¿Qué sucedía con los cadáveres de los soldados, muertos en combate fuera de Egipto?
Por Francisco Javier Gómez Torres 
2 julio, 2001
Modificación: 10 junio, 2020
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Para empezar, traeré a colación las cuatro únicas citas que al respecto he encontrado:

1) Christiane Desroches Noblecourt, en su libro “Ramsés II, la verdadera historia”, p. 187, donde, especulando sobre el después de la batalla de Qadesh que sucedió en Siria, dice en tono narrativo: Había que recoger a los heridos, reunir los carros, curar los caballos, levantar a los muertos egipcios8 y hacer recuento de los enemigos abatidos y en la nota al pie 8, p. 414 del mismo, dice con respecto a las bajas en batalla: Puede comprenderse que el cuerpo de un oficial superior, gran personaje muerto en combate, haya podido ser tratado superficialmente [1] para recibir la momificación [2] y el entierro en Egipto, según el deseo de todo egipcio. ¿Qué sucedía, en un país lejano, con los soldados muertos en batalla? ¿Fueron envueltos en pieles de carnero y arrojados al río [3], para recibir una sepultura análoga [4] a la de Osiris, el ahogado, el hesy? El problema todavía no se ha planteado.

Esto último lo dijo no hace mucho, en el año 1996, esta veterana e insigne egiptóloga, así que, en principio, no se pueden crear demasiadas expectativas por encontrar respuesta a esta pregunta.

Los historiadores sospechan que una batalla de tal magnitud como la de Qadesh (probablemente la 1ª gran batalla de toda la historia bélica), cuya victoria fue auto adjudicada por cada bando beligerante, fue un feroz combate con un resultado más bien indeciso, donde, al enfrentarse directamente dos enormes y poderosos ejércitos como eran por aquél entonces el egipcio y el hitita, el número de bajas de cada contrincante debió de ser enormemente elevado.

Por una parte parece lógico lo que dice la autora, porque imaginémonos tener que momificar –aun superficialmente– a todos los soldados muertos (¡se hubiese necesitado un ejército de embalsamadores, tan grande como el militar!) y trasladarlos a Egipto; ¿cómo realizar semejante esfuerzo tan sobrehumano, después de lo exhaustos que quedan los soldados supervivientes tras un duro combate? No obstante, con todos los respetos y consideraciones para esta destacada erudita, no resulta muy convincente la cuestión tan aparentemente espontánea que plantea, por mucho que pretenda conectarla con armonía [4] y compatibilizarla, dadas las circunstancias bélicas, con el corpus escatológico egipcio.

Resulta muy frívolo imaginar a Ramses II, que estuvo presente en la batalla, incautando entre sus pequeños principados sirio-palestinos vasallos más próximos, cientos y cientos de reses ovinas, y aún más dificultoso si consideramos la exigencia de que tuviesen que ser mardanos [5], para sacrificarlas caprichosamente con la simple intención de extraerles la piel (perdiendo gran cantidad de carne), para envolver a sus numerosos soldados muertos en la batalla y arrojarlos después al Orontes, el río más grande y próximo, esperando que hiciese el papel del río Nilo.

Aunque la teórica resulta armoniosa, sin que la autora precise si ese tipo particular de ritual funerario se daba originalmente también [6] (junto con la momificación) en el propio Egipto o es más bien una alternativa de emergencia que propone para estos casos, lo cierto es que pragmáticamente resulta difícil digerir.

2) Por otra parte, vemos a Sebni a finales de la VI dinastía, durante el reinado de Pepi II, realizar una expedición militar hacia el sur para recuperar el cadáver de su padre, muerto en un reciente enfrentamiento con los nubios: En posteriores levantamientos los nubios matan al nomarca de Elefantina [7] y su hijo [8] Sebni tiene que hacer una incursión en Nubia para rescatar el cuerpo. Sebni no descansa hasta lograr enterrar [9] a su padre y su preocupación queda bien patente en el texto biográfico [10]; aunque nada nos dice del resto de soldados que pudieron morir también.

3) También en “Death & the Afterlife in Ancient Egypt” John H. Taylor, pp. 40 y 76, se dice sobre Sebni: … en la autobiografía de Sabni (VI Dinastía), inscrita en su capilla funeraria, también de Aswan. El padre de Sabni, Mekhu, que murió mientras conducía una expedición por Nubia, y Sabni hace constar como salió con tropas y regalos para el gobernador nubio local, con el fin de recuperar el cuerpo de su padre. El cuerpo fue hallado, cargado sobre un burro y traído a Egipto. Sabni registra orgullosamente que el rey le elogió por este acto de piedad, y envió funcionarios de la Residencia para llevar a cabo la momificación de Mekhu. Éstos constaban de dos embalsamadores, un sacerdote-lector jefe, además de otros funcionarios, plañideras, varios aceites y utensilios, y el conocimiento ritual (literalmente los ‘secretos’) de los dos talleres de embalsamamiento o wabety (en este periodo había una wabet del Norte y otra del Sur) (he hecho una síntesis con las citas de las dos páginas).

También en la p. 40 del mismo se dice:
Para aquellos que morían más allá de las fronteras, podría hacerse un intento por recuperar el cuerpo para la momificación y el entierro en Egipto. Pepinakht (quien vivió durante el reinado de Pepy II, c. 2278 – 2184 a. de C.) registra en la inscripción de su tumba de Aswan cómo el rey le ordenó rescatar el cuerpo de Anankhet, a quien los ‘moradores de la arena’ habían matado en la costa del mar Rojo, donde estaba construyendo un barco para navegar a la tierra de Punt.

Y en pp. 40-41: Probablemente el mayor número de egipcios que morían en el extranjero fueron soldados. Las tropas de guarnición podrían ser enterradas localmente, como lo fueron aquellos que estaban destinados a fortalezas de Nubia durante finales del Reino Medio. La mayoría de aquellos caídos en batalla eran probablemente enterrados in situ. Algunos podrían ser traídos a casa, pero quizás sólo bajo especiales circunstancias. Estas circunstancias especiales seguramente atañerían a altos mandos militares y, como mucho, a simples soldados, pero, de reconocimiento heroico por parte del rey.

4) Este destacable punto lo reservo como colofón para el final.

Ahora intentaremos especular modestamente por nuestra cuenta, en la medida de lo posible, partiendo de la lógica más básica, aunque ya John H. Taylor nos da pistas bastante definitivas. En primer lugar convendría tratar dos puntos esenciales:

1) Las posibilidades de actuación. A veces las circunstancias bélicas no siempre permiten actuar sobre los cadáveres (siendo un asunto en ocasiones pactado por ambos bandos); se puede correr el riesgo de la amenaza o de un ataque sorpresa por parte del enemigo [11], aun después de una batalla (o por otras determinadas causas), quedando los cuerpos en la intemperie a merced de la putrefacción y las alimañas carroñeras. En ocasiones, la intervención supone un considerable despliegue de energía humana, una ardua tarea que a veces quedaba abandonada ante otras prioridades de carácter marcial o simplemente ahorro de esfuerzo: muchos cuerpos son dejados tal cual sobre los campos de batalla [12]. Todo esto sin olvidar la angustia, que se sufría en algunas culturas, como en el antiguo Egipto, por los muertos sin sepultura o ser enterrados en tierra extranjera.

2) Dado que la mayoría de los soldados eran rasos y podemos suponer consecuentemente y en términos generales, que eran próximos o íntegros en su status social a los bajos estamentos sociales [13], habría que empezar por saber qué tratamiento ritual y creencia o creencias se daban entre los difuntos plebeyos [14], así también como su posible compatibilidad con las circunstancias de un campo de batalla, en muchas ocasiones fuera de la patria nativa.

En una época como el Reino Nuevo, el ritual funerario (prescrito) oficial, que incluía la momificación como protagonista, sería el de los estamentos sociales pudientes y a lo sumo los intermedios, con la diferencia de que entre los primeros sería muy pomposo y el de los segundos más modestos. Pero los de baja condición social, que eran la mayoría de la población (alrededor de un 80%), no estaban ni en condiciones siquiera de permitirse el ritual funerario oficial más austero [15]; esto no quiere decir que los funerales plebeyos estuviesen ausentes de ritual (y por tanto de su respectiva creencia), a veces tan extremadamente sencillo, que dejaba pocas o nulas huellas arqueológicas como para permitirnos especular al respecto. También es cierto que los cementerios o enterramientos plebeyos apenas se han estudiado; aquí no hay posibles tesoros funerarios por descubrir, por lo que no suscitó tanto el interés de los arqueólogos como con las necrópolis de los ricos (una situación que afortunadamente ha cambiado en los tiempos modernos). La causa de acceso al costoso ritual funerario oficial la promovía pues, no un decreto real legislativo, sino la economía de cada difunto (o más bien la propia tradición mortuoria), un gasto que los pobres generalmente no podían correr.

La notable variación que diferencia el tratamiento de los muertos, según su status socio-económico, presupone un ritual funerario diferente, que puede ser al mismo tiempo la expresión de creencias distintas, aun dentro del seno de una misma cultura. El ritual funerario está en todas las sociedades estrechamente vinculado con las estructuras sociales y siempre basado en una, como mínimo, creencia póstuma, que es la que determina su forma de expresión.

En estas circunstancias, sin elementos tan imprescindibles como el Libro de los Muertos, la momificación, el sarcófago, los amuletos mágicos pertinentes, etc. difícilmente podrían comulgar con las creencias funerarias básicas, que de una forma muy relativamente normalizada y regidas fundamentalmente por el rito osiriaco, sintetizaba el ritual funerario oficial.

No obstante, parece como si durante el Reino Nuevo en algunas ciudades capitalinas [16] – como Tebas y quizás Menfis – se pusiese de moda entre los plebeyos urbanos lo que podría llamarse un “pseudo-embalsamamiento” o “embalsamamiento simbólico”, que – no obstante – si bien no debió ser precisamente una práctica excepcional, estaba lejos de ser la norma dominante entre la población baja nacional (quizás, completamente ausente entre la plebe provinciana, que era la mayoría de entre los bajos estamentos sociales de la nación). Este pseudo–embalsamamiento quedaba limitado prácticamente con exclusividad al ejercicio técnico del vendaje (si bien pudiera incluir un lavado del cadáver), que seguramente se realizaba incluso por cuenta propia (es decir, a nivel doméstico), sin gastar nada con los embalsamadores profesionales [17]. Por supuesto, el pseudo–embalsamamiento no garantizaba realmente la preservación del cadáver, aunque ocasionalmente – en el mejor de los casos y, muy seguramente, sin que necesariamente se esperase – se llegase a activar espontáneamente la momificación natural (como en el caso del cadáver de Nakht, ya mencionado en la nota al pie nº 17), con resultados a veces buenos y otras parciales.

Como el embalsamamiento auténtico responde a la creencia funeraria, basada en la necesidad de evitar la putrefacción y conservar el cadáver para la supervivencia postmortem, resulta un tanto oscuro dilucidar cual fue realmente el propósito religioso de estos pseudo–embalsamamientos. Quizás la intención promotora no fuese tanto de orden religioso, como más bien un fenómeno sociológico. Durante gran parte de la historia egipcia, el embalsamamiento, debido a su alto coste u otras causas, debió de ser contemplado por la gente de los bajo testamentos sociales, como una práctica de lujo y por tanto ajena a ellos. En consecuencia, su uso tendría la consideración de alto nivel social, y si hubo gente sencilla que intentó imitarlo, bien pudo responder a la necia e ingenua actitud del síndrome del “orgullo del pobre” [18], que consiste precisamente en aparentar no serlo. También hay que tener en cuenta que las creencias y costumbres funerarias de rango social superior tendían a influir y ser imitadas por los de rango inferior: primero en el ámbito capitalino (ciudades reales) y mucho más tarde, con el transcurrir del tiempo y de forma expansiva, alcanzando el ámbito provinciano. En los tiempos más antiguos, la nobleza tendía a imitar a la realeza, luego los estamentos intermedios a la nobleza y la plebe llana – de forma extremadamente modesta – a los de rango precedente.

De hecho, no fue hasta la XXVI Dinastía cuando debió aparecer la oferta del tercer método de embalsamamiento [19] para gente de escasos medios económicos, que Heródoto describió en su obra “Historias” Lib. II § 88 durante la siguiente dinastía. Ahora tenían la oportunidad de conseguir por un bajo coste un embalsamamiento extremadamente simple, pero auténtico (aunque de calidad fortuita y generalmente mala, debido a la no inclusión de evisceración en el proceso), ya que comprendía al menos la desecación del cuerpo (el principal factor para la preservación cadavérica). Su aparición seguro que no fue tanto un miramiento altruista de los embalsamadores profesionales para con los plebeyos, como – por cuestiones comerciales – una forma de ampliar el número de su clientela [20] para, aprovechando el creciente interés de los plebeyos por el embalsamamiento, incrementar los beneficios económicos de su industria de la momia, un negocio macabro y muy lucrativo. A pesar de todo, aun con el barato tercer método, se siguió practicando el pseudo–embalsamamiento y no fue hasta el Período Ptolemaico en adelante, cuando definitivamente el embalsamamiento se universalizó entre el pueblo llano [21].

En tiempos del Reino Nuevo, la momificación había alcanzado tal relevancia que se había convertido de hecho en una institución funeraria y, además, de carácter netamente osiriaco; la momificación era conditio sine qua non para alcanzar el acto de la osirificación, es decir, la resurrección osiriaca; si los plebeyos no podían costear la momificación, ¿cómo comulgaban escatológicamente con Osiris [22]? ¿acaso no podían hacerlo? Es difícil creer esta segunda cuestión, máxime cuando en estas fechas los expertos suelen aceptar, que el culto de Osiris estaba ya generalizado y además con gran devoción por todo el país [23]. Es muy probable que el rito funerario de los plebeyos estuviera también protagonizado por Osiris, pero a través de una advocación que les fuese accesible a ellos; es decir, Osiris, no como el Osiris rey de la religión oficial, sino otra hipóstasis divina suya más próxima al pueblo llano, mayoritariamente campesino [24]: la del Osiris agrario, que también poseía su propia y particular creencia funeraria, donde la momificación teóricamente no pintaba nada [25]: la escatología agraria.

La Escatología Agraria

De carácter universal por otra parte, es la expresión de una cultura que integra la muerte humana entre uno de los ciclos renovadores de la naturaleza, el agrario, y así encuentra la manera de alimentar de forma optimista la esperanza en una vida post mortem, a través de una serie de perpetuos retornos regeneradores, como es el ciclo agrario.

Su credo fundamental era pues la inmortalidad basada en la germinación simbólica de la resurrección. Cuando una planta, salvaje o cultivada, se seca y muere, parece contener un germen vivificante latente en su semilla, que cuando cae a la tierra o es confinada a ella y soterrada, vuelve a generar otra planta igual, pero nueva y joven, y así sucesivamente; el cadáver parece algo inerte, pero se debía creer que también contenía un germen vivificante latente, que le devolvería la vida con otro cuerpo (espiritual) nuevo y joven, el cual “brotaría” o “germinaría” de su propio cadáver, quizás antes de que se descompusiese, cuando éste, al igual que la semilla, fuese entregado a la tierra.

La semilla [26] enterrada en la tierra parece muerta, pero pronto, gracias a su poder germinativo (que es el germen vivificante latente) combinado con la fecundidad del suelo, brota a una nueva vida. Así pues, igual que la semilla es confinada a la tierra para que germine, igualmente el muerto será confinado a la tierra para que su resurrección también germine hacia una nueva vida en el “Mundo Subterráneo”.

Frases del capítulo 154 del Libro de los Muertos como (traducción de Wallis Budge) “existo, existo; vivo, vivo; germino, germino” [27] o del capítulo 83 “germino como las plantas” [28] son extractos destacados procedentes del corpus ideológico de la escatología agraria. La fecundidad y la germinación en el ámbito funerario se identifican con la resurrección. Aparentemente, no se contradirían los enterramientos en tierra desértica o estéril, pues el ritual que acarrease esta creencia, podría adaptarse con una expresión simbólica. Así, el muerto era asemejado mágicamente a la semilla y por tanto a Osiris (agrario), dios-semilla/grano.

Una creencia funeraria tan próxima a la mentalidad plebeya, mayoritariamente campesina, ¿qué existencia póstuma feliz podría visualizar y desear la modesta imaginación de los campesinos, cuando se tendía a proyectar la otra vida semejante al mundo terrenal, sino una tierra extremadamente fecunda para arar, sembrar y cosechar eternamente, sin sudores ni penurias, los prolíferos “Campos de Iaru”, en el reino subterráneo de los muertos del dios Osiris?

La Escatología Ctónica (del Dios-Padre)

Entre muchas culturas antiguas, la escatología ctónica de la Diosa-Madre hacía predicar postulados como: cuando morimos y somos entregados a la tierra (madre), regresamos al vientre materno para volver a nacer. Este postulado, no obstante, no comulgaba con la religión funeraria egipcia, pues ya Henri Frankfort apunta [29]: La mayoría de los hombres reconocen un poder en la tierra, pero lo conciben de muy diversas maneras. La «Madre Tierra» de los griegos, de los babilonios y de muchos pueblos modernos era desconocida en Egipto, donde la tierra era un dios varón….. . Eso no quiere decir que en el Antiguo Egipto no hubiese Diosas-Madre, pues las había nada menos que a decenas, pero ellas parecen ser siempre de carácter celeste, no telúrico. Es decir, en Egipto no había Diosas-Madre-Tierra, sino Diosas-Madre-Cielo y Dioses-Padre-Tierra. Por tanto, la escatología ctónica de la Diosa-Madre no nos sirve [30]. Sí que tenemos en la religión funeraria egipcia la escatología ctónica, pero no en torno a la/s Diosa/s–Madre, sino en torno al/os Dios/es-Padre.

La escatología ctónica del Dios-Padre se podría materializar en el ritual funerario simplemente por inhumación. Podría existir una variante, dentro de esta última, con el uso de algunas pieles. El cadáver, a veces, se inhumaba dentro de la piel de un toro o de un mardano [31] (no obstante, el tipo de animal de estas pieles ha sido muy discutido por los egiptólogos). La posible y muy convincente interpretación funeraria sería que la piel de toro o de mardano, conectaría al difunto con el dios Agrario “X” o el dios Ctónico “X”. El toro principalmente, pero también el mardano, simbolizaban y encarnaban de forma generalizada por todo el país, unas veces el poder germinante del grano (de los dioses agrarios) y otras el poder fecundador del suelo (de los dioses ctónicos). Ya hemos dicho, que en el ámbito funerario tanto la germinación como la fecundidad / fertilidad se confunden con la resurrección / renacimiento. Así pues, el proceso tanático consistiría en propiciar por empatía las metamorfosis tauromorfa o criomorfa [32] del difunto para que éste se asemejase o reencarnase en su respectivo dios agrario o ctónico, usase y se beneficiase de sus poderes auto-regeneradores y alcanzase así la resurrección. Pero dado que, por cuestiones logísticas en plena campaña bélica, hemos descartado la posibilidad de que se tomase la molestia de usar pieles, esta teoría la descartamos. Existían muchos dioses ctónicos egipcios – el más importante Geb, que los debió llegar a polarizar a todos ellos, al menos en la religión oficial. La función funeraria del dios-tierra Geb estaría conectada precisamente con esta creencia.

No obstante, se podría comulgar igualmente con esta creencia, sin necesariamente las pieles, por simple inhumación y sin ningún complemento; claro que aquí, las susodichas metamorfosis no se activarían. ¿Qué proceso tanático se podría dar entonces? Ya sabemos que la concepción es por naturaleza patrimonio de la fémina; pero en el pensamiento religioso-mitológico, todo se sublima y hasta el Dios-Padre funciona comoprogenitor, sin necesariamente contribución femenina, y a veces, engendrando dentro de su propio cuerpo [33], de igual modo que la Diosa-Madre concibe por partenogénesis. Él es capaz de autocrearse o de crear una nueva vida. Así pues, el Dios-Padre ctónico sería capaz de gestar el renacimiento del propio difunto y parirlo [34]. Y ¡atención! Lo ctónico bajo principio masculino hace siempre de padre de lo agrario y este último, lógicamente, de hijo de lo ctónico, (sea éste femenino o masculino), igual que el dios-tierra Geb es padre del dios-grano Osiris [35]; por tanto, el difunto renacería del cuerpo del Dios-Padre-Tierra también en forma agraria. Como podemos observar, lo ctónico y lo agrario están tan íntimamente interrelacionados, cual inherentes el uno al otro [36], que el inevitable sincretismo entre ambos vendría como anillo al dedo, pudiendo llegar a resultar difícil separarlos [37], y así el ritual funerario de inhumación podría conectar al difunto tanto con la escatología agraria como con la ctónica; y aun con la escatología ctónica, también existiría vinculación con la resurrección osiriaca [38].

 

Así pues, y volviendo al tema central, los soldados muertos serían tratados probablemente de distinta forma, según su titulación militar, que iría paralela a su status social [39]. Lo más probable es que los soldados de baja graduación y sobre todo los soldados rasos, fuesen enterrados en el mismo campo de batalla o más bien en la periferia, directamente en la tierra (aunque fuese extranjera; no quedaba otro remedio), sin ni siquiera ataúd; quizás se excavasen grandes fosas en lugar de individuales, para facilitar los enterramientos. Según C. Rigeade, en lo que antropólogos, arqueólogos, médicos legales, etc. llaman “sepultura de catástrofe”, en nuestro caso, de origen militar o en relación con un episodio belicoso, es decir, cuando se produce una gran mortandad en una contienda bélica y en un mismo tiempo, las inhumaciones colectivas y simultáneas en grandes fosas en plena tierra suele ser la norma dominante frente a las inhumaciones individuales, que – por lo general – suelen estar ausente en estos casos [40].

Hay que tener en cuenta un principio básico, a saber, que las peculiaridades características de estos enterramientos responden a una etología humana condicionada más por las circunstancias bélicas, que por sus prácticas funerarias habituales, en la cual la metodología de la gestión mortuoria suele ser reglamentariamente igual o responder a unos criterios muy similares a todas las batallas, y que suelen caracterizarse predominantemente por: a) no tener en cuenta las prácticas funerarias habituales, a no ser que la Historia bélica hubiese excepcionalmente generado en una cultura concreta una costumbre práctica determinada (como por ejemplo, el ritual funerario de exposición de los celtas hispanos y celtíberos); como dice C. Rigeade: En la cuestión de una masacre, una guerra o de un combate, ha sido observado a menudo que los supervivientes enfrentados a una anormalidad de la muerte, no tienen en cuenta las prácticas funerarias y religiosas y entierran a los individuos utilizando el método de “the most space-saving” (Sutherland, 2005) [41], b) como ya se ha dicho, las inhumaciones en masa y simultáneas en grandes fosas, c) que suelen hallarse mayoritariamente en las proximidades del campo de batalla [42] y d) que el estado tafonómico de los cadáveres suele presentar abundante evidencia de heridas mortales de guerra, incluso de material bélico; para los tiempos antiguos: puntas de fecha, de lanza, graves traumatismos por violentos golpes, etc.

Y aun así, si tan siquiera ataúd, ni amuletos, etc. (tan importante para la parafernalia funeraria oficial), y aunque estuviesen exentos de plegarias y rituales, este tipo de enterramiento tan severamente austero (lógico por otra parte dadas las circunstancias), no dejaría de estar conectado con la más mínima creencia funeraria egipcia, con lo cual estos valientes guerreros no quedarían privados de la posibilidad de alcanzar la resurrección (al menos, la agraria) [43].

Para los oficiales superiores parece bastante admisible lo que plantea la autora, pues recibir semejantes dignatarios, tan ordinarios entierros, resultaría indigno y humillante; y se haría lo posible por trasladar sus cadáveres (siempre serían un número menor que el resto), lo suficientemente preservados para resistir en la medida de lo posible a la putrefacción durante el viaje, para recibir ya en Egipto los funerales con toda pompa y honores, dignos de un gran noble egipcio.

La Tumba de los Guerreros

Y para finalizar trataremos el punto 4). Sería pecar de incompleto y dejaríamos gravemente lisiado este artículo, sino no trajésemos a colación la curiosa y llamada “tumba de los guerreros” en Deir el-Bahari (cementerio 500, tumba MMA 507), no lejos del complejo funerario de Menthuhotep II Nebhepetrā, que fue descubierta en 1923 por el equipo del Museo Metropolitano de Nueva York dirigido por Herbert E. Winlock. [44] Presentaré una revisión del estado tafonómico de los cuerpos allí hallados.

A pesar de que descubrir enterramientos colectivos no era infrecuente, sorprendió, aunque sin despertar gran interés al principio, que se recuperaran en torno a 60 cuerpos y fragmentos de dos ataúdes de baja calidad. Los cadáveres, horriblemente mutilados, se hallaron entre jirones de lino esparcidos por todas partes, como resultado del saqueo destructor de ladrones de tumbas, que dejaron poco más tras de sí. Resultaron ser, nada más y nada menos, que soldados muertos en batalla [45] y, además, de principios del Reino Medio, un enterramiento totalmente único para la arqueología egiptológica.

Exhibían heridas mortíferas: una docena de perforaciones por flecha, algunas con la punta todavía in situ [46], otras 28 causadas por hondas o proyectiles similares, o bien por las mazas utilizadas para rematar a los caídos. Seis de los cuerpos habían sido además presa de aves carroñeras (como buitres), sin duda mientras permanecieron expuestos en el campo de batalla antes de ser retirados de allí [47].

No fueron ni eviscerados [48]: Los órganos internos eran con frecuencia reconocibles (in situ) [49], ni embalsamados, sólo vendados: lino en el cual envolvieron sus cuerpos, fue parte del equipamiento del ejército tebano en el campo. [50] Su estado de preservación es de lo más variado [51]; si observamos sus rostros, nos encontramos en ocasiones con una calavera, en tanto que en algún otro su conservación es extraordinariamente excelente, para no haber sido embalsamado, pudiendo contemplar perfectamente sus rasgos faciales, así como sus espantosas heridas; no obstante, estos cadáveres son los mejor conservados de todos los del Reino Medio, a pesar de la ausencia de embalsamamiento [52]. Sobre su preservación cadavérica, los expertos generalmente consideran fue debida a la acción desecante de la arena, rastro de la cual se hallaba todavía adherida a la piel: Sobre la mitad de los cuerpos tenía arena sobre ellos, y si bien los otros estaban demasiado destartalados como para permitirnos decir definitivamente que esto había sido cierto en todos los casos, parece probable que fuera así [53], por lo que se trataban de “momias de arena naturales” (natural sand-mummies). Taylor dice: La preservación de estos cadáveres había sido llevada a cabo de manera simple pero efectiva, enterrándolos temporalmente en arena (rastros de la cual se hallaba todavía adherida a la piel), y envolviéndolos en lino. Por lo tanto, son homólogos a los cuerpos naturalmente preservados del periodo Predinástico, los cuales se parecen en cuanto a su preservación. [54] Sus palabras hasta podrían sugerir en cierto modo “momificación natural intencionada”, pero las circunstancias especialmente belicosas que rodean a estos cuerpos, no permiten – en mi opinión – confirmar en absoluto una acción deliberada. E Ikram & Dodson: Una vez hubieron sido recogidos por sus compañeros, fueron enterrados a toda prisa en la arena (granos de la cual se hallaba todavía adherida a sus cuerpos) y tras esta apresurada pero efectiva desecación, fueron inhumados con honor en la necrópolis del faraón. Por su parte, Aufderheide dice: Si bien manifestando considerable descomposición de tejido blando, el resto fue preservado por desecación probablemente por colocación en arena, como se refleja por la adherencia de arena a la piel. [55] Estaríamos pues ante una momificación natural causada por la acción desecante de la arena (calor y sequedad de la arena, sales de silicio y otras, porosidad y capilaridad [56]). De hecho, parecen seguir la teoría de Derry, quien examinó los cuerpos a petición de Winlock: Derry creería que estos cuerpos fueron enterrados durante un periodo más o menos largo en la arena para comenzar su secado, …. [57]

Sin embargo, estas conclusiones no concuerdan con las declaraciones de C. Vogel en su reciente trabajo; ella dice: Además, deben haber estado tendidos y expuestos durante un periodo de tiempo, ya que los carroñeros se alimentaron de ellos y rasgaron su carne y músculos. Sin embargo, su duración debió de haber sido relativamente breve, ya que investigaciones antropológicas han mostrado que varios individuos fueron vendados durante el rigor mortis. El rigor mortis comienza alrededor de una hora tras la muerte y se completa tras cinco o seis horas. Desaparece tras aproximadamente dos días cuando la descomposición se afianza, pero desaparecerá más rápidamente en clima cálido. Además, los rastros de arena en los cuerpos muestran que los asesinados fueron sólo limpiados ligeramente, sin que la momificación ocurriese y únicamente dos de los muertos fueron enterrados en ataúdes. [58]Que algunos cadáveres habían sido vendados durante el rigor mortis, ya fue algo observado por Winlock: Parecería que estos cadáveres debieron haber sido vendados durante el rigor mortis, el cual en otros casos había desaparecido o todavía no había comenzado, y que por consiguiente tenemos aquí los asesinados de al menos dos fases de una batalla. [59]De estar flexibles los cadáveres se esperaría que se les posicionase correctamente, es decir de forma extendida y estirada, para su vendaje y colocación en la tumba. Si había cadáveres contorsionados es posible que fuese porque estaban demasiado rígidos (rigor mortis) y no los pudiesen vendar extendidos, y de ahí tal vez la afirmación de que algunos cadáveres fueron vendados en pleno rigor mortis. A no ser que este contorsionismo se deba a que, al ser apilados uno encima de otro, las superficies de apoyo irregulares crearan estas posturas contorsionadas tras el entierro: Algunos de los cuerpos habían adoptado posturas extraordinariamente contorsionadas, como ha sido observado, sugiriendo las dislocaciones de aquellos de las hileras inferiores que llegaron a retorcerse al depositar la pila sobre ellos. [60]

Así pues, si bien pudo tratarse de un entierro simultáneo a todos estos cadáveres, las muertes no parecen haberlo sido, se habla de los estados variados de los cuerpos antes de que fueran envueltos [61]; pero no es menos cierto – que dependiendo también de factores endógenos – no todos los cuerpos evolucionan igual durante el proceso de descomposición cadavérica en condiciones exógenas iguales.

Si las investigaciones antropológicas anteriormente citadas por C. Vogel son correctas, contradirían el anterior argumento, ya que en tan breve periodo de exposición a la arena, cuando estuvieran enterrados, parecería imposible una desecación completa en tan breve tiempo, dos días o incluso menos, al menos para aquellos cadáveres vendados durante el rigor mortis. Ante tal tesitura, nos veríamos obligados a afirmar pues que la momificación natural se realizó principalmente en la tumba, cuando ya hubiesen sido enterrados, causada por el ambiente desecante cerrado de la cámara funeraria, por lo que entonces deberían ser – por así decirlo – “momias de ambiente-de-la-cámara-funeraria naturales” (natural environment-of-the-funerary-chamber mummies, por contraposición a las natural sand-mummies); los factores responsables habrían sido: la atmósfera hipercálida y seca de la tumba, la cualidad absorbente de la roca donde fuera excavada (seguramente caliza) e incluso la posible acción higrofítica del lino, si bien mínima, pues parece que fue escaso en la mayoría de los casos: Normalmente parecería que nunca hubo más de alrededor de una veintena o así de capas de lino sobre cada cuerpo, haciendo un grosor total de escasamente más de un centímetro [62]. Entonces, es probable que la naturaleza de la arena sea otra; C. Vogel dice: Esto plantea varias preguntas, en particular, si la arena procedía de purificaciones rituales antes del funeral o del campo de batalla mismo. Pero ¿por qué no fue la arena extraída de los cadáveres más cuidadosamente antes de que fueran envueltos en vendajes de lino? [63] El propio Winlock, quien no pareció estar muy convencido con la teoría de Derry sobre el papel desecante de la arena, dice: Yo debería más bien considerar que esta arena fue un material de limpieza económico, usada para restregar/limpiar los cadáveres y sus heridas, cuando éstas estaban todavía húmedas y sucias. La arena permaneció pegada a ellas, y como una precaución más, fue derramada a puñados sobre la tela (de los vendajes de lino) en las partes delanteras de los cuerpos. [64] Considera pues aquí la arena como un elemento limpiador para abluciones rituales y – por deducción – no un agente deshidratante.

La piel del cuerpo tenía normalmente un aspecto manchado y decolorado y había perdido mucha de la epidermis, la cual se halló con frecuencia adherida a los vendajes internos, y la gruesa epidermis de las plantas de los pies estaba generalmente suelta. [65] Parece poco probable que si la piel hubiera estado completamente seca, en el caso de la teoría “momias de arena”, hubiese quedado adherida a las vendas más internas; esto es otra prueba irrefutable de que los cadáveres estaban todavía – completamente o en su mayor parte – sin deshidratar antes del vendaje, y que – por tanto – la deshidratación espontánea se produjo tras el vendaje y el entierro.

De ser así, todos los fluidos corporales tendrían forzosamente que haber traspasado la capa del vendaje de lino hacia el exterior, huellas de lo cual debería haber quedado atrás, como el teñido del lino blanco, adhesión de capas, etc. En lo que al teñido o manchado se refiere, las mismas heridas sangrantes podrían haber contribuido, si no se hallaban completamente coaguladas, lo que ya per se sería un síntoma de humedad (contenido hídrico) en el cadáver en el momento del vendaje. No obstante, Winclok apunta: En todos los casos, las áreas dañadas (con heridas) fueron cubiertas con arena y secadas antes del vendaje, y desde ninguna hubo teñido alguno de sangre alrededor de las partes rasgadas. [66] Los retales de lino (faldas y sábanas de cama [67]), con los que habían envuelto los cadáveres, tenían en sus esquinas, cortas inscripciones – a modo de rótulo – escritas con tinta negra y otras menos en rojo, con sólo antropónimos y filiación; se cree que eran los nombres de los soldados propietarios originales del lino, no necesariamente los de los difuntos [68]. Los fluidos corporales, al traspasar los vendajes de lino, podrían haber borrado por hidrólisis ácida de los ácidos cadavéricos algo de dichas inscripciones; de hecho, Winlock indica: Otras marcas bien pudieran haberse perdido como resultado del pillaje ejecutado por los antiguos ladrones de tumbas o desaparecido en el teñido del lino por los cuerpos en descomposición, y sesenta es por lo tanto un mínimo incuestionable.[69]

Los cuerpos bien preservados muestran que no hubo aberturas de los embalsamadores, ni en la cavidad craneal ni en el abdomen. La cabeza estaba normalmente intacta, con la piel de la cara y el pelo completo, y la lengua a menudo agarrada entre los dientes. [70] Este último fenómeno se denomina en tafonomía forense “protrusión lingual”; Aufderheide dice respecto de la momia egipcia nº 106 del cementerio Kellis 1 del oasis de Dakhleh, del periodo romano, tratándose de un cadáver espontáneamente momificado: Una lengua aparentemente pellizcada entre los dientes es usualmente el resultado de la formación de gas intra-abdominal postmortem, cuya presión fuerza a las estructuras de la cavidad oral hacia delante. [71] Se trata de un fenómeno tanatológico típico de la descomposición cadavérica más vinculado con momificaciones naturales que con natronizaciones, lo que está en perfecta concordancia con la interpretación de que no hubo embalsamamiento. Los genitales estaban siempre hinchados hasta enorme proporciones. Los pies a menudo parecían hinchados y los brazos y piernas a veces pacerían haberse hinchado/crecido/aumentado, una condición que podría haberse desarrollado en las fases de la putrefacción tempranas y no ser una indicación de corpulencia en vida. Todas estas condiciones podrían ser asignadas al progreso natural de la descomposición tanto antes como después del vendaje. [72] Todas estas observaciones en los cadáveres bien preservados resultan extremadamente interesantes, ya que confirman una desecación acelerada de los mismos en un momento temprano del proceso de la descomposición cadavérica, justo en plena “fase enfisematosa”. Gisbert dice sobre ésta: El periodo enfisematoso se caracteriza por el desarrollo de gran cantidad de gases que abomban y desfiguran todas las partes del cadáver (enfisema putrefactivo). La infiltración gaseosa invade todo el tejido celular subcutáneo; hincha la cabeza, en donde los ojos presentan un acusado exorbitismo y la lengua aparece proyectada al exterior de la boca; los genitales masculinos, por la capacidad de distensión del tegumento de esta región, llegan a adquirir volúmenes verdaderamente monstruosos; …. [73] Sin embargo, hay que subrayar que cuando ocurre la fase enfisematosa, generalmente a las 2-3 semanas de la muerte para una temperatura de 18 a 20º C [74], el rigor mortis ha quedado ya atrás en la secuencia cronológica; no obstante, habría que añadir que a una temperatura ambiente más alta, como por ejemplo 30 a 35º C, es de suponer que la fase enfisematosa se anticiparía considerablemente mucho antes, lo que haría destacar sorprendentemente el tiempo record de deshidratación veloz en estos cadáveres (al menos, en algunos de ellos).

….. la extracción de los órganos a través de un pequeño agujero en el vientre son características todas del trabajo del buitre, el milano u otra ave carroñera. Por consiguiente, podríamos concluir que estos cuerpos estuvieron expuestos a los ataques de aves antes del vendaje, pues los buitres eran una visión común en los antiguos campos de batalla y parece plausible suponer que fue en el campo donde estos cuerpos fueron dañados antes de que pudieran ser envueltos. [75] Curiosamente, la evisceración de algunos cadáveres por los buitres pudo paradójicamente contribuir a su momificación natural.

En resumen y en mi opinión personal, los cadáveres momificados de la “tumba de los guerreros” son sin duda momias espontáneas, pero con toda probabilidad no “momias de arena naturales” ni menos natural-intencionadas, sino “momias de ambiente-de-la-cámara-funeraria naturales”. Quedaría pendiente cuestionar cómo se realizó el entierro – si fue simultáneo, contra lo cual nada objeta Winlock, ni ningún otro egiptólogo – y/o los preparativos funerarios, si todas las muertes de esos cuerpos no fueron sincronizadas, lo que parece más que probable; tal vez se tratase de una recogida simultánea de los soldados caídos en el campo de batalla, muertos en diferentes días de una misma contienda y en diferentes estados tafonómicos: Un segundo asalto vio la caída de la ciudadela y la derrota de sus defensores, cuando tan grande fue el triunfo de Neb-Hepet-Rē’, que había recogido del campo de batalla todos los cuerpos de sus soldados asesinados, incluyendo los medio-descompuestos por exposición desde el primer asalto. [76]

La conclusión de Winlock fue que estos hombres eran soldados al servicio de Menthuhotep II Nebhepetrā, cuarto o quinto [77] rey de la XI Dinastía y reunificador del país tras la derrota de la casa real herakleopolitana que gobernaba en el norte, y que estos soldados probablemente habrían caído en ese conflicto; la hipótesis más reciente es que debemos bajar su cronología [78]. Desconocemos realmente la causa por la que lucharon y murieron, e incluso el lugar donde se produjo la batalla [79], pero el hecho de que posteriormente se tomase la molestia de vendarlos, y se les concediese el honor de ser enterrados [80] en el cementerio real, se suele interpretar como un claro indicio del reconocimiento a su heroico valor en algún combate, por parte del faraón. Parece poco probable que de ser altos mandos militares hubiesen sido enterrados de forma colectiva, más típico para la gente común; por eso parece más lógico pensar que se tratasen de soldados más rasos que otra cosa, tal vez con algún rango jerárquico apreciable en aquellos dos cuerpos que habían sido colocados en sendos ataúdes [81] y también posiblemente ambos dos envueltos en un vendaje de lino más grueso (5 cm.) [82]: Si hubo realmente sólo dos soldados de cada sesenta en los cuales el gasto de más lino e incluso ataúdes de madera baratos fue dispuesto, estos – podríamos suponer – fueron los oficiales que habían caído con sus hombres. [83]

APÉNDICE
Existe una remota posibilidad que me resisto a no mencionarla por enriquecer más el tema:

El Ritual funerario de Exposición

Si no era posible enterrar a los soldados muertos, sus cadáveres acabarían siendo devorados por las aves carroñeras. De hecho, desde antiguo, los buitres debieron aprovechar tanto las ocasiones que les brindaban las belicosas relaciones entre la humanidad, que debieron convertirlas prácticamente en un hábito. A raíz de esto, es posible incluso, que las concentraciones humanas en movimiento, como ejércitos listos para combatir, fuesen interpretadas por los buitres como preludio de comida y las siguiesen, esperando que tarde o temprano se produciría alguna batalla, con la subsiguiente matanza de mucha gente. De hecho, este peculiar comportamiento de seguir a los ejércitos por parte de los buitres debió durar inmutable a lo largo de la historia bélica, hasta que fue alterado por la aparición de las armas de fuego en los campos de batalla, que los hacían espantar y ahuyentar [84].

Entre los pueblos hispano-celtas y celtíberos, de marcada cultura bélica, Silio Itálico y Claudio Eliano hacen referencia a la costumbre funeraria de exponer los cadáveres al aire libre (llamado “ritual de exposición”). Cuando sus guerreros morían en combate [85], dejaban sus cuerpos in situ, en el mismo campo de batalla tal cual caían, a merced de los buitres, como un honor extraordinario, para que estas sagradas aves psicopompas, tras devorarlos, transportasen sus almas al Más Allá celeste.

En el Antiguo Egipto, no faltaban diosas-buitre [86] u otras diosas, en ocasiones, con aspecto vulturiforme [87]. El buitre, en la antigua religión egipcia, era siempre una deidad femenina, y además vinculada o encarnando el cielo; se trataban pues de Diosas-Madre-Cielo. El origen de su culto parece ser predinástico.

Por aquel tiempo, no debía ser extraño presenciar a menudo ciertas escenas llamativas, en las que se observarían en las primeras necrópolis, cadáveres desenterrados o semidesenterrados por la acción erosiva del viento del desierto – algunos de ellos momificados naturalmente – cuando éstos eran todavía inhumados directa y superficialmente en la arena.

Estas escenas, si llegaron a ser cotidianas, no pudieron pasar desapercibidas al minucioso rastreo de los buitres [88], de modo que debieron adquirir también como hábito rondar estos cementerios predinásticos a la espera de alguna oportunidad para alimentarse. La observación horrorosa del comportamiento necrófago de estas aves carroñeras debió acabar interpretándose desde un punto de vista escatológico – por transposición en positivo [89] – como la “madre” que, en ocasiones con aspecto vulturiforme, devoraba los cadáveres para ascenderlos en su buche al cielo, la morada de las almas (según esta creencia). La Diosa-Madre-Cielo devoraba al sol cada atardecer (metáfora de la llegada de la noche). El hecho de que más tarde en el Período Dinástico observemos que el concepto “madre” [90] fuese representado en la ya formada escritura jeroglífica directamente por el ideograma del buitre, no puede ser más que una prueba confirmante de cuan estrecho fue en el pasado Predinástico el vínculo entre el concepto “madre” y el/los buitre/s.

Cuando apareciesen las grandes y pomposas tumbas con cámaras, sarcófagos, etc. donde los buitres no podían acceder hasta los cadáveres, la creencia se vería alterada y, como los antiguos egipcios eran muy aprovechados y tendían a no desperdiciar ninguna materia religiosa, la presencia funeraria del buitre, lejos de desaparecer, no se desechó en absoluto [91], aun cuando su necrofagia ocasional ya no fuese posible. Quién sabe si entre ciertos sectores locales de los bajos estamentos sociales pudo sobrevivir esa creencia durante el Dinástico, pues muchos enterramientos de esta época no debieron diferir sustancialmente de los del Predinástico.

Vemos pues, que el ritual expositorio, al estilo hipano-celta o celtíbero, no desentonaría con las tradiciones funerarias egipcias más arcaicas [92], siendo interpretado también como la Diosa-Madre-Cielo que con forma de “buitres” devoraba los cadáveres de los soldados para ascenderlos y parirlos en la morada celeste de las almas [93].

AHORA BIEN, ante una realidad científica justa, hay que decir en honor de la verdad que no existen pruebas [94] siquiera mínimas como para hacer la menor conjetura, ya que cualquier teoría en este sentido, aun como hipótesis, resultaría arriesgadamente aventurada.

Francisco Javier Gómez Torres
Zaragoza, verano de 2001

(última revisión en 2009)


[1] Habría que imaginar a algún pequeño equipo de embalsamadores de primeros auxilios, acompañando al propio ejército, que ella no menciona, pero se sobrentiende. Esta clase de equipos están verificados en otros contextos: Los registros de expediciones al exterior hacen una lista de embalsamadores entre el personal, para momificar a aquellos que muriesen fuera de Egipto; una expedición al Wadi Hammamat bajo Senusret I (c. 1965 – 1920 a. de C.) incluía treinta embalsamadores. “Death & the Afterlife in Ancient Egypt” John H. Taylor, p. 40, por lo que en el ámbito militar muy probablemente no sería una excepción.
[2] Definitiva.
[3] ¿Orontes?.
[4] Por empatía y a través de la consecuente magia simpática se conseguía en el ámbito funerario el objetivo resurrector. Ya en los Textos de las Pirámides se cita uno de los dramas del final de Osiris: perecer ahogado al caer al Nilo, versión que posteriormente se sincretizó con otras para caminar hacia una relativa unificación narrativa. “El origen de los dioses” Christian Jacq (1999), p. 175.
[5] = machos de la oveja, carneros. En los rebaños, los mardanos suelen ser un número muy reducido en comparación con las hembras, que constituyen la auténtica base de la ganadería ovina: dan leche, paren corderos. Los machos, en general, sólo se utilizan para la reproducción, de modo que una mínima cantidad de ellos es suficiente para aparear a todas las hembras; actualmente, en rebaños aragoneses, la proporción aproximada de una decena de mardanos para unas 300 ovejas es más que suficiente; un número excesivo de machos sería, para lo que supone la economía ganadera, contraproducente. Este control del número de reses por sexo suele ser la política económica más adecuada y dominante de cualquier tipo de ganado en general, a menos que haya más motivos para permitir un número mayor. En la Antigüedad, es probable que funcionase de forma análoga.
[6] El ritual funerario de arrojar los cadáveres al agua (mar, río, lago, cenote, ciénaga, arroyo), en el caso egipcio, al Nilo, podría ser susceptible de haberse dado. Elisa Castel dice en su libro “Egipto. Signos y símbolos de lo sagrado”, p. 112, hablando sobre el cocodrilo: En ciertas épocas incluso los cadáveres de los difuntos podían ser arrojados al Nilo, en la creencia de que esta divinidad (el dios–cocodrilo) acudiría para llevarlos al Más Allá, considerándose, por tanto, un símbolo de renacimiento. Es probable que este ritual fuese una práctica minoritaria que se diese más bien a nivel local (incluso que este aspecto pudiese ser plural, es decir, en varios lugares distintos), que a nivel nacional, y más entre los bajos estamentos sociales (por lo cual, es posible que esto justifique sus escasas, oscuras e indirectas huellas, y porque este tipo de ritual no deja precisamente rastro material arqueológico), coexistiendo con la momificación, más practicada por la sociedad acomodada. La inhumación debía de ser el ritual funerario más corriente entre los bajos estamentos sociales.
Independientemente de los cocodrilos, hay que tener en cuenta que el Nilo para el pensamiento religioso egipcio constituía en sí una potencial fuente de vivificación, de modo que el propio río se podría haber encargado de revivificar, de resucitar a los muertos que fuesen arrojados al seno de sus aguas. Con esta tradición funeraria debió de estar vinculada la costumbre, más propia de tiempos tardíos, de santificar a los ahogados. Por otra parte, la versión del episodio mítico, cuando Osiris se cae al Nilo y se ahoga, bien pudo ser una forma de sincretizar esta tradición funeraria y de integrarla narrativamente con el mito osiríaco. Sin embargo, hasta hoy sólo se puede afirmar que se trata de una hipótesis.
[7] Mekhu. “Las dinastías VII-VIII y el periodo heracleopolitano en Egipto” Alicia Daneri de Rodrigo, pp. 68-69.
[8] Y sucesor en el cargo. Idem.
[9] Dignamente, según el rito egipcio.
[10] HISTORIA DEL MUNDO ANTIGUO 2. ORIENTE. Egipto: Época Tinita e Imperio Antiguo. (Editorial Akal) p. 52.
[11] En Azincourt, el ejército inglés sintiéndose todavía amenazado por las tropas francesas dejó a sus muertos sobre los lugares del enfrentamiento. “Les sépultures de catastrophe: Approche anthropologique des sites d’inhumations en relation avec des épidémies de peste, des massacres de population et des charniers militaires” Catherine Rigeade; BAR Internacional Series 1695 (2007), p. 16.
[12] “Les sépultures de catastrophe: Approche anthropologique des sites d’inhumations en relation avec des épidémies de peste, des massacres de population et des charniers militaires” Catherine Rigeade; BAR Internacional Series 1695 (2007), p. 16.
[13] Parece que en una época como el Reino Nuevo, los soldados rasos profesionales del ejército regular recibían en usufructo (al menos hasta la XIX Dinastía) como pago por su servicio, una parcela de tierra (proporcionalmente un alto oficial militar lo sería seguramente con un latifundio), normalmente situada en zonas determinadas para que se pudiesen constituir auténticos poblados coloniales militares. Esta parcela les constituía una pequeña propiedad de tierra, que les daba de qué vivir. Así que estos soldados debían poseer una posición socio-económica del nivel más alto dentro de los bajos estamentos sociales o del más bajo dentro de los estamentos intermedios. “El hombre egipcio” Sergio Donadoni et al. (1991), p. 198.
[14] Localizar información de este tipo resulta en egiptología una desesperante odisea (al menos para mí, que llevo ya unos años, buscándola), revisando incluso libros de nivel y manejando algún idioma; y cuando das con algo, se te suministra en pequeñas dosis como con un cuentagotas.
[15] Las excepciones nunca faltan, como el caso del joven Nakht, tejedor del templo-kny funerario de Setnakht, primer faraón de la XX Dinastía, que para ser representante del sector obrero, fue pseudo-embalsamado y enterrado con un ataúd de relativa calidad en un “intrusive burial”, todo un lujo excepcional. “Mummies, Disease & Ancient Cultures” Aidan & Eve Cockburn & Theodore A. Reyman (1998), p. 91-105.
[16] Seguramente, más del Alto que del Bajo Egipto.
[17] Sobre la momia del joven tejedor Nakht, ya mencionada anteriormente: Aunque el cuerpo había sido cuidadosamente envuelto en lino a la manera tradicional, la cantidad de lino (entre el cual aparecieron algunas prendas de vestir del propio difunto) usado era notablemente menor que en muchas momias del periodo. …. La manera en la que se habían colocado los vendajes y almohadillas de relleno, sugiere familiaridad con la costumbre ritual e insinúa una mano profesional (detrás), pero la gente pobre de Tebas podría haber alcanzado cierta habilidad en envolver a sus muertos simplemente por necesidad económica. “Mummies, Disease & Ancient Cultures” Aidan & Eve Cockburn & Theodore A. Reyman (1998), p. 93.
[18] Como yo lo llamo.
[19] Técnicamente, ya existía con anterioridad.
[20] Hay que tener en cuenta, que los bajos estamentos sociales constituía el grueso mayoritario de la población, en torno al 80% en algunas épocas.
[21] Y aun así, parece que tampoco desapareció durante el periodo greco-romano.
[22] Si la creencia osiriaca era la predominante, desde luego que no sería la única; las diosas-madre, por ejemplo, también se encargaban de la resurrección de los difuntos, un culto a la fertilidad también muy allegado al pueblo llano.
[23] “Nefertiti y Akhenaton” Christian Jacq (1992), p.97.
[24] El Egipto del Imperio Antiguo era una sociedad eminentemente rural, y los campesinos constituían la inmensa mayoría de la población. “Egipto en el Imperio Antiguo [2650-2150 antes de Cristo]” Juan Carlos Moreno García (2004), p. 77; una situación que seguramente no fue propia sólo del Reino Antiguo, y que podría hacerse extensiva a todas las épocas históricas.
[25] La agraria no era precisamente de las principales creencias que constituían la escatología (“normalizada”) oficial, aunque no se hallaba ausente y elementos suyos sobrevivían sincretizados aparatosamente con la momificación (por ejemplo, el Osiris Germinante, vendado como una momia, de la tumba de Tutankhamon).
[26] La semilla es la encarnación del dios agrario, Osiris por antonomasia; había muchos dioses agrarios, el más importante Nepri, a los cuales Osiris polarizó.
[27] “Religión Egipcia” E. A. Wallis Budge (1988), p. 142. … I shall have my being, I shall have my being; I shall live, I shall live; I shall germinate, I shall germinate; … “The Book of the Dead” [vol. I-III unidos en un sólo vol.] E. A. Wallis Budge, London (1969), p. 520. De forma diferente, más actualizada y en singular (no dual), la traducción de P. Barguet es: existo, estoy bien vivo, estoy bien firme “El Libro de los Muertos de los antiguos egipcios” Paul Barguet (2000), p. 224, y la de Faulkner: I exist, I am alive, I am strong “Book of the Dead” R. O. Faulkner, London (1985), p. 152-153.
[28] “Religión Egipcia” E. A. Wallis Budge (1988), p. 142. La traducción de P. Barguet es: he brotado como una planta “El Libro de los Muertos de los antiguos egipcios” Paul Barguet (2000), p. 121.
[29] “Reyes y Dioses. Un estudio de la religión del ….. ” Henri Frankfort (1998), p. 203.
[30] No existe, pues, en el Antiguo Egipto la “escatología ctónica de la Diosa-Madre”, sino la “escatología celeste de la Diosa-Madre”.
[31] Macho de la oveja, carnero.
[32] Como los chamanes cuando usan pieles.
[33] Sobre esto ver “Papiro de Ani. El Libro Sagrado del Antiguo Egipto” Edmund Dondelinger (1988), p. 17-20.
[34] En el “Himno Caníbal” de los Textos de las Pirámides se dice del dios solar Atum, un dios telúrico en sus orígenes, que ha, literalmente, «parido» al rey Unas, con la idea de haberlo engendrado sin necesidad de madre. “El Egipto Faraónico. La historia en sus textos” Federico Lara Peinado (1991), pp. 40 y 226-227.
[35] La cebada nace de «las costillas de Geb», y la cosecha es «lo que el Nilo hace nacer sobre la espalda de Geb». “Reyes y Dioses. Un estudio de la religión del ….. ” Henri Frankfort (1998), p. 203. Recordemos que en este sistema (el agrario) Osiris se da como nacido del gran dios (de la tierra) Geb ….. Osiris está simbolizado por el grano que, después de haber sido segado, halla nueva vida al ser confinado a la tierra (a su padre Geb). “Historia del Antiguo Egipto” (Tomo 3) Jacques Pirenne (1989), p. 568.
[36] La diferencia entre esta simbiosis radica en que en la escatología ctónica, la tierra es el protagonista agente resurrector, aun cuando a fin de cuentas la resurrección sea agraria, mientras en la escatología agraria, el agente ctónico se desplaza a un plano segundario o se elude, para dar protagonismo a la propia germinación como el auténtico agente resurrector.
[37] Más propio del estudio taxonómico que de una realidad escatológica.
[38] Bajo aspecto agrario, lógicamente (aunque es posible, no obstante, que la resurrección agraria no fuese siempre tal en todas las variantes que llegase a dar de sí la escatología ctónica egipcia, sin poder especificar más al respecto).
[39] Esto es algo que se observa apreciablemente, como veremos a continuación, en dos difuntos de la llamada “tumba de los guerreros”; a diferencia del resto, habían sido sepultados en ataúdes, si bien de simple factura, y en una cantidad de lino algo mayor (grosor de 5 sobre 1 cm.). “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 22-23.
[40] “Les sépultures de catastrophe: Approche anthropologique des sites d’inhumations en relation avec des épidémies de peste, des massacres de population et des charniers militaires” Catherine Rigeade; BAR Internacional Series 1695 (2007), p. 75.
[41] “Les sépultures de catastrophe: Approche anthropologique des sites d’inhumations en relation avec des épidémies de peste, des massacres de population et des charniers militaires” Catherine Rigeade; BAR Internacional Series 1695 (2007), p. 16.
[42] “Les sépultures de catastrophe: Approche anthropologique des sites d’inhumations en relation avec des épidémies de peste, des massacres de population et des charniers militaires” Catherine Rigeade; BAR Internacional Series 1695 (2007), p. 73.
[43] La resurrección en el Antiguo Egipto se podía expresar de muchas formas distintas e incluso múltiples a la vez. Ver «Hombres, Ritos, Dioses. Introducción a la Historia de las religiones» Fco. Diez de Velázquez (1998), p. 148-149.
[44] “El Antiguo Egipto. Los Grandes Descubrimientos” Nicholas Reeves (2001), p. 167.
[45] A juzgar por sus horribles heridas y el equipamiento militar que les acompañaba.
[46] Por la trayectoria oblicua con la que las flechas penetraron en los cuerpos, Winlock estaba convencido de que fueran lanzadas desde lo alto, por ejemplo, de los muros de una fortaleza (ver “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 14); para una refutación de esta interpretación, con argumentos sobre balística, ver “Fallen heroes? – Winlock’s ‘slain soldiers’ reconsidered” Carola Vogel, in JEA 89 (2003), p. 241.
[47] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 11, 19, 21 y 23.
[48] “The Mummy in Ancient Egypt. Equipping the Dead for Eternity” Ikram & Dodson (1998), p. 116.
[49] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 20.
[50] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 26-27.
[51] Los cuerpos presentaban toda variación de apariencia, desde la que acabamos de describir (cuerpos bien preservados) hasta montones de huesos libres de todo tejido, pero todavía grasos con los tejidos del cuerpo deteriorados. “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 20.
[52] “The Oxford history of Ancient Egypt” Ian Shaw (2004), p. 151.
[53] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 21; “Death & the Afterlife in Ancient Egypt” John H. Taylor (2001), p. 83 y 41.
[54] “Death & the Afterlife in Ancient Egypt” John H. Taylor (2001), p. 83.
[55] “The Scientific Study of Mummies” Arthur C. Aufderheide (2003), p. 228.
[56] ….., sand’s contribution to mummification is most probably by its “wicking” action secondary to its porosity. “The Scientific Study of Mummies” Arthur C. Aufderheide (2003), p. 44.
[57] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 22.
[58] “Fallen heroes? – Winlock’s ‘slain soldiers’ reconsidered” Carola Vogel, in JEA 89 (2003), p. 244.
[59] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 19.
[60] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 20.
[61] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 21.
[62] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 22.
[63] “Fallen heroes? – Winlock’s ‘slain soldiers’ reconsidered” Carola Vogel, in JEA 89 (2003), p. 245.
[64] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 22.
[65] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 20.
[66] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 19.
[67] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 25.
[68] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 25 y 31.
[69] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 25.
[70] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 20.
[71] “The Scientific Study of Mummies” Arthur C. Aufderheide (2003), p. 345 (Fig. 6.20).
[72] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 20.
[73] “Medicina legal y toxicología” J. A. Gisbert Calabuig, 5ª ed. (MASSON, S. A.) – Barcelona (1998), p. 181.
[74] “Manual de Medicina Legal y Forense” Juan de Dios Casas Sánchez y María Soledad Rodríguez Albarrán, 1ª Ed. (2000), p. 1193.
[75] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 19.
[76] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 23.
[77] Según se incluya en la serie dinástica o no al Menthuhotep antecesor de Antef I. Ver “Egipto en el Imperio Antiguo [2650-2150 antes de Cristo]” Juan Carlos Moreno García (2004), p. 298.
[78] “El Antiguo Egipto. Los Grandes Descubrimientos” Nicholas Reeves, p. 167; C. Vogel establece el reinado de Amenemhat I o Senuseret I, ver “Fallen heroes? – Winlock’s ‘slain soldiers’ reconsidered” Carola Vogel, in JEA 89 (2003), p. 242-243 y 245.
[79] No fueron matados en guerras extrajeras, como mostraban las flechas todavía en sus cuerpos, tampoco hubo algún enemigo extranjero que pudiera haberlos matado a principios del reinado de Neb-Hepet-Rē’, cuando todo indica que murieron. “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 24; es decir, las puntas de flecha eran de tipo y origen egipcio y – consecuentemente y con toda probabilidad – la lucha tuvo lugar dentro del país.
[80] Por culpa de los ladrones, no podremos saber el ajuar que les acompañaría, seguramente al menos sus armas militares.
[81] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 5, 22-23.
[82] … uno fue envuelto en alrededor de ochenta capas de lino, el cual hacía un grosor de alrededor de 5 cm. de tela sobre el cuerpo. “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 22.
[83] “The Slain Soldiers of Neb-Hepet-Rē’ Mentu-Hotpe” H. E. Winlock, Publications of the Metropolitan Museum of Art Egyptian Expedition, New York (1945), p. 23.
[84] “Los buitres ibéricos: biología y conservación” José Antonio Donázar (1993), pág. 11-12.
[85] Lo cual era todo un orgullo para ellos.
[86] El muerto es de nuevo parido por Isis (Pyr. 1965), o por las diosas buitres, es decir, las diosas madre de Buto (Wadjit) y de Nekhen (Nekhbet) (Pyr. 478, 904, 1005, 1253). “Historia del Antiguo Egipto” (Tomo 1) Jacques Pirenne (1989), p. 140 (nota 20). Nekhbet es la diosa-buitre del Alto Egipto. A veces la diosa-cobra Wadjit del Bajo Egipto también podía aparecer como buitre.
[87] La diosa-Cielo Nut también podía tomar la forma de un buitre.
[88] Tan minucioso como el del pensamiento religioso de los ant. egipcios.
[89] “Papiro de Ani. EL Libro Sagrado del Antiguo Egipto” Edmund Dondelinger (1988), p. 13.
[90] «mut» en la ant. lengua egipcia.
[91] Imágenes pintadas en los muros tumbales, figurillas, amuletos, etc.
[92] Siempre y cuando esa creencia predinástica hubiese sobrevivido entre, quizás más bien una parte minoritaria, de la plebe más baja y la hubiesen llegado a adoptar y aplicar de forma generalizada para dar una posible solución a este caso tan particular y delicado que tratamos. Entre la plebe baja, y no entre la alta o media sociedad que practicaba – como eje de su fe funeraria – el embalsamamiento para conservar los cadáveres, lo cual incompatibilizaría totalmente con el ritual de exposición y la necrofagia de los buitres, tendente a eliminarlos y destruirlos, como para llegar a darse el más mínimo sincretismo entre ambas prácticas.
[93] = escatología celeste de la Diosa-Madre, pues.
[94] No podría ser, no obstante, de otro modo; el ritual de exposición no deja restos arqueológicos y la gente de clase baja era analfabeta como para habernos dejado fuentes epigráficas, que nos permitiesen saber de sus costumbres más desconocidas para nosotros.

 

Autor Francisco Javier Gómez Torres 

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