El Valle del Nilo: de la geografía al mito
Por José Iván Bolaños González
26 mayo, 2004
Modificación: 23 mayo, 2020
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Territorio y religión: de la geografía al mito

Uno de los pilares básicos de la religión egipcia fue el mantenimiento del orden cósmico establecido en el momento de la creación del conjunto de las cosas existentes (al aspecto que poseían todos los elementos al culminar este proceso se le denominó la Primera Vez , constituyendo el modelo hacia el que la vida y las cosas deben tender). Este hecho estaba legitimado por la realeza «tuviese carácter divino o no» y por el influjo beneficioso de los dioses, cuya intervención en la vida terrenal se reflejaba en las inundaciones periódicas del Nilo.

La religión egipcia disponía de un conjunto de mitos cosmogónicos que explicaban el origen del cosmos y la totalidad de las cosas existentes en la Tierra. Debe tenerse en consideración que cada ciudad de la civilización estaba compuesta por un templo fundado en honor al dios principal de esa urbe y, por tanto, esta divinidad actuaba como demiurgo en el mito cosmogónico de la ciudad. Por tanto, en Egipto aparecen tantos mitos cosmogónicos como ciudades y la deidad de cada enclave urbano es el gran creador en los respectivos mitos de creación. Aún así, hay que destacar tres cosmogonías fundamentales: la heliopolitana, la menfita y la hermopolitana. Corresponden a las ciudades de Heliópolis, Menfis y Hermópolis, estando las dos primeras situadas en el Bajo Egipto y la tercera en el Alto Egipto.

El proceso de la creación que relataban los diferentes mitos cosmogónicos presenta unas características comunes independientemente de la ciudad considerada. Así, dicho proceso se reflejaba en la relación que la población mantenía diariamente con su medio natural. Por ello, el sol es un elemento dominante y la creación comienza cuando aparece la colina primigenia (denominada «colina benben» en el relato cosmogónico de Heliópolis); es decir, simbólicamente corresponderían a pequeñas acumulaciones de limos en la llanura fluvial como consecuencia del descenso de las aguas de la crecida. Esta colina representa la posibilidad de cultivar el espacio y, además, comienza a imperar el orden entre el conjunto de las cosas creadas, pues los egipcios tenían la concepción de que el origen de todo estaba en una materia oscura, informe y líquida donde domina el desorden y que denominaban Nuu. Esta situación inicial donde domina Nuu tiene su elemento correlativo en el punto álgido de la inundación del Nilo en el que el agua lo ocupa todo, siendo el caos patente hasta que aparece la citada colina primigenia . Como hemos expresado, el mundo aparece a partir de la creación, dividiéndose en tierra, cielo y mundo subterráneo.

Las características del medio natural no sólo se plasman en los mitos cosmogónicos, sino también en la concepción cíclica que los egipcios tenían de la naturaleza. Tal es así que el sol y el Nilo, dos de los elementos geográficos dominantes en Egipto, nacen y mueren desde la perspectiva simbólica: el sol «nace» cada mañana por el Este y «muere» por el Oeste al final del día, mientras que el Nilo «nace y muere» anualmente cuando se produce su crecida y el descenso progresivo de sus aguas, «retornando de esta manera el Nilo al agua original y volviendo a fluir de ella en un círculo eterno». Según todo esto, el Este era considerado como la región residencia de los vivos, mientras que el Oeste representaba el lugar donde habitaban los muertos.

En el marco del panteón divino del antiguo Egipto, el Nilo también tenía su representación. Hapi era la divinidad del Nilo que representaba la fertilidad de Egipto producida por las inundaciones periódicas de las tierras de cultivo, fenómeno que refleja el papel trascendental ejercido por el río en la pervivencia de la civilización. Además , el Nilo constituía el referente para establecer los límites entre el Este y el Oeste del mundo. Otras divinidades menores eran Crofi y Mofi, cuya referencia aparece en Assuán, deidades que se localizaban escondidas entre las rocas y que hacían discurrir el agua surgida de Nuu .

Al comienzo de este artículo se hacía una diferenciación entre la «Tierra Negra» o Kemet y la «Tierra Roja» o Deshret . Pues bien, también aquí cada elemento tiene su dios. Así, Horus representa a Kemet por ser ésta la tierra que simboliza el orden, rasgo plasmado en la parcelación de las tierras y en el cierto grado de urbanización de las mismas, mientras que Seth representa a Deshret por ser ésta la tierra que simboliza el desorden, rasgo que se manifiesta en el caos presente en los desiertos y en las tierras salvajes. Este hecho constituye un factor fundamental de la religión egipcia, pues la dicotomía entre el orden y el desorden forma parte del trasfondo del proceso de la creación. Además , Horus también representa el Alto Egipto y Seth el Bajo Egipto.

Dadas las repercusiones positivas que el Nilo traía para el país, el río era considerado por los habitantes como una libación de los dioses. De este modo, la de Seth inundaba el Alto Egipto desde la isla Elefantina hasta Per-Hapy, y la de Horus inundaba el Bajo Egipto desde Per-Hapy hasta Behedet (CIMMINO, F., 1991, páginas 19-20).

La morfología de los espacios cultuales también estaba íntimamente vinculada con los rasgos propios del entorno geográfico. Los templos constituyen las casas donde habita el dios de cada ciudad y donde se llevan a cabo los cultos oficiales de la religión, conteniendo la estatua de la representación divina. En el marco de esa relación entre geografía y religión, el templo es una transposición simbólica del universo, porque dado que en su interior se encuentra la representación del dios creador, la totalidad del edificio religioso deber ser «a imagen y semejanza» del mundo que lo rodea y que él ha creado.

La construcción de un templo implicaba, en primer lugar, llevar a cabo una oquedad en el suelo donde se colocarían los cimientos del edificio, siendo necesario que aflorase el nivel freático, pues éste representa a las aguas primordiales «en cuyo trasfondo religioso está el Nilo» sobre las cuales flotaba la tierra. Otra cuestión es la orientación astronómica de los templos. En este sentido, posiblemente y de manera general, una simple dirección Norte-Sur u Oeste-Este fuera suficiente, vinculándose la primera con el trayecto de las estrellas circumpolares o con la dualidad Alto-Bajo Egipto , y la segunda con la dinámica solar ya apuntada (MOLINERO POLO, M. A., 2000, página 81).

En el interior de los templos axiales aparecen unos trípodes escalonados que simbolizan la colina primordial sobre la que se colocó el gran demiurgo en el momento de la creación (figura 3); el piso del templo puede estar formado por varios niveles dada la existencia de escaleras, aunque siempre en sentido ascendente, lo que simboliza el ascenso hacia el cielo, hacia los dioses. Las columnas del espacio templario carecen de capitel y fuste, constituyendo una simbolización petrificada de muchos de los elementos naturales que surgieron en la creación, como las palmeras. Además, el techo del templo representa generalmente al cielo, mientras que el suelo del mismo hace referencia a la tierra anegada. Por tanto, las columnas alcanzan el techo «el cielo simbólicamente», puesto que actúan como «pilares cósmicos» en la mitología egipcia. El patio con pórticos, espacio de suelo liso rodeado de columnas, representa un pequeño lago con sus orillas repletas de plantas, imagen que se repite profusamente en la geografía del valle del Nilo. La sala hipóstila, llena de columnas, simboliza un bosque de lotos o palmeras tan frecuente en la naturaleza del Nilo, donde el suelo está inundado «aparecen dibujadas barcas sagradas». El espacio endógeno del templo es, en general, líquido «debido a los múltiples pictogramas que aluden al agua» y oscuro «la falta de luz se acrecienta a medida que penetramos en el templo», rasgos esenciales de Nuu (MOLINERO POLO, M. A., 2000, páginas 87 y 88).

El muro exterior que delimita un templo, denominado témenos, compuesto por la yuxtaposición de bloques de adobe, es ondulado porque las ondas representan a las de las aguas primordiales que se retiraron en el momento de la creación, surgiendo la colina primigenia . Además, la forma de los muros también constituye una defensa frente a un proceso natural y bastante habitual en las zonas donde la oscilación térmica diaria es muy elevada: la termoclastia. Las paredes exógenas del templo presentan una serie de fracturas diagonales, quedando dividido así en una serie de bloques que encajan perfectamente. Debido a la termoclastia, el volumen de las rocas se modifica a causa de los cambios térmicos diarios, por lo que si el muro fuese recto y homogéneo terminaría por derrumbarse dada la red de diaclasas que surgiría (figura 4). En la portada de entrada al templo aparece el pilono (dos enormes torres que flanquean la puerta de piedra de acceso al templo), símbolo del surgimiento del sol en el horizonte al amanecer, pues ello indica que este astro sale cada día, reproduciéndose continuamente el carácter cíclico de la naturaleza. Además , también simboliza el límite exterior de Egipto, la separación entre el caos que gobernaba antes de la creación y el cosmos ordenado (MOLINERO POLO, M. A., 2000, página 86).

Las costumbres funerarias y en particular la momificación, ocuparon un lugar central en la religión, hecho reflejado en la profusión de textos funerarios encontrados en numerosos yacimientos arqueológicos. La naturaleza también aportaba elementos favorables para desarrollar estas prácticas. Es el caso de la obtención de natrón, compuesto natural de carbonato y bicarbonato sódico que era extraído del wadi Natrun situado en el Bajo Egipto entre otros. Este tipo de sal se utilizó para desecar el cadáver del difunto durante el rito momificatorio y para llevar a cabo su purificación y combustión de incienso en el culto funerario. De este modo, la piel quedaba adherida a los huesos y, posteriormente, se rellenaban los huecos producidos por la extracción de los órganos. El natrón también se empleó en la fabricación de porcelana y vidrio, además de para salar el pescado y la carne, aunque estos productos también podían secarse al sol; para la farmacopea y la medicina, para cocinar y para determinados procesos técnicos o químicos como la obtención de esmalte.

Figura 3. Templo en sección con los elementos más destacados de su morfología y el significado mítico de sus componentes

Figura 3. Templo en sección con los elementos más destacados de su morfología y el significado mítico de sus componentes.

Fuente: MOLINERO POLO, M. A. (2000): «Templo y Cosmos», en Arte y sociedad del Egipto antiguo (MOLINERO POLO, M. A. y SOLA ANTEQUERA, D. Coordinadores.), p. 85. Adaptación propia

En el delta del Nilo era frecuente que apareciesen pequeñas islas resultantes de la acumulación de arenas fluviales provistas de densas cubiertas de papiros; por ello, éstos simbolizan en la mitología la tierra surgiendo del océano primigenio . En cuanto a los lotos y según el mito, la gran flor de loto azul, de la cual salía el sol, surgió del océano primigenio el primer día del mundo.

Pero la geografía va, incluso, más allá, en este caso está presente en las costumbres escatológicas. Osiris es una de las principales divinidades del panteón del antiguo Egipto, dios y juez supremo de los muertos, representando el orden cósmico en el mundo de ultratumba. El difunto podía alcanzar los «campos de Osiris», pero no sin antes atravesar territorios desconocidos, con bestias feroces y otros peligros que acechaban continuamente durante el viaje escatológico. Si llegaba a ellos, dichos campos constituían un fiel reflejo del valle del Nilo, donde el muerto no iba a trabajar la tierra como lo hizo en el «más acá», sino a disfrutar de una nueva vida.

Figura 4. Esquema de construcción del témenos. Nótese la ondulación de los ladrillos de adobe, representando simbólicamente a las aguas primordiales, nuu

Figura 4. Esquema de construcción del témenos. Nótese la ondulación de los ladrillos de adobe, representando simbólicamente a las aguas primordiales, nuu.

Fuente: MOLINERO POLO, M. A. (2000): «Templo y Cosmos», en Arte y sociedad del Egipto antiguo (MOLINERO POLO, M. A. y SOLA ANTEQUERA, D. Coordinadores), p. 86

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