Ungüentario de Siamón
Por Susana Alegre García
31 diciembre, 2010
Detalle del ungüentario de Siamon
Modificación: 23 abril, 2020
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Época: Dinastía XVIII, entre los reinados de Amenofis III y Amenofis IV-Ajenatón (c. 1350 a.C.)
Material: Madera con pigmentos, incrustaciones de vidrio y hueso
Dimensiones: Altura máxima 15,4 cm.
Lugar de conservación: Museo de El Cairo
Procedencia: Excavaciones de G. Daressy en 1896-97 en la tumba de Hatiay en Sheik Abd el-Gurna

En el invierno de 1896-97, explorando las colinas de Sheij Abd el-Gurna, G. Daressy localizó la tumba de Hatiay[1], escriba que había vivido durante el reinado de Amenofis III y que gozó de cargos relevantes al menos durante los primeros años de Amenofis IV-Ajenatón, período en el que fue Administrador de los Graneros del Templo de Atón de Karnak. Se trataba de una tumba que carecía de ornamentación pictórica en las paredes, pero que disponía de dimensiones relativamente importantes y de varias cámaras. Lo más relevante del hallazgo de Daressy fue la localización de diversos objetos del ajuar funerario, pertenecientes a varios miembros de la familia de Hatiay. Entre ellos destacan los vinculados con una mujer llamada Siamón, posiblemente una de las hijas de Hatiay. Además de su sarcófago y de otros elementos de su equipo fúnebre, resulta especialmente interesante un objeto de tocador realizado en madera, con incrustaciones y con detalles pintados. Se trata de un sofisticado ungüentario, de calidad ciertamente excepcional y que maravilla tanto por su diseño como por la maestría en su ejecución (Fig. 1)[2].

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Fig. 1. Vista lateral del ungüentario de Siamón. Foto tomada del catálogo Toutankhamon. L’or de l’Au-Delà, París, 2004, p. 221

El llamativo ungüentario de Siamón está formado por una base[3], sin decoración ni inscripciones, que sirve de soporte a la figura de un hombre vestido con un faldellín plisado y cargado con un pesado jarro. Este recipiente, representado tan grandioso y pesado, es, en realidad, un pequeño y auténtico contenedor de ungüentos (apenas mide unos cinco centímetros). El resto, la figura del hombre, es puro ornamento.
El personaje se muestra con el pelo muy rapado, lo que viene sugerido por los restos de pigmento negro en su cabeza. El rostro es redondeado y, a pesar de las dimensiones de la figurilla, resulta excepcional el cuidado con el que se ha tallado la nariz, las prominentes orejas, los labios gruesos, el perfil de las cejas y los pómulos anchos. Por sus rasgos podría tratarse de un nubio, motivo iconográfico que es recurrente en ciertos utensilios de tocador de la época (Fig. 2).

El individuo se presenta con la espalda curvada y la cabeza baja, lo que acentúa la impresión de soportar un gran peso. De hecho, el cuello adopta una postura forzada y a todas luces incómoda, lo que enfatiza una sensación de aplastamiento. Tampoco parece muy cómoda la manera como agarra el asa lateral del recipiente, como descoyuntando un tanto el hombro y volviendo la mano hacia atrás; la otra mano la sitúa debajo de la tinaja, como si se intentara ampliar la superficie de los hombros para mantener mejor la carga. Todo apunta a que el hombre está realizando un gran esfuerzo en el que aplica toda su fuerza y habilidad.
Un detalle realmente magistral es el hecho de que la rodilla derecha del hombre no llega a posarse sobre la superficie de la base. Esta rodilla en suspensión es ciertamente muy efectista y consigue un importante impulso dinámico, además de subrayar todavía más la sensación de esfuerzo pues el porteador no cuenta con el apoyo de una de sus extremidades. No obstante, ciertamente es difícil saber si el movimiento que ejecuta el personaje es el de levantar el peso y erguirse; o bien, si el objetivo es agacharse para depositar el recipiente en el suelo, tal vez a modo de ofrenda o de metafórica entrega a la propietaria del ungüentario. La gestualidad general de la figura quizá hace más pertinente la idea de esfuerzo en elevación, como si se estuviera irguiendo para terminar adoptando la postura que puede observarse en otros objetos de tocador en que la figura cargada se muestra de pie.

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Fig. 2. El tema del esforzado portador de una gran tinaja se repite en esta cuchara de cosméticos conservada en el Louvre, también del Imperio Nuevo. Los rasgos africanos del porteador son aquí muy evidentes. Foto tomada de E. Delange, Rites de Beauté, objets de toilettes égyptiens. Musée du Louvre, París, 1993, p. 40.

Entre los múltiples elementos efectistas, también es relevante el pie derecho del porteador, que se curva para elevar el tobillo, ayudando enormemente a generar la sensación de movimiento y, muy importante, implicando un cierto desequilibrio. Este efecto viene magistralmente subrayado al mostrar el recipiente algo desplazado hacia un lado, lo que indica que no solo cuesta sostenerlo, sino que además existe el riesgo de romper la vasija o verter su valioso contenido. Este leve desequilibrio, muy agudizado al no apoyar la rodilla derecha, es un recurso plástico que ayuda a plasmar el trabajo descomunal de cargar con un peso tan enorme. No obstante, el desequilibrio aporta otro interesante ingrediente a la obra: el dramatismo.

Fig. 4. En el Imperio Nuevo es frecuente que los objetos de tocador muestren la figura encorvada de un siervo cargado con una gran tinaja. Buen ejemplo de ello es esta pieza, conservada en el Museo de Liverpool, que presenta a un hombre de pie y sosteniendo sobre sus hombros un pesado recipiente. Foto tomada de J. Malek, Egipto, 4000 años de arte, Londres, 2007, p. 217.

Fig. 3. En el Imperio Nuevo es frecuente que los objetos de tocador muestren la figura encorvada de un siervo cargado con una gran tinaja. Buen ejemplo de ello es esta pieza, conservada en el Museo de Liverpool, que presenta a un hombre de pie y sosteniendo sobre sus hombros un pesado recipiente. Foto tomada de J. Malek, Egipto, 4000 años de arte, Londres, 2007, p. 217.

En cuanto al recipiente destaca la decoración que, en varias franjas, recorre su superficie. Pero lo realmente excepcional son los terneros que se muestran saltando ágilmente entre plantas y motivos florales. En el tono de la piel de dichos animales se combina el marrón y el negro, destacándose aún más sus figuras mediante llamativas manchas blancas. Es en la realización de estos seres donde se utilizó el recurso de la incrustación, combinada con pintura, lo que aporta mayor preciosismo al objeto. También el contenedor dispone de tapa, que se cerraba utilizando un cordón que se ajusta a dos pequeños pomos[4]. De este modo el preciado producto cosmético guardado en su interior, y su perfume, quedaban mejor preservados. La tapa, como el cuerpo del jarro, se encuentra igualmente ornamentada, mostrándose en su superficie un ternero saltando entre un paisaje de plantas.

Fig. 5. Vista frontal del ungüentario de Siamón. Foto tomada del catálogo Toutankhamon. L’or de l’Au-Delà, París, 2004, p. 223.

Fig. 4. Vista frontal del ungüentario de Siamón. Foto tomada del catálogo Toutankhamon. L’or de l’Au-Delà, París, 2004, p. 223.

Aunque los objetos vinculados al mundo de la cosmética fueran utilizados en el ámbito cotidiano, también algunos de ellos muestran contenidos iconográficos de gran simbolismo y es factible que tuvieran un uso ritual además de votivo. Y lo cierto es que el ungüentario de Siamón muestra algunos elementos a los que quizá se podría otorgar una lectura de carácter trascendente. Se trata, sobre todo, de la imagen de los terneros, tres en la parte baja del jarro y uno en lo alto de la tapa.

Fig. 6. Detalle de uno de los terneros representados en el recipiente del ungüentario de Siamón. Foto tomada del catálogo Toutankhamon. L’or de l’Au-Delà, París, 2004, p. 222.

Fig. 5. Detalle de uno de los terneros representados en el recipiente del ungüentario de Siamón. Foto tomada del catálogo Toutankhamon. L’or de l’Au-Delà, París, 2004, p. 222.

A nivel simbólico el ternero en Egipto tuvo múltiples implicaciones, destacando su vinculación con la fuerza vital y con el astro solar, siendo considerado un animal que encarna su potencia en eclosión. La propia vaca Hathor se presenta en la tradición mitológica como protectora del animal al que nutre con su leche. Es tentador, por tanto, asociar los terneros del ungüentario de Siamón con esta simbología, ya que su presencia encaja muy bien en el marco de un objeto cuyo uso frívolo implica una exaltación de la vida y de la belleza. Incluso es tentador encontrar una redundancia simbólica al observar el ternero representado en la tapa con forma de disco, como si se tratara del animal solar enmarcado en la forma del astro solar. Además, la fuerza juvenil expresada por el ternero, evocando la vitalidad propia del sol en su nacimiento, podría ser considerado un magnífico aliado propiciador de la belleza de la dama y un modo de dar efectividad a la magia supuestamente diluida en la fórmula del ungüento en el que quizá Siamón buscaba la eterna lozanía. También la evocación remota a Hathor, como deidad que cuida y amamanta del joven sol con forma de ternero, podría implicar alusiones a la fertilidad, la maternidad y el resurgimiento. Así que incluso más allá de la vida de Siamón, cuando su objeto de tocador se integró en su ajuar funerario, el ungüentario seguía manteniendo efectividad a nivel propiciatorio, pues la imaginaria aludía al triunfo de la vida que nace, que se eleva de las tinieblas, transformándose en metáfora de la regeneración y del vigor eterno.

Fig. 7. Vista de la tapa del ungüentario de Siamón. Foto tomada del catálogo Toutankhamon. L’or de l’Au-Delà, París, 2004, p. 220.

Fig. 6. Vista de la tapa del ungüentario de Siamón. Foto tomada del catálogo Toutankhamon. L’or de l’Au-Delà, París, 2004, p. 220.

Además de las posibles implicaciones simbólicas, lo cierto es que considero que el aspecto más interesante de este hermoso objeto del tocador es su capacidad para generar desconcierto. Ya en la esencia de su diseño existe, de un modo integrado y narrativo, se plantea artimaña: siendo una figurilla es mucho más que una figurilla, y siendo un recipiente es mucho más que un recipiente. Es como si el ungüentario se disfrazara para hacer visible una gran paradoja: el sufrimiento de un hombre que trabaja duramente en contraste con la actitud festiva y vivaz de los animales que saltan alegre y despreocupadamente. Es ciertamente inquietante que los terneros sean mostrados exhibiendo felicidad y energía, en contraste con el esforzado y agotado hombre. Hay en ello un trasfondo cruel, pero lo cierto es que resultan igualmente despiadados muchos otros objetos de tocador de la época, donde podemos ver a niñas haciendo duros trabajos o a nubios y enanos realizando esfuerzos extenuantes (Fig. 8, 9). Su presencia resulta chocante en un ámbito como el de la cosmética, oda a lo banal y más frívolo; aunque lo cierto es que a estos individuos se les muestra con dignidad y sin que exista un sentido de ampulosa burla o mofa.

Fig. 8. Ungüentario que muestra a una niña cargada con una gran tinaja. La obra de unos 13 centímetros de alto y conservada en el museo de la Universidad de Durham, es una talla realmente magistral. Muestra como la joven curva la espalda y ladea el cuerpo debido al peso del objeto que sostiene levemente apoyado en su cadera. Foto tomada del Catálogo de la exposición Aménophis III, Le pharaon-soleil, París, 1992, p. 319.

Fig. 7. Ungüentario que muestra a una niña cargada con una gran tinaja. La obra de unos 13 centímetros de alto y conservada en el museo de la Universidad de Durham, es una talla realmente magistral. Muestra como la joven curva la espalda y ladea el cuerpo debido al peso del objeto que sostiene levemente apoyado en su cadera. Foto tomada del Catálogo de la exposición Aménophis III, Le pharaon-soleil, París, 1992, p. 319.

La iconografía de muchos objetos para cosméticos del Imperio Nuevo, especialmente durante la Dinastía XVIII, se basó en mostrar a personas desvalidas y explotadas, plasmándose en actitud servil y hasta doliente. Estos objetos, sorprendentemente, debieron ornamentar los tocadores de las casas más pudientes y, en ocasiones, hasta llegaron a integrarse en el ajuar funerario de sus propietarios. Quizá este tipo de diseños impliquen una llamada de atención, como clamando a la conciencia y avisando de que el placer más frívolo es una gran privilegio en relación con el dolor de otros. Quizá sean un recordatorio del esfuerzo que implicaba conseguir algunas de estas valiosas sustancias para cuidar la belleza y exaltarla. O tal vez, mal que nos pese, muestren el gusto de una moda basada en la satisfacción de unos afortunados que disfrutan con la expresión del servilismo más descarnado; el lujo, por tanto, como contraste ante el sufrimiento ajeno.

Fig. 9. Ungüentario de alabastro que muestra a un hombre enano cargado con una gran tinaja. Dinastía XVIII. Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Foto tomada de L. Manniche, Sacred Luxuries. Fragance, Aromatherapy and Cosmetics in Ancient Egypt, Londres, 1999, p. 62.

Fig. 8. Ungüentario de alabastro que muestra a un hombre enano cargado con una gran tinaja. Dinastía XVIII. Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Foto tomada de L. Manniche, Sacred Luxuries. Fragance, Aromatherapy and Cosmetics in Ancient Egypt, Londres, 1999, p. 62.

El ungüentario de Siamón es una obra de arte magnífica, dotada de gran efectismo en sus formas, posiblemente cargada de profunda simbología y, sin lugar a dudas, capaz de impulsar la reflexión y de plantear un reto a la capacidad de interpretativa. Un objeto que alude al profundo contraste entre la vida festiva y despreocupada, confrontada con la existencia sacrificada y dura; que habla del lujo de lo superfluo en contraposición con la penuria más resignada. Puede que el trasfondo de este ungüentario sea una imagen de ofrenda esforzada, o un eufemismo cargado de cierta moraleja, o una frivolidad un tanto tendenciosa, o una moralina que clama a la conciencia, o una banalización del dolor ajeno; o quizá se trate, sencillamente, de una singular expresión del carpe diem: disfruta, maquíllate, utiliza ungüentos y, mientras puedas, escapa del dolor y de los esfuerzos más desagradables de la vida.


[1] G. Daressy, “Rapport sur la trouvaille de «Hatiai»” ASAE 2 (1901), pp. 1-13; PM, The Theban Necropolis I, Part 2. Royal Tombs and Smaller Cemeteries, Oxford, 1973, p. 672.
[2] Algunos aspectos de esta obra y bibliografía asociada en A. Wise, Recipient à onguent de la Dame Siamon en catálogo de la exposición Toutankhamon. L’or de l’Au-Delà, París, 2004, pp. 220-223.
[3] Con medidas de 1,8 cm de alto, 4,6 de ancho y 7,4 cm de profundidad.
[4] Este sencillo sistema de cierre fue muy común en Egipto tanto en el caso de recipientes cosméticos como en muchos muebles, especialmente cofres y baúles.

 

Autora Susana Alegre García

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