Época: Dinastía XIX, reinado de Ramsés II (hacia 1250 a. C.)
Dimensiones: Altura: 35’5 cm.
Materiales: Madera con leves restos de policromía.
Lugar de conservación: Museo del Louvre, París (Inv. N470)[1].
Lugar de procedencia: Muy posiblemente proceda de la tumba de Tothermaktuf en la necrópolis de Deir el-Medina (TT357).
En el Museo del Louvre se conserva una talla en madera, en magnífico estado, que muestra a una mujer excepcional: Ahmes-Nefertari[2]. Esta reina de Egipto, esposa del faraón Ahmes, parece que gozó de una gran autoridad y que colaboró estrechamente con su marido en la reestructuración del país tras la derrota de los hicsos. A la muerte de su esposo, Ahmes-Nefertari mantuvo su posición y parece que fue regente hasta que el heredero, Amenofis I, alcanzó la edad adecuada para gobernar. Junto a él compartió responsabilidades y destacados honores. Pero la longeva reina llegó a sobrevivir a su hijo y continuó siendo una figura relevante durante los primeros años del reinado de Tutmosis I.
Ahmes-Nefertari ostentó diversos títulos: se alude a ella como Gran Esposa Real, Madre del Rey… En el ámbito religioso llegó a desarrollar importantes funciones en el culto y hasta parece haber sido Segundo Profeta de este dios en Karnak, algo realmente insólito. No obstante, fue el cargo de Esposa Divina de Amón con el que se la identifica más habitualmente. Así, Ahmes-Nefertari, daba paso a una larga saga de mujeres dirigentes del potente sacerdocio femenino de Karnak y que en el futuro llegaría a tener gran influencia[3].
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Una de los aspectos más llamativos de esta mujer es que tras su muerte fue deificada y se le rindió adoración especialmente en Deir el-Medina, localidad conocida como la aldea de los artesanos que trabajaban en Tebas occidental. En este ámbito la reina recibió culto muy frecuentemente en compañía de su hijo Amenofis I, ya que ambos eran considerados fundadores de la ciudad y sus divinos patronos.
La reverencia expresada por los habitantes de Deir el-Medina a Ahmes-Nefertari se materializó, por ejemplo, en imágenes como la magnífica talla conservada en el Museo del Louvre. Llama la atención esta figurilla por su gran belleza, por su aparente sencillez y por la harmónica suavidad de sus líneas (Fig. 1).
La inscripción junto a los pies de la dama no deja lugar a dudas en cuanto a la identificación del personaje representado: <<Esposa Divina de Amón, Gran Esposa Real, Señora del Doble País[4], Amada de su padre Amón, la Madre del Rey, Ahmes-Nefertari>>. Los textos de la base también aluden a un hombre llamado Tothermaktuf[5], que es presentado como un leal adorador de la difunta reina. A ella dirige sus ruegos ante el Más Allá y le pide que le provea de una bella sepultura. Estos textos, de evidente carácter funerario, hacen pensar que la figurilla pudo formar parte del ajuar que acompañó a su tumba a este Servidor del Lugar de la Verdad (el nombre antiguo de Deir el-Medina) y, por tanto, debió tener una finalidad votiva.
La pieza esta formada por dos trozos de madera: la figurilla que muestra a la mujer y el pedestal que la sostiene. Ambos elementos quedan unidos y llama la atención que la parte delantera del pie izquierdo se tallara en el fragmento de madera que conforma la base. Este es un procedimiento bastante frecuente en la confección de ciertas tallas y utilizado para facilitar su fijación. Puede observarse el punto de unión debido a la rendija que el tiempo ha abierto levemente (Fig. 2), una juntura que en la antigüedad debió quedar mucho más camuflada, quizá utilizando estuco y policromía. En la actualidad, no obstante, los restos de pigmento son ciertamente muy escasos y se concentran en la zona del tocado y rostro de la dama, donde quedan trazas amarillentas[6]. Sin embargo, la pintura negra es la que más destaca, subrayando la peluca y la mirada, y también dibujando los pezones[7].
La talla muestra a una mujer joven y de formas llenas, con el vientre levemente pronunciado. El rostro se trabajó con gran detalle, mostrando redondeadas mejillas y un mentón suave. Los ojos rasgados y almendrados, la nariz delicada y los labios suavemente carnosos. La expresión general es de solemnidad y de serena calma, todo ello matizado por una leve sonrisa (Fig. 3). No obstante, lo que más llama la atención son las líneas del cuerpo subrayadas magistralmente con un vestido tan ajustado que llega a resultar imperceptible. De hecho, el tratamiento del atuendo de Ahmes Nefertari es uno de los aspectos más interesantes de esta obra y evidencia una habilidad técnica excepcional.
El vestido, que se extiende hasta los pies, cubre a modo de capa el hombro izquierdo y deja al descubierto el hombro y el brazo derecho. En realidad, a pesar de su elegancia, el modelo que luce la reina no era más que una gran tela rectangular rematada ornamentalmente en sus extremos, ajustada y anudada bajo el pecho izquierdo de la mujer (Fig. 4); tal y como podría hacerse con un sarí hindú (ver esquema explicativo en Fig. 5)[8]. Es visible uno de los extremos de la ropa recorriendo verticalmente el cuerpo de la reina desde el nudo hasta el suelo (se trata del extremo que queda en la parte interna); aunque es mucho más llamativo el remate de lo que perecen ser flecos en el otro extremo (Fig. 6). Este ornamento se hace visible desde el nudo, recorre el brazo izquierdo de la dama y cae generando un interesante borde (especialmente visible bajo el codo). Los límites del vestido también quedan plasmados en la zona de la espalda (Fig. 8) y en el entorno del escote, transformándose en un elemento que otorga, a pesar de su sencillez, una gran riqueza a la representación.
El atuendo de Ahmes-Nefertari también es determinante a la hora de conseguir una serie de efectos plásticos que responden a la gran capacidad de observación de su creador y a una magistral calidad técnica. Destaca, por ejemplo, la forma de plasmar la pierna avanzada y el efecto que ello provoca en relación con el vestido. La presión ejercida al realizar el gesto consigue que la tela se ajuste y que a través del estrecho vestido se marquen mucho más intensamente las formas sinuosas de la mujer, dando mayor viveza al modelado de las rodillas e incluso a la línea de la cadera. La pierna derecha, al quedar retrasada, queda más desdibujada desde una visión frontal. Sin embargo, el aspecto es muy distinto por la parte de atrás, ya que es aquí donde se intensifica el modelado, marcándose la pantorrilla y hasta la forma del tobillo, debido a la tensión ejercida en esta zona por la estrechez de la ropa (Fig. 7).
En lo que respecta al vestido también es interesante el hecho de que el anudado y la capa cubriendo uno de los hombros se corresponda a grandes trazos con un tipo de atuendo muy propio del gusto imperante durante el Imperio Nuevo. No obstante, la intensa estrechez es un rasgo arcaizante[9]. De modo que la ropa característica de una mujer del Imperio Nuevo se adapta para mostrar el atemporal aspecto que debe ofrecer una diosa, cuyo arquetipo había sido establecido en tiempos remotos. Es como si a Ahmes Nefertari se le concediera el honor de lucir un atuendo aproximado al que había lucido durante su vida, pero adecuándolo y alejándolo del caprichoso vaivén de la moda. No hay que olvidar que la mujer aquí representada no es sólo una reina, también es una deidad asociada a la fertilidad, la maternidad, la renovación y la protección en el Más Allá, siendo además adorada como patrona de Deir el-Medina[10].
En el atuendo de Ahmes-Nefertari en esta talla llama la atención el tocado con forma de buitre que se funde y ornamenta la voluminosa peluca tripartita, formada por mechones o trenzas bastante gruesas. El ave extiende sus alas a los lados de la cara, enmarcándola y destacándola, mientras la cabeza se yergue sobre su frente. La cola del buitre cae por la parte posterior y con las garras sostiene unos elementos con forma de anilla: el signo chen–, símbolo de eternidad. En conjunto se trata del tocado tradicional propio de las reinas egipcias, que además podía rematarse con una especie de rodete que sostenía dos largas plumas. Dichas plumas, muy ornamentales, no se han conservado en esta talla, aunque sí es perfectamente visible en la parte superior una cavidad en la que debían ir encajadas[11].
En lo que respecta al tocado y a la peluca tripartita, resulta muy atractiva la forma en que se elaboró la parte trasera de esta representación. Es frecuente en el arte egipcio que ello se resuelva plasmando únicamente un mechón algo mazacote; sin embargo, en esta figurilla los amplios mechones se han liberado vaciando la madera (Fig. 8). Así, se consigue dar protagonismo a la nuca de la dama y destacar su cuello. El efecto conseguido es elegante y estilizador.
Ahmes-Nefertari no luce grandes joyas en la talla, únicamente se adivinan pulseras en sus muñecas. Pero lo que resulta ineludible en el atuendo de una reina es el flagelo distintivo de su autoridad, rematado en un motivo floral[12]. Este elemento lo sostiene Ahmes Nefertari con la mano izquierda, en un gesto plasmado por el creador de la obra con un gran detallismo. Es realmente notable la superposición de la manos sobre el relieve que muestra el nudo y la forma en que se consigue liberar el dedo pulgar (Fig. 4). No menos interesante es la manera de representar y liberar el brazo derecho, consiguiendo que la mano sea lo único que descanse sobre el cuerpo de la mujer. Dicha mano, con el puño cerrado, tiene una perforación que indica que se ha perdido el objeto que sostenía. Muy posiblemente pueda tratarse del anhk–, distintivo de la divinidad que tan frecuentemente portó Ahmes Nefertari (Fig. 9); o quizá, teniendo en cuenta otras imágenes de la dama divinizada, pueda tratarse de una flor (Fig. 10)
Notas:
[1] Aunque en algunos catálogos se afirma que esta pieza formaba parte de la colección Drovetti y que fue comprada por el Louvre en 1827; otras publicaciones afirman que, a raíz de la referencia del inventario N470 (con N de Napoleón), lo único que puede asegurarse es que la talla entró en la colección antes de 1852.
[2] Ver en M. GITTON, L’épouse du dieu Ahmès-Néfertary, París, 1981 y en M. GITTON, Ahmose Nofretete, LÄ I, 1975, pp. 102-109.
[3] Ver en M. GITTON, Les Divines Épouses de la 18e Dynastie, París, 1984.
[4] No es esta la única ocasión en que el nombre la reina aparece en un cartucho, además es denominada: «Señora del Doble País». Ello ha motivado que algunos investigadores consideren que esta mujer pudo haber reinado como faraón en el Alto y Bajo Egipto. Otros consideran que puede ser un título quizá alusivo a su período de regencia o una demostración de reconocimiento.
[5] Sobre este personaje y su tumba ver G. ANDREU, La tombe de Thothermaktout à Deir el-Médineh (nº 357), BIFAO 85, pp. 1-21.
[6] Nada tiene que ver este tradicional tono de la piel femenina en las representaciones del arte egipcio, con el color negruzco que Ahmes Nefertari luce en otras ocasiones (ver por ejemplo Fig. 10). Esta circunstancia había hecho pensar a ciertos investigadores que podía indicar el origen nubio de la reina, cosa descartable. El tono negro de la piel de la tebana reina, como el que en ocasiones luce el dios Osiris, responde a una simbología asociada a la regeneración.
[7] Es posible que la escultura estuviera cubierta de pintura de arriba abajo, pero también se han localizado figurillas en madera en que la presencia de pintura en su origen ya debía ser parcial y únicamente utilizada para destacar ciertos elementos y ocultar ciertos defectos. Existe la posibilidad, a juzgar por ciertos detalles de esta talla, que nos encontremos ante un ejemplo del segundo caso.
[8] Como con los sarís hundús, las mujeres del antiguo podía montar una sorprendente variedad de modelos únicamente anudando acertadamente las telas.
[9] No siempre se represento a la divinizada Ahmes Nefertari con ropas tan estrechas, en ocasiones aparece como una auténtica dama ajustada a la moda del Imperio Nuevo (ver por ejemplo Fig. 10).
[10] Algunos aspectos de esta diosa en E. CASTEL, Gran diccionario de mitología egipcia, Madrid, 2001, pp. 33-35.
[11] El aspecto de estas plumas rematando el tocado puede ser apreciado en las Fig. 9 y 10.
[12] El flagelo se curva hacia a la derecha, pasa por debajo de la peluca y cae hacia abajo a la altura del hombro. El hecho de que este hombro no esté desnudo es lo que permite encontrar una superficie sobre la que poder trazar adecuadamente este relieve distintivo de autoridad.
Autora Susana Alegre García