La tumba de Kha y Merit
Por Susana Alegre García
25 febrero, 2017
Detalle del rostro de Kha representado en una figurilla descubierta en su tumba en Deir el-Medina. Foto: Naty Sánchez
Modificación: 30 abril, 2020
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En febrero de 1906 Ernesto Schiaparelli buscaba la tumba de Kha en la necrópolis de Deir el-Medina, el lugar donde fueron enterrados los artistas que, miles de años atrás, habían creado las magníficas tumbas de los faraones en el Valle de los Reyes. El trabajo de los 250 obreros contratados por el egiptólogo italiano fue duro y parecía que no se iban a cosechar frutos, pues tras un mes de esfuerzos se habían extraído toneladas de escombros, mientras el polvo se apoderaba del aire y el ruido retumbaba en la aridez de la montaña tebana.

Schiaparelli, por entonces director del Museo Egizio de Turín, tenía el empeño de descubrir el lugar donde se había enterrado en la Dinastía XVIII a un hombre llamado Kha y del que se conocían algunos datos derivados del hallazgo de su capilla funeraria. El artífice del hallazgo había sido Bernardino Drovetti, cónsul de Francia en Egipto y célebre por las enormes colecciones de antigüedades que vendió a diversos museos europeos entre 1824 a 1836.

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Típica capilla funeraria de Deir el-Medina con remate en forma de pirámide. Foto: Susana Alegre García

La capilla funeraria de Kha es una construcción modesta, de dimensiones reducidas, levantada en adobe y culminada por una pirámide de apenas 3 metros de alto. Su interior lo conforma un pequeño espacio techado con bóveda de cañón, cubierto con textos y delicadas pinturas que aluden a Kha, a su esposa Merit y a los hijos de la pareja. La pirámide debía rematarse por un piramidón de piedra caliza, que se conserva en el Museo del Louvre y que llama la atención por ser muy apuntado. Sin embargo, el objeto más relevante localizado por Drovetti en la capilla, de cara al conocimiento de Kha, era una estela funeraria que pasó a formar parte en 1824 de la colección del Museo Egipcio de Turín.

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Estela funeraria de Kha en el Museo Egipcio de Turín. Foto: Susana Alegre García

A través de todos estos documentos se puede afirmar que Kha había sido una persona notable en el ámbito de Deir el-Medina. Posiblemente inició su vida profesional como escriba real, pero poco a poco fue ascendiendo en la jerarquía hasta alcanzar el cargo de capataz[1]. Y con este cargo Kha gestionó el trabajo de la aldea de los constructores de tumbas reales durante el gobierno de tres faraones: Amenhotep II (1543-1419 a. C.), Tutmosis IV (1419-1386 a. C.) y Amenhotep III (1386-1389 a. C.); de modo que podemos considerar a Kha responsable de la labor realizada en al menos tres de las tumbas reales más hermosas del Valle de los Reyes. Esta posición como maestro de obras debió proporcionarle una vida relativamente desahogada, consiguiendo una moderada fortuna que le permitió disfrutar de ciertos lujos que compartiría con su esposa Merit; con sus dos hijos, Amenhotep y Nakhteftaneb; y con su hija, llamada Merit como su madre.

Como suele ocurrir, justo cuando Schiaparelli empezaba a desesperar y el desaliento hacía ya mella en sus esperanzas, ocurrió lo soñado. Fue entonces cuando una voz avisó a Schiaparelli de que algo había sido descubierto. Se trataba de un pozo profundo, irregular y peligroso, que se abría hacia el subsuelo a unos 25 metros al norte del emplazamiento ocupado por la capilla funeraria de Kha. No fue fácil bajar, pero al fondo se abría un corredor cerrado por un muro de piedras que, a su vez, daba acceso a otro corredor también tapiado. Desde aquí se accedía a una antecámara donde había algunos objetos llamativos: una cama con inscripciones que indicaban que era de Kha, algunos objetos de cerámica… etc. Pero lo más llamativo era la puerta de madera, cerrada hacía miles de años y en perfecto estado de conservación.

Sin duda la emoción debía ser intensa, pero en aquel instante del 25 de febrero de 1906 [2], un toque de humor rompió el suspense: “¿Alguien tiene la llave?», preguntó Schiaparelli. Todos los presentes, que estaban expectantes, se sorprendieron y sonrieron cuando muy serio el asistente del egiptólogo contestó: “Yo no sé donde está, señor”[3].

Los objetos en la antecámara eran alentadores y las expectativas eran grandes pues la tumba parecía que se había salvado de los saqueos; sin embargo, nadie podía saber qué podía esperarles tras aquella puerta. Ciertamente en esos momentos Ernesto Schiaparelli aún no sabía que iba a protagonizar uno de los mayores acontecimientos en la historia de la egiptología, pues el enterramiento de Kha y de su esposa Merit se considera que es la tumba mejor equipada, no real, conservada intacta en Egipto.

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Puerta de madera que daba acceso a la cámara funeraria, ahora en el Museo Egipcio de Turín. Foto: Susana Alegre García

Cuando finalmente la puerta fue abierta, al otro lado esperaba un tesoro sin parangón. Un tesoro formado por unos 500 objetos que integraban el ajuar funerario de Kha y de su esposa Merit. Todo estaba en el mismo lugar en que fue dejado hacía milenios, sin que nadie lo hubiera perturbado lo más mínimo. Cofres, jarrones, tarros, sillas, camas, taburetes, telas cubriendo los sarcófagos como si quisieran protegerlos del polvo acumulado durante siglos y hasta parecía que podía olerse la ceniza de la mecha a medio quemar en una lamparita, próxima a la puerta, que posiblemente se dejó encendida para prolongar la luz, un poco más, en la morada de eternidad que iba a cerrarse, a priori, para siempre [4].

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Interior de la cámara funeraria en el momento del descubrimiento.

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Planta y sección de la tumba, en nota tomada por Schiaparelli

Schiaparelli hizo algunas fotos y escribió algunas notas, pero no fue demasiado sistemático en el trabajo. Era imposible pues el vaciado de la tumba se prolongo apenas tres días, lo que resulta realmente desconcertante. Parece que temía por la seguridad del hallazgo y por la de los miembros de su equipo, en una zona donde los ataques de saqueadores eran frecuentes y donde parece que diversos asaltantes, muy violentos, habían amenazado a otros equipos de arqueólogos en fechas próximas. De hecho, la premura fue tal que empaquetó muchos de los cofres y enseres sin ni siquiera abrirlos u observarlos a fondo, esperando estudiarlos en la tranquilidad del Museo Egipcio de Turín. Las autoridades egipcias únicamente optaron por impedir la salida de Egipto de unas pocas piezas que consideraron, entre el conjunto, las más notorias: una de las lámparas de bronce con un soporte alto (de tipología desconocida hasta el descubrimiento de la tumba de Kha), dos bloques de sal (de los diversos que aparecieron en la tumba) y 19 vasos de cerámica. El resto, es decir, prácticamente todo el contenido de la tumba, se consideró adecuado que viajara a tierras italianas. Es inevitable pensar que tal generosidad puede tener mucho que ver con el hecho de que por entonces Gaston Maspero era el Director del Servicio de Antigüedades de Egipto y que años atrás había sido profesor de egiptología de Ernesto Schiaparelli en París, manteniéndose entre ambos una buena relación de amistad. De hecho, fue el propio Maspero quien parece animó a Schiaparelli a excavar en la zona de Deir el-Medina. Sea como sea, lo cierto es que resulta evidente que no hubieron complicaciones para conseguir que los objetos de la tumba de Kha fueran enviados a Turín.

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Sala del Museo Egipcio de Turín donde se expone el ajuar funerario de Kha y Merit. Foto: Susana Alegre García

Así que quien hoy se acerca al Museo Egipcio de Turín, entre sus múltiples maravillas, puede disfrutar de una gran sala expositiva dedicada únicamente a los objetos descubiertos en la tumba de Kha y de su esposa Merit. La vitrinas nos ofrecen maravillosos elementos de mobiliario, cofres de diversos tipos, objetos de tocador, ropa, cosméticos… Muchos son piezas de carácter funerario, pero lo más excepcional es toda la colección de enseres de uso doméstico y cotidiano, que nos aproximan de un modo único a la vida de una pareja que vivió en la aldea de los artesanos que trabajaron para los faraones.

 

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Objetos de tocador y cosméticos de Merit. Foto: Susana Alegre García

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Túnicas de lino y bastones de Kha. Foto: Susana Alegre García

Es emocionante ver los panes y los recipientes de cerveza que alguien dejó en la tumba para que no les faltaran los víveres más básicos en el viaje al más allá. Los juegos, las cuchillas de afeitar, la peluca de Merit, sus cosméticos, la cantimplora que seguramente acompañó a Kha en sus muchas inspecciones a los trabajos de construcción de las tumbas reales…

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Mobiliario descubierto en la tumba de Kha. Foto: Susana Alegre García.

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Peluca de Merit y mueble en el que se guardaba. Foto: Susana Alegre García

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La cantimplora de Kha. Foto: Susana Alegre García

El estudio de estos objetos ha permitido descubrir que Merit, la esposa de Kha, llegó a tener un título sacerdotal muy discreto como “Cantora de Amón” y que el destino quiso que falleciera antes que su esposo. En un gesto de generosidad, Kha cedió a su esposa el sarcófago que se estaba terminando de concluir para él mismo. Estos objetos implicaban un gasto enorme, así que todavía resulta más excepcional la máscara de Merit, con el rostro realzado con pan de oro. En el estudio de la momia se han podido descubrir joyas y múltiples adornos, lo que demuestra que Merit fue despedida con amor y con el máximo boato que podía permitirse una familia con sus recursos. No obstante, la mayor parte de los objetos descubiertos en la tumba pertenecieron a Kha, que no se sabe cuanto tiempo sobrevivió a su esposa.

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Máscara funeraria de Merit. Foto: Susana Alegre García

Entre los objetos de Kha destacan los sarcófagos, por su volumen. Además en el interior del segundo sarcófago se encontró un papiro en perfecto estado y ricamente ilustrado, que mide 13’80 metros y que contiene 33 capítulos del Libro de los Muertos, y en el que en muchas escenas Kha se muestra ante los dioses junto a su esposa. También llama especialmente la atención una figurilla de madera en que el artista de los faraones aparece representado luciendo un faldellín largo y un delicado peinado. Esta figurilla, cuando fue depositada en la tumba, se guarneció con una guirnalda de flores y, sobre su base, donde se encuentran inscritos los títulos de Kha, también se dejaron algunas flores. La figurilla fue cuidadosamente colocada sobre una ornamental silla, junto con un par de ushebtis y dos miniaturas con forma de azada y de sarcófago, y en esta disposición ha seguido exponiéndose en el Museo Egipcio de Turín.

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Figurilla que retrata a Kha, colocada sobre una silla con otros objetos, en la misma posición en que fueron descubiertos.

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Segundo sarcófago de Kha. Museo Egipcio de Turín. Foto: Naty Sánchez

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Detalle del Libro de los Muertos de Kha y Merit, adorando al dios Osiris. Foto: Naty Sánchez

Entre los objetos de la tumba también destacan algunos regalos entregados por quienes debieron ser amigos o compañeros en el pueblo de Deir el-Medina, destaca un tablero de senet y, sobre todo, quizá el más excepcional de todos los objetos descubiertos en la tumba, el regalo que debió entregarle a Kha el mismísimo faraón Amenhotep II en reconocimiento de su labor. Se trata de una herramienta propia del trabajo de un maestro de obras, un instrumento para medir, con la dimensión básica del codo, aunque convertida en suntuosa joya cubierta con pan de oro y exquisitas inscripciones.

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Instrumento cúbito, regalo del faraón Amenhotep II para Kha. Foto: Susana Alegre García

La tumba de Kha, preservada intacta durante más de tres milenios, proporciona una excepcional información sobre la aldea de los artistas de Dier el-Medina que trabajaron para los faraones y sobre la cotidianeidad que se vivió en sus calles y en sus casas. Pero sobre todo proporciona una visión excepcional sobre la intimidad de una pareja, que se amó y que buscó la eternidad, enterrándose juntos con sus bienes más preciados. Y miles de años después esa intimidad ha cobrado nueva vida y sus nombres, Kha y Merit, vuelven a recordarse y renacen en los infinitos detalles de los cientos de objetos que siguen acompañándoles en su eternidad. Objetos que maravillan a cuantos los miran y que convierten a Kha y Merit en personas próximas y cercanas, vivas y palpables, como si nos sumergieran en un viaje en el tiempo.

Realmente el descubrimiento de esta tumba es tan excepcional y su contenido tan remarcable que cuando en 1927 Schiaparelli publicaba el libro sobre el hallazgo de la tumba[5], Howard Carter, que aún estaba trabajando en la tumba de Tutankhamón exclamó: “¡Es magnífica!

Notas: 
[1] Sobre los cargos y aspectos de la biografía de Kha: E. FERRIDIS, «La tomba di Kha» en Museo Egizio, Módena, 2015, pp. 130 a 151.
[2] Fecha según Elini VASSILIKA en La tombe de Kha, L’Arquitecte, Turín, 2010.
[3] Estas anécdotas, y muchas otras, fueron recogidas por Arthur Weigall, en aquellas fechas Inspector del Servicio de Antigüedades para el Alto Egipto y que estaba presente durante la apertura de la tumba de Kha.
[4] Vídeo realizado por el Museo Egipcio de Turín en el que se reconstruye el momento del descubrimiento y las disposición de los objeto en las cámaras funerarias https://www.youtube.com/watch?v=UkQ2AbgxxzQ 
[5] Se trata de la obra en dos volúmenes titulada: La tomba intatta dell’architetto Cha, Relazione sui lavori della missioni archeologica Italiana in Egitto (Anno 1902-2910).

 

Autora Susana Alegre García

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