Amanirenas, una reina nubia contra Roma
Por Nieves García Centeno
24 marzo, 2021
Reina nubia. Neues Museum. Foto: Susana Alegre
Modificación: 9 agosto, 2021
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El que se iba a convertir en primer emperador romano tuvo que vérselas de nuevo, unos diez años después de vencer a Cleopatra, con otra mujer del Nilo, nada menos que con una reina nubia, de la que los cronistas de entonces no enfatizaron su nariz, sino que era tuerta y de corpulencia hombruna. Se llamaba Amanirenas y tuvo la osadía de enfrentarse a Roma para mantener su reino de Meroe independiente, lo que consiguió con la firma de un tratado de paz bastante beneficioso que se mantuvo durante siglos. Aun así, la guerra romano-nubia en la frontera sur estuvo muy igualada y los kushitas no se dejaron dominar y menos pisotear, de lo que no se libró Augusto, cuyo busto fue enterrado maliciosamente por esta candace bajo las escaleras de un templo en Meroe.  Y no era una leyenda, pues la estatua, que se puede visitar en la actualidad en el Museo Británico, fue allí hallada a principios del s. XX.

Cabeza realizada en bronce de Augusto, descubierta en Meroe y conservada en el British Museum. Fotografía Wikipedia 

Pero pongámonos en situación. ¿Cómo estaba Nubia en esa época turbulenta en la que Egipto, su vecino derrotado del norte, iba a formar parte de Roma? Kush era la región del sur, rica en oro, la tierra de los mejores arqueros. En el Reino Nuevo formó parte del imperio egipcio, pero tras el fin de esa época de esplendor y la caída de las dinastías ramésidas se entró en el llamado Tercer Período Intermedio, desde el siglo XI hasta el VII a.C. Unos años convulsos de fragmentación política y pérdida del poder central tras Ramsés XI, el último rey de la Dinastía XX. Se hizo con el trono un linaje libio apoyado por los sumos sacerdotes de Amón de Tebas, y establecieron la capital en Tanis, en el Delta, fundando la Dinastía XXI; a éstos se unieron otros jefes también de origen libio (Dinastía XXII), con capital en Bubastis y luego en Tanis, y aunque sus reyes llegaron a reunificar el país, nuevas divisiones internas llevaron a la formación de las Dinastías XXIII y XXIV, también de origen libio, establecidas en Leontópolis y Sais, respectivamente.

Amenirdis I, Adoratriz de Amon, Museo nubio de Asuán. Foto: UNESCO 

Por otro lado, empezaba una etapa de conquista por parte de potencias extranjeras como asirios o persas, lo que aprovecharon los reyes kushitas para ocupar Egipto y fundar la Dinastía XXV, aunque durante 70 años coexistieron con los monarcas libios. Entre estos reyes destacó Pianji (747-716 aC), que llegó hasta Tebas y reunificó Egipto; aunque gobernó desde Napata (cuarta catarata), asumió todos los títulos y la tradición faraónica, deseoso de mezclarse con las élites egipcias, llevando a cabo proyectos arquitectónicos interesantes, como el templo levantado en Gebel Barkal en honor a Amón (Amani) y Mut. Además, su hermana Amenirdis I y luego su hija fueron Divina Adoratriz de Amón, un cargo hereditario que hasta entonces venían ostentando las princesas libias, por lo que la familia real kushita fue así sometiendo a los otros reyes egipcios. Estos faraones se caracterizaron por representarse con dos ureus.

Templo de Amón en Gebel Barkal. Foto: Susana Alegre 

Su hijo Taharqo, que estaba en Menfis, se tuvo que trasladar a Tanis debido a la presión asiria por conquistar Egipto, pero no pudo evitar que Asarhadon se hiciera con Menfis y su hijo Asurbanipal rematara la faena saqueando Tebas. Aun así, los asirios dejaron el gobierno en manos de las élites del Delta, que aprovechó Psamético I para unificar el país y fundar la Dinastía XXVI. Empezará la llamada Baja Época o Período Tardío.

Pirámides de Meroe. Foto: Susana Alegre García 

Sin embargo, los kushitas continuaron dando guerra, ya que en la región de Tebas siguió gobernando Tanutamani (o Tanutamón), sobrino de Taharqo. Finalmente, en el año 656 aC, Psamético lo expulsó e impuso a su hija como Divina Adoratriz de Amón. Así terminaba esta dinastía nubia, que se replegó al sur, el actual Sudán, de nuevo a Napata. Con la dinastía lágida no hay fuentes sobre sus gobernantes, excepto una mención que Diodoro de Sicilia hace de un rey llamado Ergamenes (Arkamani), contemporáneo de Ptolomeo III (s. III a.C.) y amante del mundo griego, que llegó a enfrentarse con los sacerdotes de Napata, sustentadores todavía de gran poder desde el templo de Amon en Gebel Barkal, por lo que decidió llevar la necrópolis real y el culto a Meroe, además de intensificar el culto al dios león Apedemak. Se fue sustituyendo la escritura egipcia por la meroítica y en los ritos fúnebres se adoptaron vestimentas y ajuares nubios en detrimento de la tradición egipcia.

Mapa de Egipto y Próximo OrienteMapa de Egipto, Nubia y Próximo Oriente

 

Guerra contra Roma

Tras la conquista romana del país del Nilo (30 aC), si Egipto pasaba a ser una provincia especialmente vigilada, los gobernantes de Meroe mantuvieron en principio su independencia con una serie de tratados comerciales. Augusto nombró como primer prefecto en la zona a Cornelio Galo, el jefe de la armada que atacó desde Libia a la flota de Marco Antonio y Cleopatra, pero también poeta y muy amigo de Virgilio. Nada más llegar tuvo que acabar con los últimos seguidores de los ptolomeos en la Tebaida (los trece nomos entre Abidos y Asuán), pero su afán de destacar sus logros militares con monumentos y estatuas, y su poca eficacia administrativa, provocó que el Senado lo acusara de alta traición; según Dion Casio, se quitó la vida por este motivo. Fue sustituido por Elio Galo, quien nada más llegar, y por orden de Augusto, tuvo que preparar en el año 24 a.C. una expedición a Arabia Felix (el actual Yemen), un enclave estratégico en las rutas comerciales pero que terminó en un total fracaso. Lo mismo que su tarea de pacificar a los inquietos kushitas, que no estaban muy de acuerdo con la intrusión cada vez más evidente de los romanos; de hecho, aprovecharon la ausencia del prefecto para saquear Filae. Por ello, fue sucedido por Cayo Petronio, amigo de Augusto y mejor militar. Tras derrotar a los todavía egipcios rebeldes en Elefantina, los romanos arrasaron Napata y sometieron Primis (Qaser Ibrim), al sur de Asuán, donde se construyó un fuerte, para después avanzar hacia el sur y encontrarse con nuestra protagonista. Corría el año 22 a.C.

Templo de Filae. Foto: Susana Alegre García 

Las crónicas sitúan en esos años a una reina llamada Candace o Candacia, un vocablo latinizado de la forma griega del meroítico kdke (Kandake), que era el título de las reinas o reinas madre del reino de Kush. En realidad, su nombre era Amanirenas.

La estela de Hamadab

Sabemos de Amanirenas por cuatro inscripciones, porque hasta la fecha no se ha encontrado ningún relieve o estatua de ella. En dos aparece citada como kdke junto al rey Teriteqas, que debía ser su esposo. Por otro lado, en una naos de bronce hallada en Kawa y en la estela de Hamadab se hace llamar qore, es decir, rey, por tanto, se puede suponer que después de la muerte de su esposo y de su hijo Akinidad, ascendió al trono.

La estela de Hamadab es de piedra arenisca y se encuentra en el British Museum (EA1650). Fue encontrada en 1914 por John Garstang, de la Universidad de Liverpool, en Hamadab, a 2 km al sur de Meroe, donde ya había excavado desde 1909. Allí desenterró los restos de un pequeño templo con una puerta flanqueada por dos estelas, ambas in situ. Una se llevó a Londres, mientras que la otra se dejó en su sitio. En la parte superior de la estela aparecen representadas unas piernas, quizás la reina y su hijo, frente a un dios, que pudiera ser Amon, y, al otro lado, de nuevo dos personas ante una diosa sosteniendo un ankh. Debajo de este registro hay un friso estrecho con prisioneros atados y después siguen 42 filas horizontales escritas en cursivo meroítico en las que, si la traducción es correcta, ya que, aunque se conoce el alfabeto de esta lengua, todavía no se puede leer perfectamente por la falta de textos bilingües o más hallazgos que ayuden a su desciframiento, se menciona a Amanirenas y a Akinidad, su hijo.

Estela de Hamadab. Foto: British Museum https://www.britishmuseum.org/collection/object/Y_EA1650

Se cree que esta estela informa de una guerra contra Roma en el año 25 a.C. en la que los romanos devastaron algunas ciudades de la Baja Nubia, pero luego tuvieron que rendirse tras ser derrotados por los nubios. Los cronistas romanos sin embargo hablan de una derrota del ejército kushita y el posterior saqueo de la capital, Napata. Por tanto, esta estela confirma esta campaña y la presencia de estos personajes.

El enfrentamiento armado comenzó cuando Roma les impuso a los kushitas un impuesto que no quisieron asumir. Por tanto, juntaron un ejército y saquearon el fuerte romano de Siena, la actual Asuán, y destruyeron y se llevaron algunas estatuas romanas de Filae, como contaron Plinio y Estrabón. El tercer prefecto de Roma, Petronio, contraatacó con 10.000 hombres y 800 jinetes y los hizo retroceder, pero no fue fácil y los nubios, al mando de Amanirenas, consiguieron conquistar varias plazas en el sur de Egipto; allí pudo haber perdido su ojo. Estrabón habla de que los meroítas eran dirigidos por una Candace tuerta y que su hijo Akinidad, que debió morir en esa batalla en el año 24 a.C., no pudo llegar a ser reconocido como rey, siendo su madre la que continuó la guerra contra los romanos.

En una de esas batallas los kushitas se llevaron varias estatuas imperiales, entre ellas la famosa cabeza de Augusto que está en el Museo Británico (1911, 0901.1). Aunque muchas fueron devueltas tras las negociaciones de paz, por lo menos una permaneció enterrada bajo los escalones de un templo en Meroe dedicado a la victoria contra Roma. Los restos de frescos en el interior que muestran a prisioneros de guerra romanos ante un gobernante meroítico apoyan esta interpretación. Parece ser que la cabeza, encontrada por Garstang en 1911, de bronce, de 46 cm de altura, fue colocada allí adrede para que al entrar en el recinto fuera siempre pisoteada.

Sin embargo, en el año 22 a.C., la reina, a través de Petronio, inició unas negociaciones de paz. Para ello, envió mediadores a Augusto, que estaba en Samos, y en el año 20 a.C. se firmó un tratado de paz que fue muy favorable para los meroítas, pues recuperaban la frontera en Primis y quedaron exentos de pagar el tributo al emperador. Un arreglo que se mantuvo hasta el siglo III, lo que hace pensar que Roma no estaba saliendo muy bien parada en esa guerra nubia.

La fecha de la muerte de Amaniremas o el fin de su reinado es el 10 a.C., aunque insisto en que la cronología de estas reinas meroíticas no está clara. Tampoco es seguro que su pirámide sea la que está junto a la de Teriteqas, su esposo, en el cementerio real a las afueras de Napata, en Nuri, cerca de Gebel Barkal, donde se levantaba el palacio real, un conjunto que es patrimonio de la UNESCO.

Algunas pirámides sudanesas. Foto: Susana Alegre García 

Reinas guerreras

Amanirenas será citada en las fuentes romanas como una reina guerrera, con aspecto de hombre y tuerta. Dión Casio escribió que la reina de Meroe era «una especie de mujer muy masculina y ciega de un ojo». Cierto es que las representaciones de las reinas nubias en sus templos y tumbas son muy llamativas, pues aparecen como mujeres gruesas y enormes, cubiertas de joyas y vestidos llenos de adornos, poderosas frente a los enemigos a los que agarran por el pelo con una mano y con la otra los golpean.

Un texto medieval titulado Roman d’Alexandre habla de una tal Candace de Meroe que luchó contra Alejandro Magno, pero lo cierto es que el macedonio nunca atacó Nubia ni intentó avanzar más al sur del oasis de Siwa en Egipto. Por tanto, la leyenda de las reinas africanas guerreras ha estado siempre ahí. Una de las más destacables fue Shanajdajeto, del siglo II a.C., que gobernó completamente independiente, y en los relieves aparece sola o con su hijo, quien heredará el trono.

Reina Shanajdajeto. Museo de Asuán. Foto: Nieves García Centeno.

Amanishajeto fue otra kandake que gobernó tras Amanirenas, con fechas inciertas. Su nombre está grabado en varios monumentos, como en el templo de Amón, en Kawa; en su pirámide de Meroe, en un palacio en construcción en Naqa y en una estela encontrada en Qasr Ibrim. Sin embargo, es más conocida por sus tesoros de joyería, descubiertos en 1832 por el explorador italiano Giuseppe Ferlini. Las piezas rescatadas se encuentran repartidas entre los museos de Berlín y Munich.

Brazaletes y otras joyas de Amanishajeto conservadas en el Neues Museun, Berlín. Foto: Nieves García Centeno

Tras ella reinó su hijo, Natakamani (siglo I), del que se conserva también bastante información, pues aparece en muchos edificios y en una de las pirámides de Meroe. Normalmente aparece junto al nombre de la reina Amanitore, de la que se cree que pudo ser su esposa. Esta mujer fue otra kandake poderosa que destacó por su labor constructora, con la restauración de los templos de Amón en Meroe y en Napata tras ser destruidos por los romanos, y levantando otros en Naqa y Amara. Fue una de las etapas más prósperas de este reino, como lo demuestran las más de doscientas pirámides nubias, la mayoría saqueadas en la antigüedad, siendo Sudán el territorio en donde hay más pirámides levantadas, y no en Egipto, muchas de las cuales han sido reconstruidas.

Reina Amanitore representada en un altar conservado en el Neues Museum, Berlín. Foto: Susana Alegre 

El distanciamiento tanto cultural como religioso e incluso estético con sus vecinos del norte fue cada vez más evidente. Progresivamente, sus habitantes fueron sustituyendo el culto a Amani (Amón) por el dios local Apedemak, el león, venerado en Naqa. Además, Diocleciano permitió la llegada de otros pueblos a la región, como los nobadas y blemios, y, en el año 298, Roma evacuó la zona fronteriza con Meroe. Se dejarán de erigir pirámides y surgirán los entierros en túmulos. El último rey del que se tienen datos es Tequerideamani, citado en una inscripción en la isla de Filae fechada en el reinado del emperador Treboniano Galo (251-253). Ya en el siglo IV, el reino nubio atacó al reino de Axum (la actual Etiopía), cuyo rey, Ezana, se defendió años más tarde ocupando ese territorio. Se sabe también que en el siglo V el emperador Marciano tuvo que firmar un tratado de paz con el reino de Nobatia, principal reino sucesor de Meroe. La escritura meroítica fue reemplazada por el copto con la introducción del cristianismo en Nubia en el siglo VI.

En esos años, el comercio y la minería del hierro fue la principal actividad económica de este territorio. Las mercancías viajaban hasta Egipto y Roma, y como contrapartida se importaban numerosos productos del Imperio, como lo prueban los ajuares funerarios encontrados. Precisamente la disminución de este comercio pudo ser la causa de la decadencia del reino nubio. El control romano del Mar Rojo y su utilización como vía comercial dejó al Nilo en un segundo plano.

 

21 marzo 2021.-Por Nieves García Centeno 

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