Damnatio Memoriae en el Antiguo Egipto: la condena de la memoria en tiempos faraónicos
Por Belén Amaya Pérez
19 octubre, 2020
Representación eliminada del faraón Akhenatón. Museo al Aire Libre de Karnak.
Modificación: 2 enero, 2021
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La cultura egipcia es, quizás, una de las más grandiosas e influyentes de la historia. En un contexto en el que el despliegue de poder resultaba tan evidente e, incluso, avasallador, no resulta extraño afirmar que los castigos y/o condenas establecidas se llevaban a cabo con rigor y “mano de hierro”. En este sentido, podemos destacar la Damnatio Memoriae, posiblemente una de las penas más curiosas y, a su vez, más fulminantes. Se trata de una expresión latina que, en castellano, puede entenderse como “condena de la memoria”. Pero, ¿qué suponía realmente?

La Damnatio Memoriae se utilizó sobre todo en el Imperio Romano, pero no fueron los únicos en hacerlo puesto que, antes de ellos, los egipcios ya habían recurrido a ella en diversas ocasiones. Grosso modo se trataba de una condena definitiva en la que se eliminaba por completo la figura de la persona en cuestión, haciendo como si esta jamás hubiese existido. A priori, puede parecer inverosímil que la existencia de alguien pueda erradicarse de esa manera, pero los egipcios procuraron que, en determinados casos, así fuese. Se trataba de una pena especialmente dura, teniendo en cuenta las creencias de ultratumba que se tenían en el Antiguo Egipto, puesto que, de aplicarse, la estancia del difunto en el Reino de los Muertos se vería perturbada.

La aplicación de esta pena podía deberse a, quizás, un incumplimiento de lo que se consideraba era la norma, el ser una figura demasiado problemática, a un reinado demasiado fuera de lo que se esperaba en el caso de los faraones… Las razones, como digo, pueden ser diversas y pueden no estar del todo establecidas o delimitadas, pero sí que conocemos algunos casos concretos en los que se decidió aplicar la Damnatio Memoriae intentando fulminar así la existencia misma del condenado. A efectos prácticos, esa persona jamás existió y, como tal, su memoria no podrá perdurar en el tiempo. Si recordamos que, para los egipcios, el concepto de eternidad era clave y uno de los pilares en torno al cual construían su mundo, podemos llegar a entender el verdadero radicalismo del castigo.

Templo a Atón en Ajetatón (Tell el-Amarna). Fragmentos de este templo fueron reutilizados posteriormente para elevar otras construcciones en las proximidades 

Reconstrucción de los relieves de una construcción de Akhenatón en Luxor, que fue desmantelada en al entigüedad y los fragmentos reutilizados en las obras de Karnak. Museo de Luxor. 

Uno de los personajes más destacados que sufrió este horrible destino fue el faraón Akhenatón, perteneciente a la Dinastía XVIII. Este faraón fue especialmente conocido por atentar contra el sistema de creencias y la religión politeísta que se estilaba en Egipto. Estableció el culto único y exclusivo al Dios Atón, al que le dedicó su propio nombre (que significa “amado por Atón” o “útil para Atón”) y una ciudad que él mismo construyó, Ajetatón (que significa “el horizonte de Atón”). Fue por esta razón por la que se le aplicó la Damnatio Memoriae. Los egipcios no vieron con buenos ojos el nuevo sistema de creencias impuesto por el faraón, así que decidieron acabar no solo con él, sino también con todo lo que había construido.

No mención de los faraones vinculados con el Período Amarniano en la Lista Real de Abidos, que salta de Amenhotep III a Horemheb 

Su hijo, Tutankhamón, el faraón niño y la que posiblemente es una de las figuras más célebres de todo el Antiguo Egipto, siguió una suerte parecida a la de Akhenatón: se procuró que desapareciera y que acabara cayendo en el olvido. En muchos casos, se cree que murales, relieves o figurillas dedicadas al rey Tutankhamón acabaron por “cambiar de dueño”, para que así las generaciones venideras no llegaran siquiera a oír su nombre. Además, muchos estudiosos se preguntan que siendo Tutankhamón faraón y sabiendo las enormes construcciones funerarias que se llevaban a cabo, ¿cómo puede ser que su tumba fuera tan pequeña y que, incluso, esté inacabada? Esto sugiere, por un lado, que su muerte ocurrió de forma súbita, antes de lo que parece ser se tenía previsto. Por otro lado, también puede dar a entender que se pretendía restarle importancia y no darle lo que se suponía era un enterramiento a la altura de un faraón.

Imagen de Hatshepsut eliminada. Permanece competa la de Tutmosis III. Templo de Deir el-Bahari

Otro personaje importante que intentó erradicarse por completo de la historia es la reina faraón Hatshepsut, perteneciente también a la Dinastía XVIII. En este caso, el hecho de que se trate de una mujer faraón ya resulta significativo y nos da una pista del motivo por el cual se llevó a cabo su condena. En aquel momento, solo los hombres tenían el poder y la relevancia suficiente como para acceder a ese puesto (solo de forma muy excepcional las mujeres llegaron al trono egipcio). Sin duda, se consideraba un puesto hecho para un hombre. Fue quizás por la osadía y valentía de Hatshepsut, así como por haber quebrantado todas las reglas reales establecidas, por lo que se la condenó al olvido más absoluto.

Eliminación del los nombres del protocolo faraónico de Hatshepsut. Templo de Deir el-Bahari 

A pesar de que en muchos de estos casos se hayan borrado sus nombres de las listas reales y pese a los diversos intentos de los antiguos egipcios, aún hoy resuenan algunos de estos nombres, lo que prueba que la Damnatio Memoriae parece no haber sido efectiva, al menos no en todos y cada uno de los casos en los que se aplicó. ¿Verdaderamente se consiguió erradicar a alguien de manera que hoy ni siquiera conocemos su nombre? Es, cuanto menos, posible, aunque nunca lo sabremos a ciencia cierta. Lo que sí está claro es que los egipcios no dudaban en intentar borrar las huellas de quienes consideraban oportuno, atentando contra la propia vida e, incluso, contra lo que sea que los difuntos experimentaran después.

 

Autora Belén Amaya Pérez

Fotos: Archivo documental AE.

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