Tocados, peinados y pelucas del antiguo Egipto
Por Rosa Pujol
2 agosto, 2004
Modificación: 10 junio, 2020
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Relieve representando a dos escribas – Tumba de Khaemhat- TT57 (Gurnah)

Relieve representando a dos escribas – Tumba de Khaemhat- TT57 (Gurnah).

Los textos egipcios hacen multitud de referencias a los cabellos, y le otorgan mucha importancia, sobre todo en poesías amorosas en las que habitualmente se ensalza la belleza del ser amado. Pero también en la prosa encontramos cosas curiosas, que nos aportan luz sobre las costumbres egipcias.

Me refiero concretamente al Cuento de los Dos Hermanos y el momento central de la historia, cuando el hermano pequeño regresa a la casa a por semillas y encuentra a la mujer de su hermano trenzándose el pelo. Ella le dice que vaya el mismo al granero para no interrumpir su peinado, y con el pelo medio suelto le hace su adúltera proposición. Luego cuando le cuenta a su marido la versión tergiversada de la historia para quedar ella libre de culpa, le miente y pone en boca del hermano joven la siguiente frase: Vamos, pasemos una hora acostados juntos. Ponte la peluca.

¿Indicaría esto que para mantener relaciones íntimas se adornaban hasta el punto de ponerse las pelucas?

En las poesias amorosas son muy frecuentes las referencias a las cabelleras.

En el Papiro Chester Beatty se dice que:

Su cuello es largo, sus senos brillantes
Su cabellera es de verdadero lapislázuli
Sus brazos son más bellos que el oro
……….
Así como ella sabe cazar a lazo las reses
Para evitar los impuestos
Con sus cabellos me echa el lazo
Con sus ojos me atrapa
Con su collar me enreda
y con su anillo me marca a fuego

En el Papiro Harris también encontramos una alusión al cabello, que vendría a confirmar que el peinado o la peluca eran importantes en el encuentro amoroso:

Mi corazón pensó en mi amor por ti
Cuando la mitad de mi pelo estaba trenzado
Sali corriendo a encontrarme contigo
Y olvidé mi peinado.
Ahora, si me dejas terminar de trenzarlo
Estaré lista en un momento

Aquí nos aparece una situación similar a la del Cuento de los Dos Hermanos, es decir, una mujer con el pelo a medio arreglar. Y en ambos casos, al parecer, ha de acabar de arreglarse el peinado, o bien ponerse la peluca para agradar al amado. Quizás esto no sean más que cuestiones literarias, pero por otra parte tendría toda la lógica del mundo que ellos consideraran el cabello como una parte importante a la hora de resultar atractivo al otro, y por lo tanto cuidaran extremadamente su apariencia, fuera natural, o fuera peluca.

Como ya hemos visto anteriormente en temas de vestidos, joyas, perfumes, maquillajes, etc. no podemos dejar de pensar que los egipcios eran bastante coquetos, si se me permite la expresión. Tanto ellos como ellas cuidaban su aspecto físico hasta límites que hoy en día serían incomprensibles. Y no les importaba llevar intrincadas pelucas, pesados tocados, joyas de todo tipo, conos de perfume y maquillaje más que llamativo. Al parecer, todo les valía con tal de presentar una apariencia impactante. Aunque, como siempre decimos, una cosa eran las representaciones que han llegado a nuestros días, y otra muy distinta debía ser verlos al natural. No todos estarían tan esbeltos como aparecen, no todas las vestiduras tendrían un blanco resplandeciente, y por supuesto, no todas las pelucas estarían tan impecables, sobre todo si las usaban para determinados momentos como nos dicen los textos. En cualquier caso, esta idealización de los artistas sirvió para que los egipcios hayan llegado a nosotros en todo su esplendor, y para que, al menos, sepamos si no como eran, sí como les hubiera gustado ser. En cualquier caso, no podemos culparlos por tratar de salir guapos en la foto. Nosotros hacemos lo mismo.

Escena de caza en los pantanos tumba de Nakht. TT52 Gurnah

Escena de caza en los pantanos tumba de Nakht. TT52 Gurnah.

Texto de la conferencia impartida en el curso EGIPTO, UN MUNDO DE SABIDURIA Y BELLEZA, organizado por la Asociación Española de Orientalistas, y la Cátedra de Historia Antigua de la Universidad de Alcalá de Henares. Madrid, Abril 2003

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