carlos IV y la marcha del gobierno de Manuel Godoy. Ciertamente Badía tomó posición en favor de los franceses, lo que le valió para ocupar importantes cargos civiles en la España ocupada y por ello fue tildado de “afrancesado” y traidor por el pueblo, pero en su dispensa también cabe decir que aún en esas circunstancias parece que no hizo sino seguir la voluntad del propio rey Carlos IV, cuando coincidiendo en la fronteriza ciudad francesa de Bayona e informado de sus hazañas, le dijo que su deber era ponerse a las órdenes del emperador francés pues “a todos conviene que sirvas a Napoleón”, cosa que hizo hasta que fue destituido por cierta gestión como Prefecto de Córdoba (aunque no se le expulsara de la administración). En tales circunstancias la prudencia le aconsejó abandonar el país y marcharse a París donde años más tarde, siendo protegido por el rey Luís XVIII, editado su viaje y nombrado Mariscal de Campo, se le propuso realizar dos viajes ahora como “el peregrino Alí Abu Otman”; uno con destino a La Meca y otro que, entrando por Etiopía, le llevara a Senegal atravesando Darfur y el río Níger. Aquél primer viaje que se inició en febrero de 1818 resultó ser el último, pues estando en Damasco se puso muy enfermo y desoyendo los consejos médicos, prosiguió. Lamentablemente cuando se hallaba a pocas horas de camino de la ciudad jordana de Salt (Balqa), la disentería (o el envenenamiento según otras fuentes) le provocó la muerte.

Desconocemos, y no nos interesa, si Domingo Francisco Badía y Leblich fue científico o espía, afrancesado o patriota, musulmán o cristiano, aventurero o prohombre, pero de lo que no cabe ninguna duda es que su viaje a Oriente y su libro Voyages d’Ali Bey el Abbasi en Afrique et en Asie: pendant les années 1803, 1804, 1805, 1806 et 1807, realizados en un momento tan convulso como el de principios del XIX, en el que esa región estaba vedada a los occidentales, contribuyó a que otros exploradores y científicos europeos posteriores se iniciaran en el deseo de conocer tan lejanas tierras y culturas de las que Egipto y por ende la Egiptología, formaba parte.

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Recomendaciones en la red

http://ca.wikipedia.org/wiki/Dom%C3%A8nec_Badia_i_Leblich
http://infokrisis.blogia.com/2009/021304-ali-bey-aventurero-y-descendiente-del-profeta.php

 

Artículo publicado en BIAE 71, julio/septiembre 2010: https://egiptologia.com/biae-numero-71-julioseptiembre-2010/

BIAE Número 71 – Julio/Septiembre 2010

 

Autores José Antonio A. Sancho y Gerardo Jofre 

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