La maldición de Sinuhé
Por Ildefonso Robledo
12 julio, 2010
Modificación: 3 junio, 2020
Visitas: 4.032

Ese día se iban a celebrar los funerales de Sinuhé y todos los hombres y mujeres de Tebas habían llorado. Hacía muchos años, Sinuhé, que había sido médico en la Gran Mansión de Amenemes I, había quedado atrapado en el miedo cuando tuvo conocimiento de que el rey había sido asesinado. De forma apresurada, invadido por el temor, decidió abandonar la Tierra Negra y encaminó sus pasos al país de los asiáticos, cruzando los Muros del Príncipe, en la noche, tal y como hacen los fugitivos.

Habrían de pasar muchos años para que Sinuhé, ya envejecido, tuviera conocimiento de que Sesostris, hijo de Amenemes, había tenido piedad de él. Le había hecho saber que no deseaba que Sinuhé muriera en las tierras de los asiáticos sino que quería que retornase a Egipto para morir y ser enterrado en la Tierra Negra.

Fue así como Sinuhé, sintiendo un inmenso alborozo, abandonó las arenas en las que vivía y retornó a su amada Tebas, en donde fue recibido por nuestro rey en medio de una gran alegría. Ordenó entonces Sesostris que fuese construida para él una tumba magnífica en la necrópolis de la Tierra Roja y se preocupó también de que todas las necesidades de este hombre, mientras viviese y luego tras la muerte fuesen atendidas adecuadamente. Con esa finalidad, ordenó Sesostris que se le nombrara un Sacerdote Funerario, que habría de encargarse de los cultos debidos a su Ka una vez que Sinuhé arribase al momento de partir al mas allá. Para atender los gastos que implicaba ese culto funerario mandó también el rey que se le asignaran las rentas a producir por una explotación agrícola que concedió a Sinuhé, tanto mientras viviese como luego, durante toda la eternidad, para el mantenimiento de su memoria.

Los funerales

Muerto Sinuhé, una vez que su cuerpo fue embalsamado en la Casa de la Muerte, el sarcófago que contenía su momia, tras cruzar las aguas del Nilo y arribar a la orilla de la Muerte, situada el oeste de Tebas, fue colocado sobre un trineo del que tiraban dos bueyes. Abrían la comitiva funeraria dos Sacerdotes Puros, que iban arrojando agua y leche delante del trineo en la justa cantidad para evitar que este se hundiera en la arena, una vez que esta había sido humedecida y pisada.
Llegados a la puerta de la tumba el Sacerdote Lector fue recitando las fórmulas mágicas en tanto que el Sacerdote del Ka procedió a tocar la boca de Sinuhé con una azuela de hierro celeste, para conseguir que la vida retornara al cuerpo momificado.

La maldición de Sinuhé

Dijo el Sacerdote Lector: “Salve Osiris, Toro del Occidente, soy Sinuhé, el más divino de los dioses protectores. He luchado por ti. Soy uno de los dioses del tribunal que ha proclamado justo a Osiris en el día del peso de las palabras. Pertenezco a tus gentes, Osiris. Soy uno de los hijos de Nut que masacraron a los enemigos de Osiris y que capturaron a los que se habían rebelado contra él…”

Y prosiguió: “¡Oh vosotros, espíritus que abrís los caminos, que despejáis los senderos a las almas perfectas que caminan hacia la mansión de Osiris! ¡Abrid los caminos a Sinuhé, despejad los caminos a su alma, que está purificada con vosotros…”

Y mientras la boca era tocada con la azuela fabricada con hierro celeste: “Que mi boca sea abierta por Ptah, que las vendas que amordazaban mi boca sean desatadas por el dios de mi ciudad… Mi boca me ha sido restituida, mi boca me ha sido abierta… ¡Qué los dioses rechacen cuantos sortilegios y conjuros mágicos se hagan contra mí! ¡Qué se apongan a ellos todos y cada uno de los dioses de la Enéada!”

Todos sentimos una emoción de especial intensidad cuando llegó el momento en que el Sacerdote, cubierto con una piel de leopardo, tras recitar diversos conjuros a un ritmo trepidante, envuelto en el humo del divino incienso y atrapado en el ruido de los tambores que tocaban de manera frenética varios hombres mientras bailaban la danza de los “muu”, fue entrando en estado de trance. Todos sabíamos que ese era un momento de gran peligro, ya que el sacerdote, protegido por la piel de la fiera, debía entrar en el Reino de los Muertos y regresar con el Ka de Sinuhé, que tendría de nuevo que incorporarse a su cuerpo momificado para que la vida retornara.

Con preocupación, todos nos fuimos dando cuenta, envueltos en un gran pesar, de que algo inusual estaba sucediendo. El Sacerdote, cada cierto tiempo, abandonaba su estado de delirio pero todos veíamos que el ansiado retorno del Ka de Sinuhé no se producía. Pasaron las horas y llegó el momento de dar comienzo a los rituales de las Cuatro Antorchas de Glorificación; había llegado la noche y el espíritu de Sinuhé debía atravesar las siete puertas de Osiris, situadas en el Reino de los Muertos, único medio de llegar a la Sala de la Doble Maat, donde su corazón habría de superar el Juicio de Osiris para, si era declarado Justo, poder acceder a la inmortalidad. Fueron realizados los rituales de las antorchas, pero todos sentimos que la Luz de Ra no parecía atraída por los conjuros y el cuerpo de Sinuhé, quizás desprovisto de su Ka, hubo de quedar, al fin, depositado en la tumba. Todos los hombres y todas las mujeres lloraban, ya que pensaban que la momia de Sinuhé, quizás, no había podido retornar a la vida, y por tanto la inmortalidad le habría sido negada. De ser así, su espíritu habría sido aniquilado.

La maldición

La terrible noticia se divulgó por la ciudad con la rapidez con que la luz del amanecer irrumpe en la tierra. Pronto todos los hombres supieron que Sinuhé, el que había sido médico del rey, posiblemente no había podido alcanzar la inmortalidad.

Pronto, también, los rumores comenzaron a extenderse por los barrios de Tebas. Eran muchos los que sabían que Senet, el sacerdote que había dirigido los ritos funerarios, el hombre que revestido con la piel de un leopardo había viajado al más allá para buscar el Ka de Sinuhé, no era precisamente un hombre adornado por las virtudes que son gratas a los dioses. Muchos sabían de su amor a la cerveza y de la pasión que sentía por las mujeres y pronto se comenzó a escuchar que en la noche que precedió a los funerales se le había visto acompañado de Nerit, una cortesana que con  su cuerpo hacía gratas las horas de los hombres sin escrúpulos.

Todo sugería que en ese abominable acto de impiedad podía encontrarse la causa de la desgracia que se había abatido sobre Sinuhé. Se sabía que los dioses tenían establecido que los sacerdotes que hubieran de llevar a cabo los ritos funerarios debían estar plenamente puros, pulcros en el lavado y vestido, sin haber comido alimentos impuros y sin haber mantenido relaciones sexuales con mujer alguna.  Senet, que había gozado con el cuerpo de Nerit la noche anterior, era un hombre impuro. Nunca hubiera debido participar en los rituales que habrían de devolver la vida a Sinuhé. Poseído por el vicio había sido incapaz de arribar al Reino de los Muertos, y todo hacía pensar que el Ka de Sinuhé había quedado extraviado en el Inframundo por toda la eternidad.

Las sospechas se confirmaron pronto. A la mañana siguiente Senet fue encontrado muerto en su lecho. Nadie vertió lágrimas por él. Merecía morir por el acto de impiedad que había cometido. Nadie se ocupó de sus funerales. Su nombre fue borrado de los libros. Su cuerpo fue quemado y sus huesos quedaron abandonados en la Tierra Roja del desierto.

Muchos hombres sabían que Sesostris, cuando hizo construir la tumba de Sinuhé, había ordenado grabar en una de las paredes la más terrible de las maldiciones:

“Oh, viajero que llegas a la tumba de Sinuhé. Pronuncia mi nombre para que sea recordado por toda la eternidad. Un hombre vuelve a la vida cuando su nombre es pronunciado. Oh, viajero, pide también ofrendas para mi a los dioses, que nunca falten en mi tumba las ofrendas de pan y de cerveza. Pide para mi que nunca falten en mi tumba todas las cosas buenas. Si así lo haces, mi espíritu velará por ti durante toda la eternidad.

Oh, quienquiera que seas, que llegues a esta tumba en estado de impureza o con malas intenciones: se consciente de que el espíritu de Sinuhé te atrapará en la noche, como si fueras un pajarillo, y te destrozará con sus manos. Ten además la certeza de que Sinuhé te denunciará ante el Tribunal de los Dioses y que estos ordenaran que seas aniquilado de inmediato, por toda la eternidad.”

Y fue así como aquella noche todos los hombres y todas las mujeres de Tebas se sintieron felices. La maldición de Sinuhé había producido su efecto y Senet, el sacerdote impuro, había sido aniquilado. Además, el triunfo de Sinuhé confirmaba que el que había sido médico del rey, con sus grandes conocimientos de magia, había sido capaz –él solo, iniciado en los Grandes Misterios- de encontrar su Ka en el Reino de los Muertos, e igualmente todo nos decía que su espíritu había superado el Juicio de Osiris y había podido acceder, finalmente, a la existencia feliz durante Millones de Años.

Todos supimos así, envueltos en la alegría, que Sinuhé había sido declarado “Justo de Voz” por el Tribunal de los Dioses.

 

Autor: Ildefonso Robledo

Whatsapp
Telegram