La máscara de Tutankhamón
Por Susana Alegre García
1 julio, 2007
Máscara de Tuntakhamón. Foto: Archivo documental AE
Modificación: 23 abril, 2020
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Época: Dinastía XVIII, reinado del faraón Tutankhamón (1334-1325 a.C.)
Dimensiones: Alto: 54 cm.
Materiales: Oro, lapislázuli, cornalina, turquesa, pasta vítrea, cuarzo, obsidiana…
Lugar de conservación: Museo de El Cairo (JE 60672).
Lugar de localización: Tumba de Tutankhamón en el Valle de los Reyes (KV 62)[1]

Fig. 1. Vista frontal de la máscara funeraria de Tutankhamón. Foto en Tesoros egipcios de la colección del Museo Egipcio de El Cairo (obra coordinada por F. TIRADRITTI), Barcelona, 2000, p. 235

Fig. 1. Vista frontal de la máscara funeraria de Tutankhamón. Foto en Tesoros egipcios de la colección del Museo Egipcio de El Cairo (obra coordinada por F. TIRADRITTI), Barcelona, 2000, p. 235.

<<La máscara de oro batido, una bella y única muestra de la retratística antigua, tiene una expresión triste pero tranquila, evocando la juventud truncada prematuramente por la muerte>>. Con estas palabras describe Howard Carter la magnífica máscara que localizó cubriendo aún al faraón Tutankhamón[2]. El rostro del monarca, cuya tumba y ajuar funerario había conseguido preservarse bajo la aridez del Valle de los Reyes[3], se inmortaliza en esta singular obra de orfebrería. La célebre máscara del rey es, por su belleza y maestría técnica, una de las más relevantes creaciones del arte faraónico y una de las obras de arte más remarcables en la historia de la humanidad (Fig.2).

Howard Carter vio en la máscara una expresión de tristeza serena, otros han visto elegancia, solemnidad, sosiego, sobria riqueza… Algunos incluso han afirmado que su apacible sonrisa es tan enigmática como la de la Gioconda. Sea como sea, lo cierto es que cualquiera que visita el Museo de El Cairo se siente arrastrado por su atractivo, siendo sin duda los 11 kilos de oro más hipnóticos que existen.

Fig. 2. Máscara de Tutankhamón in situ, cubriendo aún la cabeza del fa-raón, y complementada con llamativos collares. La foto muestra algunos otros objetos, entre los muchos que se colocaron sobre la momia. Se observa también la resina endurecida que difi-cultó tanto las tareas

Fig. 2. Máscara de Tutankhamón in situ, cubriendo aún la cabeza del faraón, y complementada con llamativos collares. La foto muestra algunos otros objetos, entre los muchos que se colocaron sobre la momia. Se observa también la resina endurecida que dificultó tanto las tareas.

Fig. 3. Perfil de la máscara de Tutankha-món. La fotografía, tomada por H. Burton, el fotógrafo del equipo de Carter, muestra a la máscara antes de que le fuera vuelta a colocar la barba postiza. http://www.ashmolean.org/gri/carter/256a-p0749.html

Fig. 3. Perfil de la máscara de Tutankhamón. La fotografía, tomada por H. Burton, el fotógrafo del equipo de Carter, muestra a la máscara antes de que le fuera vuelta a colocar la barba postiza. http://www.ashmolean.org/gri/carter/256a-p0749.html.

Siguiendo la tradición de las máscaras funerarias egipcias, también la de Tutankhamón muestra al difunto con los sentidos conectados, despierto, atento y vivo. La vivacidad queda especialmente plasmada en los ojos, subrayados por un perfil de lapislázuli que simula el maquillaje de cohol y que se extiende hacia las sienes. La mirada de las negras pupilas de obsidiana cobra mayor intensidad gracias a los retoques en rojo sobre el cuarzo con el que se realizó el globo ocular, simulando pequeñas venitas. La expresividad se incrementa aún más con la representación de detalles del lagrimal y con las cejas, largas y elegantes, que también se extienden hacia las sienes (Fig. 3).

El resto de la faz del monarca se plasma únicamente en oro, sin más incrustaciones que otorguen color a las mejillas, a la estilizada nariz, ni a los carnosos labios. No obstante, el cromatismo general de la máscara resulta sorprendente, lo que se consiguió con incrustaciones realizadas con piedras preciosas de colores y elementos vítreos[4]. Así se elaboró el amplio collar que se remata sobre los hombros con la cabeza de dos halcones y se realizaron las incrustaciones que hacen destacar la cabeza de buitre y de serpiente, símbolos de la autoridad del soberano sobre el Bajo y Alto Egipto, y que ornamentan la frente del soberano (Fig. 4 )

Fig. 4. Detalle de los emblemas de poder, el buitre y la cobra, alusivos a Nekhbet y a Uadyet, ornamentando la frente del sobe-rano. Se puede observar el traba-jo detallado de los orfebres en estos elementos y la circunstancia de que no se hay incrustación en los ojos del buitre. Detalle de foto en T. G. HENRY JAMES, Tutankamón, Barcelona, 2001, p. 97

Fig. 4. Detalle de los emblemas de poder, el buitre y la cobra, alusivos a Nekhbet y a Uadyet, ornamentando la frente del soberano. Se puede observar el traba-jo detallado de los orfebres en estos elementos y la circunstancia de que no se hay incrustación en los ojos del buitre. Detalle de foto en T. G. HENRY JAMES, Tutankamón, Barcelona, 2001, p. 97.

La enaltecedora barba postiza, que otorga un toque de distinción a la barbilla del joven, se realizó con oro y con incrustaciones de pasta vítrea azulada que han perdido parte de su tonalidad. Lo cierto es que resulta mucho más llamativo el nemes, con sus franjas horizontales que confluyen radialmente en la parte posterior, donde el tocado queda recogido. La geometría de este emblema de poder, contrasta con las formas de la cara del monarca en la que predominan las formas suavemente curvas. Es decir, los símbolos de la autoridad monárquica resultan profusos y ornamentales, mientras que el rostro del rey se muestra mucho más suave y prácticamente monócromo, a excepción del perfil que realza ojos y cejas.

A las inconfundible facciones del rostro de Tutankhamón hay que sumar otros elementos que son frecuentes en su iconografía: la representación de las líneas de la papada[5] y las grandes perforaciones para poder lucir amplios pendientes. Además, hay un detalle prácticamente imperceptible: las orejas no están colocadas de forma completamente simétrica, quedando una algo más alta que la otra y ligeramente desplazada. Por lo demás, la máscara es completamente simétrica e incluso es muy regular el grosor de la placa de oro que la conforma. Únicamente las radiografías delatan alguna irregularidad en la zona de una de las mejillas. También los Rayos X permiten descubrir que la máscara se realizó mediante dos placas de metal batido cuya unión surca el rostro del monarca, lo que resulta imperceptible debido a la magnífica calidad del acabado (Fig. 5).

Fig. 5. Radiografía de la máscara de Tutankhamón. Se puede apreciar la uniformidad del grosor del metal, a excepción de una irregularidad en la zona de la mejilla izquierda. Lo más llamativo, no obstante, es que se hace patente que la máscara está integrada por dos partes que se unen en la parte central, surcando el rostro del rey. N. REEVES, Todo Tutankamón. El Rey. La tumba. El tesoro real, Bar-celona, 1991, p. 114

Fig. 5. Radiografía de la máscara de Tutankhamón. Se puede apreciar la uniformidad del grosor del metal, a excepción de una irregularidad en la zona de la mejilla izquierda. Lo más llamativo, no obstante, es que se hace patente que la máscara está integrada por dos partes que se unen en la parte central, surcando el rostro del rey. N. REEVES, Todo Tutankamón. El Rey. La tumba. El tesoro real, Bar-celona, 1991, p. 114.

En el antiguo Egipto la máscara funeraria llegó a ser una pieza relevante en el equipamiento funerario y parece que no podía faltar en el ajuar de individuos acaudalados, más todavía, en el caso de un rey[6]. La función de este objeto era proteger, y a la vez reproducir idealizadamente, los rasgos de la persona. De este modo, teóricamente, la máscara contribuía a que los difuntos pudieran perpetuar su identidad, dando además a la momia un aspecto reconocible. Era, por tanto, un objeto intensamente mágico, propiciador de la perduración y, a la vez, como toda las máscara ritual, era expresión de tránsito y de metamorfosis[7]: muestra a su portador en un estado renovado, con vida y con los sentidos conectados tras el tránsito de la muerte, preparado para acceder a la nueva existencia en el Más Allá.

Pero el joven Tutankhamón era un difunto muy especial, ya que según la tradición no era estrictamente un hombre: como rey de Egipto era también un dios. Y, según la tradición, la carne de los dioses, inalterable y luminosa, era de oro[8]. El preciado metal, además, fue considerado un potente símbolo solar: su brillo y color se asimiló con el astro benefactor.

Simbólicamente la máscara de Tutankhamón muestra mucho más que el rostro de un joven monarca, ya que la identificación del oro con la materia divina y con el sol, le otorga una dimensión extraordinaria: el faraón mira a la eternidad con el atuendo propio de un rey divino de Egipto, transfigurando su carne perecedera en la incorruptible carne un dios; amaneciendo a la nueva existencia con la capacidad renovadora y la energía del propio sol.

No obstante, la máscara de Tutankhamón ofrece todavía más intensidad como talismán mágico, ya que en la parte posterior se cinceló una versión del Capítulo 151 del Libro de los Muertos. En dicho texto se identifican distintas partes del rostro del soberano, con diversas entidades divinas: las barcas del día y la noche, Anubis, Shu, Horus, Ptah-Sokar, la Enéada… Estas identificaciones no sólo tienen un papel importante en la protección del rey contra los múltiples enemigos del mundo inferior, también presentan y pretenden convertir al soberano en un ser todopoderoso (Fig. 6).

Fig. 6. Parte posterior de la máscara funeraria de Tutankhamón, donde se luce el recogido de tocado nemes que se remata con una especie de tranzado que cae por la espalda. Cincelado sobre el oro se observa el Capítulo 151b del Libro de los Muertos. Foto Susana Alegre García

Fig. 6. Parte posterior de la máscara funeraria de Tutankhamón, donde se luce el recogido de tocado nemes que se remata con una especie de trenzado que cae por la espalda. Cincelado sobre el oro se observa el Capítulo 151b del Libro de los Muertos. Foto Susana Alegre García.

<<¡Salve, hermoso rostro, dotado de vista, hecho por Ptah-Sokar, dispuesto por Anubis, a quien Shu dio la elevación, el más hermoso rostro entre los dioses! Tu ojo derecho es la barca de la noche, tu ojo izquierdo es la barca del día, tus cejas son la Enéada, tu cráneo es Anubis, tu nuca es la de Horus, tu corona es Tot, tu trenza es la de Ptah-Sokar. Estás en la frente de N., que está dotado de hermosos honores junto al gran dios y ve gracias a ti; ¡condúcelo por buenos caminos, que golpee para ti a los aliados de Set, y derribe para él sus enemigos bajo él, junto a la Gran Enéada en el Gran Castillo del Príncipe que está en Heliópolis! ¡Toma los buenos caminos ante Horus, señor de los hombres, N.!>>[9].

El texto del Libro de los Muertos alude a la idea de que los sentidos del difunto se encuentra activados, dando relevancia a la vista e incluso relacionando los ojos con la Barca del Día y la Barca de la Noche. Es decir, es como si el difunto pudiera ver tanto bajo la luz del sol como en la oscuridad, como si su tránsito no pudiera ser detenido, como si en cualquier lugar y circunstancia pudiera ver y estar protegido. Un tránsito en el que va a gozar con el amparo de algunos de los dioses más relevantes de Egipto, incluso puede contar con el poder de la Gran Enéada. En realidad, él mismo fue hecho por Ptah-Sokar, su cráneo es Anubis, su nuca es Horus… Pero, además, el texto alude a la capacidad de imponerse sobre los terribles aliados de Set, a los que el difunto va a vencer como Horus, escenificando la lucha arquetípica que impone desde el principio de los tiempos al orden sobre el caos.

La máscara de Tutankhamón, complementada con el texto del Capítulo 151b, es un potentísimo talismán propiciador del camino adecuado hacia la eternidad. Un camino en el que su portador es capaz de imponerse sobre las fuerzas de la oscuridad y del caos, y en el que su rostro se sublima identificándose en una expresión el conjunto de los dioses, referenciando así el conjunto de la existencia.

El texto expresa un compendio de dualidades: el día y la noche, lo luminoso (Shu) y lo oscuro (Anubis), la creación y la muerte (Ptah-Sokar), el orden (Horus) y el caos (Set). Dualidades que no son más que una expresión de la totalidad del cosmos, de la misma forma que el buitre y la cobra aluden a la autoridad única y total del monarca sobre el país del Nilo. Desde su excepcional máscara, en la intimidad de sus sarcófagos y ataviado como un poderoso faraón de Egipto, Tutankhamón se presenta ante el Más Allá como un dios, como un rey-dios cuya autoridad se impone sobre absolutamente todo. Incluso la Gran Éneada, es decir, los hacedores de la Creación, son una parte de él.

En su corta existencia muy probablemente Tutankhamón no gozara del amplio poder que se plasma en su máscara y que se subraya con el Capítulo 151b del Libros de los Muertos. Pero gracias a ella sí pudo presentarse con total autoridad ante el Más Allá. La máscara de Tutankhamón muestra quizá el anhelo de lo que hubiera querido ser, de todo aquello que hubiera deseado encarnar cualquier faraón de Egipto en su identificación con Ra, con Horus, con un todopoderoso rey-dios.

Paradójicamente, desde la óptica de la legitimación divina de la monarquía, más que una transfiguración se pude afirmar que la máscara de Tutankhamón implica un «desenmascaramiento». Desde esta perspectiva, la máscara de rey no oculta nada, lo que consigue es mostrar su auténtica naturaleza como garante del cosmos, como supremo dios solar, como poderosa entidad divina que ha superando los obstáculos de una vida terrena en la que se ha ocultado, enmascarado, tras la piel y tras la carne.


Notas:
[1] J. CARTER (y A.C. MACE), The Tomb of Tut.ankh.amen, 3 vols., Londres, 1923-1933.
[2] La extracción de la máscara y de otros elementos situados en el interior del sarcófago, incluso de la propia momia, fue un trabajo complejo que todavía se dificultó más debido a las resinas que habían colocado en la antigüedad y que se habían convertido en una pasta dura y ennegrecida que dificultó enormemente la tarea. La momia sufrió muchos daños, pero tampoco se pudo evitar el rallado y otros desperfectos de algunos de los objetos, la máscara no fue una excepción. Llama la atención, por ejemplo, que en las primeras fotos de la máscara ya extraída de su emplazamiento original, la barba postiza no aparece; siendo posteriormente recolocada en su lugar (Foto 3). A pesar de lo difícil que resultaba el trabajo de extracción, no obstante, Howard Carter afirmó que uno de los momentos más emocionantes de sus trabajos en la tumb del rey fue el instante en que le retiró la máscara y pudo ver la cara de Tutankhamón que conservaba aún, incluso, las pestañas. Ver notas de Carter y las primeras fotografías de la máscara, realizadas por H. Burton, el fotógrafo del equipo que excavó la tumba en http://www.griffith.ox.ac.uk/gri/carter/256a.html
[3] El ajuar no estaba completamente intacto. Durante los trabajos de excavación se pudo determinar que el enterramiento había sufrido al menos dos saqueos.
[4] A diferencia de las máscaras funerarias reales localizadas en Tanis, que se caracterizan entre otros aspectos por la monocromía.
[5] Aunque en esta ocasión es mucho más suave que la papada mostrada en otros retratos del monarca, como, por ejemplo, el que le muestra emergiendo de una flor de loto. Ver por ejemplo en Tutankhamón y el loto
[6] No únicamente las momias portaron máscaras, en antiguo Egipto se utilizaron máscaras en otros contextos de carecer ritual y litúrgico. Ver un resumen y bibliografía complementaria de su uso en I. SHAW y P. Nicholson en Diccionario Akal del Antiguo Egipto, Madrid, 2004, pp. 216-216.
[7] Sobre la trascendencia mágica de la máscara ver por ejemplo J.E. CIRLOT en Diccionario de símbolos (Barcelona, 1982, pp. 299-3000). El autor recoge la idea de que toda máscara tiene algo vinculado con lo misterioso y, a la vez, con lo vergonzoso. La ocultación propicia la transfiguración y tiene un efecto mágico de transformación. Convierte a su portador en lo que desea ser, en «otra cosa». La máscara, a nivel simbólico, equivale a una especie de crisálida.
[8] Se establecieron otras identificaciones de materiales preciosos y piedras con las distintas partes de los dioses: el pelo, de lapislázuli; los huesos, de plata; la sangre, de cornalina…
[9] Traducción del Capítulo 151B del Libro de los Muertos en P. BARGUET, El Libro de los Muertos de los antiguos egipcios, 2000, Bilbao, p. 218. He «corregido» en el texto la corrección y aclaraciones que hace P. BARGUET sobre la idoneidad de traducir «máscara» en lugar de «dedo» en una de las frases, y he preferido terminar  aludiendo a «los hombres» en lugar de a «los pat«.

 

Autora Susana Alegre García

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