La última inscripción jeroglífica de Egipto
Por Susana Alegre García
23 agosto, 2017
Última inscripción jeroglífica que data del 24 de agosto del 394 d.C. Foto: Archivo documental AE.
Modificación: 21 febrero, 2022
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Tras miles de años siendo la escritura capaz de captar la historia, la literatura, las creencias y el pálpito de la vida de los antiguos egipcios, finalmente los jeroglíficos terminaron eclipsándose y desapareciendo. Incluso se puede poner una fecha a su muerte definitiva: el 24 de agosto del 394 d. C.

El éxito del cristianismo en Egipto y la prohibición del emperador Teodosio de rendir culto a los dioses paganos, firmó la sentencia de muerte no solo del milenario sistema de escritura, sino de toda una cultura cuyo último reducto terminó siendo una pequeña isla en el Nilo, más allá de la Primera Catarata, que durante siglos había sido centro de culto a la diosa Isis. Esta isla, Philae, fue el último lugar donde los sacerdotes egipcios pudieron seguir rindiendo culto a sus dioses ancestrales, donde se siguió recitando la liturgia en la milenaria lengua de los faraones y donde el destino iba a preservar la que ha sido considerada la última inscripción jeroglífica. Aunque la escritura demótica perduró algún tiempo más, fue en una pequeña capilla de este santuario, conocida como la Puerta o Pabellón de Adriano, la que iba a acoger un escrito realizado por alguien sin habilidad en el labrado de la piedra. Es, en realidad, una especie de graffiti arañado en la piedra, como improvisado, y al mirarlo casi se puede adivinar el gesto desesperado de alguien que sabia que pronto, su mundo,  y en el que miles de generaciones le habían precedido, estaba apunto de sucumbir.

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Sabemos el nombre de este hombre, Nesmetajom, quien además se presenta en el texto como segundo sacerdote de Isis. Estas fueron sus palabras, las últimas que pueden datarse en el sistema de escritura jeroglífica:

«Ante el dios Mandulis, hijo de Horus, de parte de Nesmetajom, hijo de Nesmet, segundo sacerdote de Isis, para que viva para siempre eternamente. Palabras dichas por Mandulis, señor del Abatón, el dios grande».

Además, en la parte inferior, Nesmetajom realizó una inscripción en Demótico, también en honor del dios Mandulis, que ofrece algunos datos más sobre su biografía y sus cargos en el templo. Es aquí donde indica la fecha en que realizó la inscripción:

“Soy Nesmetajom, el escriba del casa de los escritos de Isis, hijo de Nesmetpanajatut, el segundo profeta de Isis, cuya madre es Asetouret. He hecho el trabajo sobre esta imagen de Mandoulis para la eternidad, porque es benévolo conmigo. El día del nacimiento de Osiris, la fiesta de la misma, el año 110”.

No solo el texto está realizado de forma tosca, también la imagen del dios a quien van dirigidas las alabanzas es rudimentaria. Mandulis, dios nubio de astro solar y de la luna, a veces representado como un león, aparece aquí con su tradicional corona hemhem, formada por largos cuernos retorcidos, discos solares, elementos vegetales anudados en su parte superior, plumas de avestruz y cobras, además porta el signo ankh cogido en una mano y un faldellín y un coselete, lo que expresa su vínculo con lo guerrero. No obstante, la imagen adolece de la representación de un oferente o de un orante. En el contexto de un templo lo tradicional sería representar al faraón, como intermediario óptimo entre los hombres y los dioses, pero cuando Nesmetajom realiza esta inscripción y perfila la forma del dios, ya no había ningún faraón en Egipto, y, por tanto, nadie que pudiera mostrarse de tu a tu ante la divinidad. De modo que ese vacío, esa gran ausencia, como el propio graffiti, es enormemente significativo.

Es evidente que Nesmetajom era consciente que su mundo y cultura estaban agonizando, que el templo en el que servía era el último baluarte de milenios de tradiciones y sabía que la escritura a la que él debía haber entregado tantos esfuerzos en la Casa de los Escritos de Isis pronto sería olvidada. No conocemos las motivaciones de este sacerdote, pero es factible que al realizar su graffiti le impulsara el deseo de evocar miles de años de tradiciones que ahora sucumbían, como si realizara una especie de despedida de una fe que ya era prohibida; o tal vez se trata de un gesto mucho más privado e íntimo vinculado a alguna vivencia especial o que respondiera a un incontenible impulso espiritual. No lo sabemos, no lo sabremos. En cualquier caso, el sacerdote que dio forma a estas palabras no podía imaginar el valor excepcional que su acción cobraría en el futuro, y que este texto llegaría a convertirse en la última inscripción jeroglífica documenta en Egipto; la última vez que en la antigüedad alguien escribía con los sagrados y ancestrales signos. Tuvieron que pasar trece siglos hasta que en 1822 Jean François Champollion, con su genio y perseverancia, consiguiera volver a dar vida a los jeroglíficos.

¿Por qué pervivió la escritura jeroglífica en Philae cuando ya había desaparecido en el resto de Egipto? La razón debemos buscarla en la Época Ptolemaica, período en el que los conflictos territoriales con nubia fueron constantes y donde la isla de Philae, justo en la frontera, era además un importante centro de culto para los nubios y lugar de peregrinación. Para evitar enfrentamientos e intentar mantener la calma, los Ptolemeos y los nubios llegaron a establecer pactos e intentaron reforzar vínculos pacíficos. Philae se convirtió en un lugar de gran trascendencia en estos pactos y como expresión de las buenas voluntades se levantaron en la isla los templos de Aresnufis y Mandulis, deidades típicamente nubias, y se mantuvo el derecho a permitir el acceso a la isla a todos aquellos peregrinos que procedieran del sur.

Este sistema de pactos y de gestos simbólico-diplomáticos, que buscaban el equilibrio en la zona fronteriza al sur de Egipto, resultó ser clave para salvar a Philae del edicto de Teodosio del 380 d. C.; de ahí que aún prohibiéndose en el resto de Egipto los cultos paganos, en Philae, precisamente debido al pacto con Nubia, se siguieron permitiendo. Por eso, cuando todos los santuarios en honor a Horus, Amón, Hathor o Ptah habían sido arrasados, incendiados y destruidos, un grupo de sacerdotes seguían realizando libaciones a Isis en los confines de Egipto, y sus cánticos y letanías se elevaban como un rumor en pugna contra el silencio y el olvido. Philae se convirtió así en el último templo en el que se seguían realizando cultos paganos y, así, esta isla en el Nilo se convirtió también en el último lugar en el que se mantuvieron con vida alguno de los mayores rasgos de identidad del milenario Egipto de los faraones: su escritura, sus creencias, sus celebraciones, sus lengua, sus ritos, sus dioses…. Pero finalmente esta situación privilegiada dio un giro con el emperador Justiniano, que ordenó el cierre del templo de Philae y puso fin definitivo a las prácticas paganas en honor a Isis. Así, en el año 551 d. C. se profanó lo que quedaba de una civilización cuya longeva historia había resistido el paso de los milenios.

inscripción-demoticaÚltima inscripción jeroglífica (en el cuadrado) y la inscripción demótica (en el óvalo) que también realizó Nesmetajom 

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