La investigación acerca de un Éxodo israelita no se supedita a las fuentes procedentes de Egipto. Los hechos narrados posteriores a la salida han sido objeto de múltiples estudios. La conquista de Canaán es un elemento más a considerar: ¿Hubo una conquista israelita en Canaán? O ¿Los israelitas siempre estuvieron en Canaán?. Algunos autores han sugerido la posibilidad de que no hubiera un Éxodo, sino que los protoisraelitas siempre estuvieron allí; para estos autores no hubo ninguna llegada procedente de Egipto. Otros mantienen la tesis de dos tipos de israelitas, los residentes en la antigua Palestina y aquellos que llegaron de Egipto.
William G. Dever, arqueólogo de la Universidad de Arizona y autor del libro Who Were the Early Israelites and Where Did They Come From? expone que la densidad de los asentamientos humanos se incrementó sustancialmente justo después del año 1200 a.C.. Dever sostiene que este incremento no es atribuible al crecimiento natural de población sino que indica la entrada de un nuevo grupo.
Por otro lado, los datos obtenidos en las excavaciones arqueológicas contradicen ciertas narraciones de la Biblia; quedan patentes las dificultades que existen en la armonización de información procedente del texto bíblico con la cronología histórica y con datos arqueológicos. No hay datos que nos hagan pensar en una invasión violenta de Canaán en el s. XIII a.C.
Los estudios arqueológicos evidencian que la cultura material del antiguo Israel se parece mucho al de las ciudades cananeas de su entorno y no de Egipto. Lo que hace pensar a un sector académico que, por lo menos, la mayor parte del pueblo israelita jamás estuvo en Egipto.
En este nuevo artículo, el Dr. Ariel Álvarez Valdés nos explica precisamente eso. ¿ Con qué datos arqueológicos contamos?, ¿fue una conquista militar o pacífica?, ¿Se derrumbaron las murallas de Jericó? y ¿Cuándo se escribió el libro de Josué y por qué?. Todas ellas son cuestiones relevantes a tratar, por cuanto según el relato bíblico, a la conquista le precedía una salida de Egipto.
Gerardo Jofre
Una operación relámpago
Según la Biblia, los israelitas llegaron a la Tierra Prometida procedentes de Egipto. Como la encontraron ocupada por los cananeos, decidieron tomarla militarmente. El relato de esa conquista (Jos 1-12) constituye una de las páginas más gloriosas de la Biblia, donde se dan cita el heroísmo, la astucia y la venganza. Aquí se encuentran algunos de los episodios bíblicos más famosos, como el de los espías salvados por una prostituta (Jos 2), la milagrosa caída de los muros de Jericó (Jos 6), y la detención del sol en el cielo (Jos 10).
Toda la conquista está descrita como una especie de guerra relámpago, en la que las 12 tribus de Israel, conducidas por el general Josué, se apoderan de la ciudad de Jericó, capturan la fortaleza de Ay, y luego emprenden tres campañas militares: al centro (Jos 7-9), al sur (Jos 10) y al norte del territorio (Jos 11). Al final, toda la población local queda eliminada y los israelitas logran apoderarse de la Tierra Santa.
Los historiadores suelen ubicar estos hechos hacia el año 1220 a.C.
¿Conquista militar?
Durante siglos, los lectores de la Biblia tomaron tales episodios como históricos. Pero con el tiempo, comenzaron a surgir algunas dudas: ¿cómo pudo un grupo andrajoso, que marchaba con mujeres, niños y ancianos, y que venía de deambular por el desierto, enfrentar a los poderosos reyes cananeos? ¿Cómo pudo esta masa desordenada y sin preparación bélica, conquistar las grandes fortalezas defendidas con ejércitos profesionales y carros de guerra entrenados? ¿Por qué no intervino Egipto, siendo que en ese entonces Canaán era una provincia controlada por ese país?
Además, se empezó a comparar el libro de Josué (donde está el relato de la conquista) con el de los Jueces. Y se encontró que este libro traía una versión muy distinta de la conquista. Mientras el libro de Josué afirma que la conquista fue una rápida campaña militar, protagonizada por las 12 tribus, dirigida por Josué, y que terminó con la ocupación de todo el país, el libro de los Jueces afirma que: a) la conquista fue un proceso largo y penoso; b) realizado en forma individual por las tribus; c) sin la intervención de Josué; d) sólo parcialmente lograda. ¿Cuál de los dos libros contenía la verdad histórica?
Para empeorar la situación, a mediados del siglo XIX se produjo un hecho que terminó desacreditando del todo esta teoría de la conquista militar: la llegada de la arqueología.
¿Infiltración pacífica?
En efecto, cuando los arqueólogos excavaron Palestina, descubrieron que las cosas no habían sido como las contaba la Biblia. Vieron que las murallas de Jericó se habían derrumbado trescientos años antes de la presunta llegada de los israelitas. Que la ciudad de Ay había desaparecido mil años antes del supuesto arribo de Josué. Y que muchas localidades mencionadas en la conquista (como Gabaón, Hebrón, Arad, Jormá), no existían en aquella época, o eran poblados sin ninguna importancia.
Todo esto hizo que muchos estudiosos abandonaran poco a poco la hipótesis de la conquista militar, y se inclinaran por otra nueva, sugerida hacía tiempo por los biblistas alemanes: la de la infiltración pacífica.
Según esta teoría, formulada por primera vez en 1925 por Albrecht Alt, los israelitas no entraron a Canaán militarmente, sino pacíficamente. Y no lo hicieron todas las tribus juntas, guiadas por un general hebreo, sino gradualmente, en un largo proceso de infiltración. Los primeros israelitas habrían sido pastores de cabras y ovejas, procedentes del desierto, que hacia el 1200 a.C. empezaron a cruzar la frontera y asentarse progresivamente en las zonas menos pobladas de Canaán. Con el tiempo, los pastores se hicieron agricultores y se sedentarizaron. Pero al crecer los inmigrantes en número, y aumentar sus necesidades de tierra y agua, entraron en conflicto con los cananeos locales. Entonces se produjeron luchas violentas entre ambos grupos, que terminó con el triunfo de los inmigrantes.
O sea que los enfrentamientos bélicos, contados en el libro de Josué, serían el recuerdo de esta disputa armada entre los pastores extranjeros y los cananeos locales. Nunca existió, pues, una invasión unitaria de las tribus israelitas. Éstas ocuparon la tierra de Canaán mediante un largo y gradual proceso de infiltración pacífica. De ahí el nombre de esta teoría.
¿Revolución campesina?
Aunque las teorías de la conquista militar y de la infiltración pacífica eran muy diferentes, tenían algo en común: las dos suponían que los israelitas eran inmigrantes que habían llegado al país alrededor del 1200 a.C., y que en cierto momento entraron en conflicto con los agricultores locales.
Pero con el paso del tiempo, también la visión de Alt comenzó a ponerse en duda. La misma arqueología demostró que no hay señales culturales de un grupo étnico diferente que hubiera llegado de afuera. Además, es improbable que un grupo de nómadas hubiera llegado del desierto hacia el 1200 a.C, porque el camello recién fue domesticado hacia el 1000 a.C, y se lo usó como animal de carga recién hacia el 900 a.C.
Esto llevó al biblista norteamericano George Mendenhall a proponer, en 1962, una nueva y osada teoría. Según él, los israelitas no vinieron de afuera del país, sino que eran los mismos cananeos campesinos, que en determinado momento se revelaron contra los habitantes de las ciudades.
Concretamente, Mendenhall afirmaba que alrededor del año 1200 a.C., las clases altas de los cananeos, que vivían en las ciudades (gobernantes, cortesanos, sabios, sacerdotes), oprimían y explotaban a la población campesina que trabajaba la tierra. Poco a poco, los campesinos cananeos fueron tomando conciencia de su situación y uniéndose, hasta que en cierto momento estalló el conflicto. Los campesinos se sublevaron contra la gente de las ciudades, las destruyeron, y fundaron un nuevo orden social y un nuevo pueblo. A ello contribuyó un pequeño grupo llegado de Egipto, unido por la fe en un nuevo Dios, llamado Yahvé, que los había liberado del faraón, y con el que habían hecho una alianza.
Los relatos de la conquista del libro de Josué serían, pues, el recuerdo de esta revuelta campesina contra las ciudades explotadoras.
La evolución progresiva
La hipótesis de Mendenhall tuvo una amplia acogida entre los estudiosos de la década del 70 y 80, y llegó a convertirse en la preferida de numerosos biblistas. Su gran propagador fue el historiador y sociólogo bíblico Norman Gottwald, quien en 1979 publicó una obra monumental de casi mil páginas, para tratar de demostrarla.
Pero con la misma rapidez con la que se propaló, esta teoría también comenzó a perder crédito. Porque los arqueólogos comprobaron que las colinas centrales de Palestina, donde habitaban los campesinos cananeos, tenían lugar de sobra para mantener a la población nómada; en cambio Mendenhall decía que no había lugar para el pastoreo y por eso se sublevaron.
Ante esta nueva frustración, la historia de la conquista entró en un callejón sin salida. Y durante muchos años, los historiadores no tuvieron más remedio que elegir, con más o menos ajustes, alguna de estas tres propuestas. Pero en el año 2001, el panorama cambió drásticamente con la aparición de un impactante libro, titulado “La Biblia desenterrada”, escrito por el historiador y arqueólogo hebreo Israel Finkelstein.
Este autor, que además de biblista es arqueólogo (lo cual le permitió excavar personalmente en Palestina), sostenía que los israelitas no llegaron de afuera, sino que eran los mismos cananeos, que en un principio vivían como pastores nómades en los campos de Canaán, manteniendo buenas relaciones comerciales con los habitantes de la ciudad. Pero en cierto momento, hacia el año 1200 a.C., debido a factores políticos externos, las ciudades cananeas se derrumbaron. Entonces los pastores se vieron en problemas, pues del comercio con las ciudades ellos obtenían cereales, aceite y otros productos agrícolas. No tuvieron más remedio que sedentarizarse y practicar ellos mismos la agricultura. Se instalaron en las regiones altas y despobladas del este de Palestina, y poco a poco fueron creciendo hasta convertirse en pueblos y ciudades grandes. Y así fue como nació el pueblo de Israel.
Por lo tanto, concluye Finkelstein, la aparición de los primeros israelitas no fue lo que provocó el derrumbe de la civilización cananea, sino al revés: el derrumbe de la civilización cananea fue lo que permitió el surgimiento del primitivo Israel.
De unos antepasados vergonzosos
Podemos imaginar el escándalo que produjo la aparición de esta teoría, especialmente entre los judíos actuales, quienes de pronto se “enteraron” de que los tan odiados cananeos, sus ancestrales enemigos, a quienes por siglos consideraron una raza maldita a la que debieron exterminar, no eran sino… ¡sus propios antepasados!
La hipótesis de Finkelstein también causó gran conmoción en el ámbito académico, y fue objeto de numerosos debates en universidades y congresos. Y aunque sus puntos de vistas siguen siendo controvertidos, cada vez son más los historiadores y biblistas que los van aceptando.
Sea cual fuere el verdadero origen de Israel, una cosa es clara: los relatos de la conquista militar, como están narrados en el libro de Josué, no reflejan auténticos hechos históricos. No existió una invasión unitaria de las doce tribus de Israel, al mando de un único general, que mediante tres campañas relámpago las condujo a la rápida posesión de la Tierra Prometida.
Surge entonces la pregunta más importante: ¿cuándo y por qué se escribió el libro de Josué?
Una geografía que atrasa
Hoy muchos biblistas sostienen que, tal como está en la Biblia, este libro no se escribió en el siglo XIII a.C. sino mucho después, en el siglo VII a.C., cuando gobernaba en Jerusalén el famoso rey Josías. Eso se puede comprobar, porque si leemos la lista de ciudades que aparecen descritas en Jos 15,21-62, vemos que éstas corresponden exactamente a las fronteras que el reino de Judá tenía en el siglo VII a.C., durante el reinado de Josías. Incluso los nombres de esas ciudades coinciden con las denominaciones del siglo VII y no del siglo XIII.
¿Y por qué el rey Josías quiso contar en un libro que la Tierra Prometida había sido conquistada militarmente por Josué?
La respuesta es la siguiente. Cuando subió al trono en el 640 a.C, el rey Josías gobernaba una minúscula porción de la Tierra Santa, en el centro del país. La inmensa mayoría del territorio se había perdido, un siglo atrás, en manos de los asirios. Y los israelitas decían que eso se debía a sus pecados, y a que no habían sido fieles a las leyes divinas. Por eso Dios los había castigado quitándoles gran parte de la tierra.
Pero hacia el año 620 a.C., el reino de Asiria empezó a debilitarse y a disminuir su control del país. Entonces se despertó en el rey Josías el sueño de recuperar militarmente los territorios perdidos. Y para animar al pueblo a esta empresa, hizo componer el libro de Josué, exponiendo cómo una vez la tierra ya había sido conquistada por Josué, de una manera rápida y fácil. Y no porque los israelitas fueran militarmente idóneos, sino porque ésa era la voluntad de Dios sobre el país: que perteneciera a Israel.
Por lo tanto, el libro de Josué, más que una crónica histórica, es la expresión de los anhelos y aspiraciones políticas de este monarca
Para retratar al rey
En efecto, el primer objetivo expansionista de Josías era conquistar la zona central, con Jericó y sus alrededores. Por eso, el libro de Josué cuenta que la primera batalla de los israelitas fue la conquista de Jericó y sus alrededores. El segundo objetivo del rey era ocupar el valle de la costa, llamado la Shefela, una región importante y fértil, considerada el granero de Judá. Por eso, el libro de Josué dice que la segunda campaña de los israelitas fue la conquista del camino de la costa. Finalmente, el gran sueño militar del rey Josías era recuperar los territorios perdidos del norte. Por eso el libro de Josué narra que la última etapa de la conquista fue la recuperación de la región del norte.
O sea que las campañas de Josué, aunque están contadas como si hubieran sucedido en el siglo XIII a.C, en realidad eran el proyecto de las futuras conquistas que Josías tenía en mente en el siglo VII a.C.
Más aún: la misma figura de Josué está retratada con los rasgos del rey Josías. En efecto:
a) cuando asume como jefe del pueblo (Jos 1,1-9), Josué es descrito como se describía la asunción de un rey;
b) cuando recibe el juramento de lealtad del pueblo (Jos 1,16-19), se lo presenta como un rey que recibe el juramento de su gente;
c) cuando preside la ceremonia de renovación de la alianza (Jos 8,30-35), Josué realiza una función que era exclusiva del rey;
d) cuando Dios le ordena meditar día y noche el libro de la Ley divina (Jos 1,8-9), le está ordenando algo que era característico del rey Josías (2 Re 23,25).
O sea que Josué es, en realidad, el vivo retrato del rey Josías, un símbolo de este monarca, de quien se esperaba que volviera a “repetir” aquellas hazañas legendarias del caudillo militar hebreo.
El libro de propaganda
Los combates de los israelitas no son, ciertamente, una total creación literaria. Contienen lejanos recuerdos de algunos enfrentamientos bélicos ocurridos alguna vez. Pero están articulados en una trama artificial e idealizada, como una propaganda política en favor de los sueños y aspiraciones del monarca.
De este modo el libro dejaba en su conjunto una lección muy clara a los lectores: Israel pudo una vez conquistar la Tierra Santa, de manera rápida y fácil, porque en el plan de Dios estaba que todas esas tierras pertenecieran a los hebreos. Pero siglos más tarde, por la infidelidad de los israelitas, las tierras se perdieron en manos de los asirios. Ahora, la tierra está lista para ser nuevamente conquistada para Israel, si el pueblo judío está dispuesto a convertirse, cambiar de vida, rechazar la idolatría y mantenerse puro.
Y si bien Josías nunca pudo concretar su ambicioso plan de reconquistar la Tierra Santa, porque murió poco después sorpresivamente, la fuerza y el vigor de su proyecto perduraron durante siglos, y fue como un faro de luz que alentó las esperanzas de generaciones de israelitas, en la convicción de que Dios seguía estando de su lado, dándoles el poder de enfrentar cualquier enemigo y salir victoriosos, siempre y cuando ellos fueran fieles a Dios.
Autor Prof. Ariel Álvarez Valdés
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