Arqueología en directo o un «directo» a la arqueología
Por Rosa Pujol
23 junio, 2005
Modificación: 3 junio, 2020
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La modesta aficionada a la Egiptología aguardaba el gran momento con una excitación difícil de disimular. Había pasado tanto tiempo esperando que sucediera algo así, que casi no podía creerlo.

Pasó la tarde del sábado como pudo, consultando el reloj a cada momento, y, al acercarse la hora de emisión del programa, dijo a su familia que se buscaran la vida para cenar, y ella se apoltronó frente al televisor. Incluso limpió las gafas, notando un confort casi olvidado, y viendo que la vida era de colorines, y no con niebla como la veía habitualmente.

Los misterios de la Gran Pirámide revelados

¡¡¡Ayyy, qué emoción!!!

La cosa no pintaba del todo mal. Una locutora intrépida empezó mostrando la Gran Pirámide desde todos los ángulos. Además se refería al rey constructor como Jufu. ¡Qué nivel!, pensó la aficionada. Luego entró y caminó por el corredor, subió el empinado trecho agachada y llegó a la gran galería. Mmmmmmm, ¡qué disfrute! Luego recorrió el pasillo de pitufos hasta acceder a la Cámara de la Reina. Llegó sin resuello, como todo el mundo. ¡Esto es puro directo! Se decía la aficionada, arrellanándose en el sofá.

La cámara estaba repleta de extraños objetos, focos, ordenadores, y el robot. ¡Qué mono!, ¡Si parece un tanquecito como los de Sadam Hussein! Y, tras un poco de charleta con el egiptólogo, (vestido de lujo para la ocasión, camisa roja de seda, repeinado y seguramente perfumado) empiezan a meter el robot por el conducto. ¡¡Biennnnnn!! ¡¡Allá vamos!!

¿Qué pasa ahora? ¿Por qué cortan? Ah, para decirnos que no nos perdamos el próximo documental sobre buitres leonados. Y para informarnos de que ese canal de televisión es la pera. Bueno, ya volvemos.

Pero la aficionada ve que, de pronto, ya no estan en la Gran Pirámide, sino en una mastaba en la necrópolis de Giza. Allí otro egiptólogo igualmente impoluto nos explica que, para más inri, además de ver que hay tras la puerta…..¡¡¡van a abrir un sarcófago en directo!!!

¡Ohhhhhh! Se relame la aficionada. Esto es demasiado. ¿Cómo voy a poder con tantas emociones juntas? Abrir un sarcófago es su sueño dorado. Piensa que estará lleno de tesoros incalculables y que la momia estará diciendo “Quítame las vendas, y verás lo que es bueno”

Bien, pues la aficionada se dispone a comerse la uña del dedo índice mientras abren el sarcófago. Pero……nuevo corte para informarnos de que el documental del jueves sobre las tribus del Ngoro-Ngoro es lo nunca visto. Se vuelven a echar unos piropos y volvemos.

Pero a la vuelta del corte, tampoco estamos ya en el supuesto sarcófago del supuesto alcalde, sino que vemos una recreación del pueblo de los constructores de las pirámides. La aficionada piensa que resulta meritorio que ninguno de los personajes aparezca con reloj de pulsera o hablando por el móvil, pero no deja de chocarle que los supuestos niños de la aldea ostenten el mechón lateral de juventud reservado a los niños de la realeza. Se supone que estos eran los hijos de los albañiles. Pero ella tampoco sabe tanto, y a lo mejor está equivocada.

Cuando acaban con el teatrillo, nuevo corte para que no se nos olvide lo del tiburón blanco.

Al regresar, aparece de nuevo el interior de la pirámide, y el egiptólogo y la locutora charlan distendidamente. La aficionada nota que falta algo de tensión para la importancia del momento. La verdad es que el egiptólogo suda mucho. Eso debe ser la emoción, piensa. De pronto, el robot empieza a caer hacia atrás, como los caracoles cuando suben por un tablón empinado. ¡¡Oh qué catastrofe!! Menos mal que en seguida la tranquilizan diciendo que volverá a iniciar el ascenso. Mientras lo preparan de nuevo, nos informan de que los sábados a mediodía ponen unos documentales sobre el monstruo del Lago Ness que no debemos perdernos.

Cuando reanudan la emisión, que es en directo, ya no lo hacen desde la cámara de la pirámide, sino desde la mastaba del alcalde. A la aficionada le viene a la cabeza aquel programa de televisión en el que los concursantes tenían que encontrar cosas por medio de pistas, en el que la presentadora constantemente preguntaba al equipo de apoyo del concursante: ¡¡Miguel, Miguel!! ¿Cómo vamos de tiempo?? No sabe muy bien por qué, pero le vino a la cabeza.

El egiptólogo encargado de la mastaba enseña el sarcófago de piedra en el que hay un señor con un cortafríos quitando los sellos. ¿Eso son sellos? A la aficionada le parece Aguaplast como el que emplea su marido para tapar las grietas. Pero ella no entiende demasiado. Entonces llega el gran egiptólogo sin resuello, y lee de corrido y con buena pronunciacion los jeroglíficos del dintel de la mastaba. La aficionada lo mira embobada por la admiración. Acto seguido desciende a la cámara funeraria para abrir la tapa. Se arrodilla frente al sarcófago, ya libre de Aguaplast, y se lía a palanquetazos, levantando esquirlas de la piedra.

Este es un momento tan bueno como cualquier otro para que, mientras el egiptólogo intenta romper la tapa del sarcófago, nos recuerden que no debemos olvidar el documental de las águilas culebreras que pondrán dentro de quince días.

La aficionada se sorprende de que no regresen a la mastaba del alcalde, donde el egiptólogo, sin duda, estará cubierto de polvo luchando denodadamente para quitar la pesada tapa del sarcófago. En lugar de esto, en la pantalla aparece otro teatrillo explicando las fiestas religiosas y las procesiones de antaño. Tras un rato de ver gente disfrazada cantando salmodias incomprensibles, cortan de nuevo para informarnos de que la población de arañas moteadas de Madagascar está descendiendo alarmantemente. La aficionada hace un gesto de preocupación ante esta triste noticia, que la pilla por sorpresa.

Bien, piensa, ahora volvemos al sarcófago. Efectivamente, allí sigue el egiptólogo, impoluto, sin una mota de polvo, y lo que es más sorprendente, con la tapa aún sin quitar. Bueno, se dice la aficionada, habrá aprovechado la publicidad y el cuentecito para ir al WC y fumarse un cigarrito. Por fin, el popular arqueólogo mete otro palanquetazo a la tapa y la separa. La aficionada creía que estas cosas se hacían con algo más de mimo. Pero ella es muy novelera, y no entiende demasiado. Finalmente deslizan la tapa de piedra que no cae al suelo haciéndose pedazos de puro milagro y en el interior aparece……..

¡¡¡Oh, un esqueleto!!! Grita el egiptólogo con una expresividad igual a la que ella tenía en aquella obra de teatro que hizo en el colegio. La aficionada piensa: Pues claro que hay un esqueleto ¿qué esperaba? ¿La colección completa de “Verano Azul”? La aficionada, en su modestia, pensaba que en un sarcófago lo único que podía aparecer era un esqueleto o nada. Pero, a juzgar por el alborozo del egiptólogo, no debía ser frecuente encontrar esqueletos dentro de las tumbas. Hay que disculpar a la aficionada porque ella no tiene práctica. De hecho siempre pensó que una excavación era algo polvoriento, y resulta que no. Que la cámara del supuesto alcalde tenía menos polvo que su mesa de trabajo. ¡Qué cosas! Pensó.

Acto seguido, el especialista coge una brocha del 15 y empieza a darle brochazos a la calva del pobre alcalde, mientras en un cuadrito inferior de la pantalla aparece el robot avanzando por el conducto y se informa que sólo le faltan diez metros para llegar a la puerta.

Y aquí es cuando nos informan de que si queremos estar informados de cuanto sucede, es imprescindible que veamos el documental sobre los bosques caducifolios de Borneo, que están siendo atacados por plagas de orugas procesionarias.

Y vuelta al sarcófago. ¡¡Noooooooo!!, piensa la aficionada. Ahora quisiera ver al robot. Al alcalde ya lo ha visto y, francamente, tampoco le parece tan guapo. Está muy flaco. Pero es inútil. El egiptólogo se empeña en recitar la titulatura de este pobre señor y la aficionada se hace la siguiente pregunta. Si era un personaje de tan alto rango ¿Por qué está desvendado y sin embalsamar? ¿Por qué está en posición fetal como cualquier mindundi que aparece enterrado en la arena del desierto? Seguramente estas cuestiones tendrán respuesta, y la aficionada se promete a sí misma seguir estudiando hasta saberlo todo.

De pronto aparecen en la pantalla un tigre y una hiena dándose una paliza espectacular. Lo ponen a cámara lenta para que veamos mejor las dentelladas. Si queremos enterarnos de cómo acaba todo, hay que ver el documental llamado “Depredadores”

Y ¡por fiiiiinnnn! Volvemos a la cámara de la que sale el conducto hacia la puerta. El egiptólogo, ya está alli, sudando como un pollo. El pobre, mientras nos contaban lo del tigre ha tenido que cubrir la distancia entre la mastaba y la pirámide, subir las escaleras y pasar el corredor de pitufos. ¡Menuda sofoquina, pobre! Pero allí está dispuesto a asistir al momento cumbre de la noche. Todos contienen la respiración. Bueno, la aficionada contiene la respiración, porque los miembros del equipo están totalmente relajados, sin el menor atisbo de tensión en sus palabras o gestos. Sólo el egiptólogo suda. Ella ignora la razón.

Debe ser porque, antes de llegar al desenlace, le han prometido a otro egiptólogo, este menos fantasioso, que le dejarán decir unas palabras. Y las dice con acento alemán, y muy bien dichas. Al menos así le parece a la aficionada.

Y ya, sin más, hora y media después de inciarse el programa, el robot se pone ante la puerta y perfora un agujero redondo. Acto seguido mira a través de él introduciendo una luz como el Faro de Alejandría. Y aparece ¡¡¡¡una segunda puerta!!! Solo que esta vez no tiene ni tiradores, ni nada de nada. Parece adobe recubierto. Pero el egiptólogo está que no cabe en sí de gozo. Esto era exactamente lo que esperaba: otra puerta. Según él tiene huellas de dedos humanos y sellos . La aficionada no vio nada de eso, pero se fía de lo que diga la autoridad.

Después de esto, el egiptólogo habla con la locutora, y le cuenta que los conductos son canales mágicos para que pueda transitar por ellos el Dios-Caballo. La aficionada pone cara de extrañeza. Ella no entiende mucho de dioses, pero jamás había oido hablar de tan equina divinidad. Es más, los caballos no aparecieron por Egipto hasta muchos años más tarde, según cree. Al momento, la fina intuición de la aficionada dio con el quid de la cuestión. El egiptólogo dijo “God Horus” en inglés, pero con pronunciación faraónica. Y quien lo tradujo, tomó “Horus” por “horse” y no se lo pensó dos veces: el Dios-Caballo. Jejejeje, rio la aficionada. Será el dios-pollino que es el patrón de los traductores chapuzas.

Todo este episodio de la puerta duró cinco minutos. Y la aficionada se preguntaba. ¿Para esto he estado aquí, chupándome teatrillos y recreaciones horrorosas, y anuncios de reportajes sobre osos hormigueros y ornitorrincos durante dos horas de reloj?

Al principio se quedó estupefacta, luego se llamó a sí misma imbécil y crédula. Luego, se le pusieron los ojos vidriosos y se le crisparon las manos que sujetaban el mando a distancia. Cambió de canal con la promesa firme de no volver a ver ni un solo reportaje de gusanos, pulpos o elefantes. Y mucho menos de egiptología. ¡A robar a Sierra Morena!

 

Autora: Rosa Pujol

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