El Valle del Nilo: de la geografía al mito
Por José Iván Bolaños González
26 mayo, 2004
Modificación: 23 mayo, 2020
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El medio natural como condicionante de la civilización egipcia

En la explicación del condicionamiento que el medio natural supuso para el origen y desarrollo de la civilización egipcia, no podemos abstraernos de la concepción dual «Alto y Bajo Egipto» que los antiguos egipcios tenían de su propio espacio vital. Por ello, es necesario distinguir los siguientes espacios geográficos:

  • El Alto y Bajo Egipto centrados ambos en el valle del Nilo.
  • Los desiertos y los oasis existentes en el interior de los mismos.
  • La región de Nubia y el área de Siria y Palestina, puesto que si estas dos últimas regiones no forman parte estrictamente de Egipto, no debemos eludirlas, pues su relación de índole económica con este país fue fundamental.

Dado el papel central desempeñado por el Nilo y la constatación por parte de los egipcios de la reproducción anual de las inundaciones, el etnocentrismo constituyó una creencia muy extendida. Tal es así que, y en comparación con otras regiones del Oriente Próximo antiguo, los egipcios consideraban que el único río que discurría correctamente era el Nilo, desde el Sur hacia el Norte, mientras que el resto lo hacían al contrario y de un modo incorrecto, en clara referencia a los ríos Éufrates y Trigis de la región mesopotámica.

En el proceso de explicación de cómo el medio natural ha condicionado el desarrollo de la civilización egipcia, no sólo analizaremos el caso de las actividades económicas, sino también el de los asentamientos humanos. En este sentido, resulta bastante difícil determinar el volumen de población existente en Egipto en el momento de su esplendor cultural, aunque se han proporcionado diferentes cifras. Algunas interpretaciones son «restrictivas» y señalan el millón y medio de habitantes para el antiguo Egipto (PÉREZ Largacha, A., 1998, página 198), mientras que otras son más «expansionistas» y citan la cifra de cinco millones aproximadamente en los momentos de mayor esplendor.

El Alto Egipto o Ta-shema

Los nomos[8] situados entre Assuán y Tebas fueron los más pobres desde el punto de vista agrícola, pues este tramo del Nilo presenta un elevado grado de encajamiento y, además, el valle tiene una sección transversal muy estrecha. Estas características físicas determinaron que la incidencia de las inundaciones fuese aquí mayor que en otros tramos fluviales. Al Norte de Tebas y hasta Abidos se localiza la región más fértil, pues la llanura aluvial presenta una mayor anchura, hecho que repercute incrementando la superficie del terrazgo.

El espacio restante del Alto Egipto presenta una topografía caracterizada por las escasas pendientes, lo que favorece la extensión de las avenidas, siendo su control por parte de la población más difícil y complejo respecto a otras áreas del valle. Próximo a la frontera entre el Alto y Bajo Egipto se encuentra el lago de El Fayum, cuyo ecosistema lacustre «terrestre, circunscrito a las orillas del lago, y acuático» favorecía la actividad cinegética y pesquera de los grupos más opulentos. La caza también se practicaba en los fondos de los valles, pues éstos solían estar delimitados en ambos flancos por paredes rocosas escarpadas y de gran altura que impedían que las presas potenciales huyesen. Además, dada la elevada humedad y exuberante vegetación de fondo de valle, el volumen de piezas sería mayor. En un principio estas tierras fueron abundantes en elefantes, jirafas, leones, rinocerontes, antílopes, gacelas, ciervos, cabras monteses, aves, cocodrilos, hipopótamos, etcétera. Empero, el drenaje de los pantanos y el aumento de la superficie cultivable durante las tres primeras dinastías forzaron a la fauna mayor a alejarse de los valles.

La decadencia de la riqueza faunística también se acentuó debido al aumento de aridez del Norte de África, coincidiendo con el final de la fase húmeda del Neolítico, que alcanzó su auge entre el 2350 y 2000 antes de Cristo (STROUHAL, E., 1994, página 118).

El sistema económico de este espacio geográfico se basaba en la agricultura, pues la ganadería era escasa. El cultivo de grandes extensiones de la llanura de inundación implicaba la aplicación de la técnica basada en la apertura de un conjunto de cuencas de notables dimensiones, denominadas «terrazas», ubicadas cada una de ellas a un nivel ligeramente inferior respecto a la precedente, ya que el desnivel del Nilo entre Assuán y el mar Mediterráneo no supera los 85 metros . Durante el Período Dinástico, la superficie irrigada del valle fue creciendo progresivamente, aunque sufrió ocasionales retrocesos, fundamentalmente en torno al 2100 antes de Cristo. Ese incremento era debido tanto a las mejoras técnicas «generalmente introducidas» como a la desecación y el saneamiento de espacios ocupados por tierras bajas y pantanosas.

Destacaban los cultivos cerealistas: escanda (trigo de la variedad de dos granos) «Triticum dicoccum L» para elaborar pan, y cebada de seis granos, para fabricar cerveza (el trigo fue introducido en el período grecorromano). También había legumbres, como las lentejas, los garbanzos y las habas; hortalizas, como lechugas, ajos, cebollas, puerros, calabazas, pepinos, rábanos, guisantes y habichuelas; frutas, especialmente dátiles, melones y sandías; plantas forrajeras «principalmente alfalfa, trébol y la arveja Lathyrus sativus » para alimentar al ganado; hierbas medicinales (como productos salutíferos destacaban la goma de terebinto, la rubia, la alheña y el índigo); especias, como el comino, el anís, el hinojo, el coriandro y las bayas de enebro; y plantas oleaginosas, como el ricino, el sésamo (del que se obtiene un tipo de aceite), el cártamo y las moringas. La miel constituía el principal edulcorante, siendo la apicultura una actividad destacada que también proporcionaba cera.

La dinámica trashumante consistía en trasladar los grandes rebaños hacia los extensos pastizales de las marismas del delta occidental después de la inundación, alimentándose de plantas forrajeras. Al principio del verano los rebaños regresaban a su lugar de origen.

La existencia de arcillas de buena calidad en las orillas del Nilo favoreció la actividad artesana, fabricándose numerosos vasos cerámicos que eran transportados a través del río. Estos recipientes, al permitir la regulación térmica entre el interior y el exterior a través de sus poros, contenían agua potable que mantenían a «temperaturas frescas». Además, este barro, mezclado con paja, adquiere una gran plasticidad y puede moldearse en forma de ladrillos que se secan al sol y que se destinan a la construcción de viviendas. Construidas con este material, las edificaciones «son frescas en la estación estival y cálidas en la invernal», manteniéndose en buen estado dado que el clima de Egipto es generalmente seco «elevada insolación» y las precipitaciones que se producen lo hacen concentradas en el tiempo. Debe tenerse en consideración que la existencia de conjuntos de rocas compactas y deleznables en los diferentes espacios geográficos en los que se ha dividido el antiguo Egipto propició su utilización, en el primer caso, para elaborar bajorrelieves y, en el segundo, para la construcción de los «colosos reales», los templos.

Las ciudades ubicadas en este sector del Nilo constituían una avanzadilla hacia el Sur, es decir, hacia el interior de África (territorios potencialmente explotables) y los desiertos, destacando la existencia de diversas minas y canteras. Como es lógico, también cabría la posibilidad de que la civilización egipcia entrase en contacto con nuevas poblaciones, aunque aquélla siempre las consideró inferiores desde la perspectiva cultural a éstas (PÉREZ Largacha, A., 1999, página 14). La civilización ubicaba sus viviendas preferentemente en los extremos de la «Tierra Negra», ya en el contacto con la «Tierra Roja», pues de esta forma reducían la humedad que afectaba a sus casas y no disminuían notablemente la superficie fértil.

Respecto a El Fayum, su explotación intensiva dependió del descenso del nivel de las aguas, que permitió ganar terreno fértil al lago, y la utilización del agua «que de otro modo se habría desbordado» para regar, tanto tierras de labor ubicadas a niveles superiores e inferiores en relación con el nivel normal del área lacustre. El éxito que tuvo la explotación de El Fayum se debió más a la abundante mano de obra que a la aplicación de técnicas avanzadas. Dada la riqueza cinegética y pesquera de este lago, en sus orillas se establecieron palacios de descanso destinados a las clases pudientes.

Los recursos ictiológicos más importantes existentes en las cuencas endorreicas interiores de Egipto estaban constituidos por anguilas, mújoles, carpas, tencas y los peces típicos del Nilo: el fagro y el oxirrinco «en clara alusión al dios Osiris».

El Bajo Egipto o Ta-mehu

Hacer referencia al Bajo Egipto supone considerar el dominio por antonomasia de la desembocadura deltaica del Nilo, cuya costa está caracterizada por la presencia de arenas y algunas superficies lacustres, como los lagos Mariut, Idku, Burullus, Manzala, Timsah y Lagos Amargos (dispuestos de Oeste a Este). Según el profesor de la Universidad Louis-Pasteur y del Centro de Geografía Aplicada de Estrasburgo, Henri Nonn, el exutorio del Nilo correspondería, según las clasificaciones al uso, a un delta que une lóbulos convexos y medias lunas cóncavas entre los brazos de su desembocadura, debido al predominio de la abrasión marina sobre la acción fluvial (NONN, H., 1987, página 89).

Hacia el interior aparecen numerosas lagunas y marismas, además de producirse en él la división del cauce principal en varias ramas, originando multitud de corrientes anastomosadas de diferente entidad.

Este marco natural condicionó, como es lógico, el asentamiento humano y el desarrollo de las actividades económicas. Por ello, los pequeños enclaves se situaron en lugares topográficamente elevados «denominados actualmente geziras «, dando lugar a un hábitat disperso y de escaso carácter urbano. Esto explica que las principales ciudades del Bajo Egipto estén situadas en los márgenes del delta fluvial. Respecto a la base del sistema económico, se modifica radicalmente en relación con el Ta-shema , dominando en este caso la actividad ganadera dada la profusión de áreas pantanosas.

El delta del Nilo constituye una unidad de paisaje dentro del sistema fluvial general, pero los antiguos egipcios hacían una ligera distinción entre el delta occidental, central y oriental.

El delta occidental no concentró gran interés para la civilización, aunque de este sector podía proceder una amenaza para las «riquezas del Nilo», las invasiones libias, que en ocasiones buscaban nuevos espacios de asentamiento y, en otras, tierras para saquear la cosecha. En cuanto al delta central, por su localización en el punto de máxima actividad fluvial de la desembocadura, los egipcios abogaban por la imperiosa necesidad de llevar a cabo procedimientos de reorganización integral de este espacio.

Pero fue el delta oriental el que concentró la mayor atención de la población, cuya importancia para el Estado egipcio era triple: por un lado, constituía la vía natural para establecer relaciones comerciales con el área de Siria y Palestina, además era la salida de los ejércitos del reino y, por otro lado, no cabe duda de su importancia administrativa, al implicar una de las fronteras más significativas de la civilización. Por tanto, no es extraño que en el delta oriental se iniciase el denominado «Camino de Horus[9]«, utilizado para el tránsito de ejércitos y comerciantes, donde se localizaban espacios de avituallamiento (PÉREZ Largacha, A., 1999, página 14).

Siendo el delta del Nilo la mejor conexión con el exterior a través de las redes de comunicación citadas en comparación con el Alto Egipto, no resulta extraño que el área de la desembocadura del río experimentase un mayor dinamismo, fundamentalmente comercial y político, que el Ta-shema .

La preponderancia en el Bajo Egipto de la ganadería frente a la agricultura como base económica no sólo se plasmó en el tipo de aprovechamiento aplicado en el espacio, sino también se manifestó en la religión, y en el panteón divino existieron numerosas deidades vinculadas con esa actividad. La carne con un mayor interés dietético era la de vacuno (siendo las gamuzas la especie típica de Egipto), aunque probablemente también se consumiese la de ovino, porcino y caprino, así como la correspondiente a diferentes variedades de antílopes y gacelas. A la producción de carne y leche debemos añadir la obtención de cueros, lana, cuernos y grasa.

El asno constituyó el animal de silla y carga más empleado por los antiguos egipcios. Fue domesticado a partir del burro salvaje de Nubia (Equus asinus africanus) en el IV milenio antes de Cristo, probablemente en el Norte de África y quizá en el Alto Egipto. El caballo se introdujo con la invasión de los hicsos[10], pero no se utilizó en las labores agrarias, sino preferentemente como animal de tiro de carros ligeros de dos ruedas. El camello era conocido desde el Reino Nuevo, pero fue utilizado como medio de carga y desplazamiento a través de los desiertos a partir del Período Tardío (STRAU ß -SEEBER, C., 1997, página 382). El camello exige una demanda de agua y alimento reducida, todo ello almacenado en sus gibas, lo que le permite recorrer grandes distancias.

El surgimiento y desarrollo posterior de la agricultura en el Ta-mehu se produjo como efecto concomitante a la actividad comercial, administrativa y militar de Egipto por su implicación, cada vez mayor, en los circuitos políticos internacionales de la época. Su aparición también implicó notables trabajos de desecación de áreas pantanosas. El cultivo de la vid (predominaba la uva garnacha) destacaba en el delta occidental y en los oasis, conociéndose ya el vino, que formaba parte del elenco de productos suntuosos; los tintos están muy bien documentados y los blancos se conocen a través de fuentes griegas. También se conocían los vinos de granada «granados» y de dátiles (BAINES, J. y MÁLEK, J., 1988, página 17). Las cepas se plantaban en oquedades abiertas en el suelo y rellenas de lodo para aumentar su fertilidad, rodeadas por un alcorque. El abono solía estar compuesto de estiércol avícola procedente de las palomas criadas en las propias áreas de cultivo, aunque también llegó a utilizarse el orín caballar. La técnica utilizada inicialmente fueron rústicas pérgolas, para con posterioridad aplicar el cultivo en perchas o espalderas.

A diferencia de otras culturas en las que una de las bases del sistema económico es la agricultura, en el antiguo Egipto y específicamente en el delta del Nilo, los agricultores (en árabe, fellah) no aplicaron el barbecho. Por un lado, porque dada la escasa importancia que tuvo aquí la agricultura en comparación con la ganadería, se intentaba maximizar la producción de la reducida tierra disponible para cultivar. Por otro, porque no existía la amenaza patente de agotar la riqueza agrológica del terrazgo, puesto que el Nilo aportaba un ingente volumen de nutrientes cada año.

Desde el punto de vista de la vegetación natural, en el delta del Nilo se combina una vegetación forestal característica de los oasis (palmera datilera «de la que se obtiene materia prima para producir fibras», tamarisco, acacia espinosa, palmito, algarrobo, sauce, laureles y árboles frutales, como higueras, granadinos y mandrágoras) con la estepa herbácea y las superficies semidesérticas. Este tapiz vegetal favorece el pasto del ganado en la desembocadura del río, además de obtener el papiro[11] y el lino, del que posiblemente se obtuviese el aceite de linaza. También destacaban los lotos, conociendo los egipcios dos tipos: el loto blanco (Nymphaea lotus) y el loto azul (Nymphaea caerulea), a los cuales se añadió el loto indio (Nymphaea nelumbo). El algodón sólo se cultivó en Egipto a partir del Período Tardío. La riqueza faunística en los medios terrestre (fluvial, lacustre, pantanal, etcétera) y marino favorecía la práctica de la caza y la pesca.

El delta constituía un espacio que atraía a numerosas aves que recalaban en él debido a sus rutas migratorias. Pero el consumo de carne de ave era un privilegio de las clases sociales dominantes, destacando las palomas «la paloma Rock «, criadas también posiblemente en palomares, así como aves acuáticas «gansos, patos, ocas, grullas e, incluso, cisnes» y terrestres «codornices, tórtolas, etcétera». Las gallinas no se conocieron antes del Reino Nuevo y probablemente se generalizaron en el período grecorromano. Los bancos pesqueros más importantes eran el Nilo, el lago Manzala en el delta oriental y el lago de Moeris (Birket Qarun) en El Fayum (STRAU ß -SEEBER, C., 1997, página 382).

Las condiciones de movilidad e inestabilidad del sustrato en el exutorio del Nilo como consecuencia de la dinámica fluvial propia de los ámbitos de desembocadura de ríos, también constituían factores negativos para las estructuras humanas, como la construcción de sólidas vías de comunicación, siendo muy difícil atravesar el delta en uno u otro sentido. Tal fue la dificultad de tránsito que hasta los propios faraones, cuando regresaban de las campañas militares que habían desarrollado en el exterior, intentaban no penetrar en el Bajo Egipto. El asentamiento permanente se llevó a cabo sobre las cadenas de dunas situadas entre los distintos brazos del Nilo, anulando así el desplazamiento de las mismas al quedar aquéllas fijadas. Ahora bien, durante la época predinástica se fundó, en el área donde confluyen los numerosos brazos del Nilo, el gran centro económico del país ostentado por la ciudad de Letópolis, aunque a partir del Reino Antiguo este posicionamiento lo tuvo Menfis, en la actualidad El Cairo , que concentra el poder económico del Egipto actual. En los tiempos predinásticos, el gran centro religioso del Bajo Egipto fue Heliópolis, situada al Norte de Menfis.

A tenor de los testimonios encontrados, parece que existían rutas comerciales entre el valle del Nilo y su delta, fenómeno que ayudaría a complementar ambas regiones desde el punto de vista de las actividades económicas, supliendo así las carencias de recursos en cada una de ellas.

Los desiertos y oasis

Los flancos oriental y occidental del valle del Nilo están integrados por diversos desiertos y un conjunto de oasis que aparecen situados en el interior o en los extremos de los mismos, constituyendo éstos auténticos vergeles en un contexto aparentemente inhóspito y desolador, pues son el hábitat de una serie de animales y microorganismos adaptados a la sequía, y de algunas especies vegetales que también presentan mecanismos particulares de adaptación. Los oasis más importantes existentes en el entorno del Nilo son los siguientes (de Norte a Sur):

  • Libia: oasis de Jufra, Jalu, Tazerbo y Kufra.
  • Egipto: oasis de Siwa, Bahariya, Farafra, el-Dakhla, el-Kharga, Kurkur y Dunqul.
  • Sudán: oasis de Salima y de Nukhaylah.

La superficie desértica ocupa aproximadamente el noventa por ciento del país, y constituyó una defensa natural para la civilización contra posibles ataques o incursiones de pueblos extraños al reino, debido a las difíciles condiciones de estos medios: elevadas temperaturas diurnas, acusadas oscilaciones térmicas diarias, escasez de precipitaciones «y su concentración horaria», déficit hídrico y disponibilidad ínfima de recursos naturales. Respecto a la orientación económica de los desiertos, hay que destacar la explotación de diversas minas y canteras.

En cuanto a los desiertos, destaca el occidental y el oriental, aunque este segundo concentró la mayor atención de los egipcios por la existencia en él de importantes yacimientos de cobre, además de por ser la principal vía de acceso al mar Rojo. Estos desiertos estaban compuestos por grupos nómadas y dispersos de población, que desempeñaron un papel en la estructura política y económica de la civilización egipcia, al haber sido utilizados como mercenarios en el ejército y por integrar una gran parte de la mano de obra dirigida a la construcción de las edificaciones de carácter público y, específicamente, de carácter político o religioso, como los templos erigidos en honor de la divinidad principal de cada urbe.

En el desierto oriental destaca la fuente de minerales del Sinaí, que proporcionaba turquesas, cuyos yacimientos explotaron los egipcios desde la III Dinastía hasta finales del Reino Nuevo. Los asentamientos principales con huellas egipcias se hallan en el Sinaí occidental, y durante ciertos períodos hubo allí colonias semipermanentes. La península del Sinaí fue también sede de yacimientos de cobre que probablemente fueron explotados por la población local bajo el mando egipcio, además de malaquita, granate, feldespato verde, ágata con vetas concéntricas marrones y blancas, ágata con estrías azules, ónice, amatista, cuarzo, berilo verde y calcedonia. Todos estos minerales se utilizaron en joyería y orfebrería. Además, el cobre también se importó de Chipre.

El desierto arábigo también producía gran cantidad de bloques para la construcción y piedras semipreciosas. Destacaron las canteras próximas al valle del Nilo, como las de Gebel Ahmar, de cuarcita, y las de Hatnub, de alabastro egipcio; además de las que proporcionaban arenisca, el Wadi Hammamat, y las minas de oro, situadas en su mayor parte al Sur de la latitud del enclave de Koptos ubicado al Norte de Tebas. Una vez más, era la población local quien explotaba los enclaves mineros gobernada por las autoridades egipcias. El desierto oriental también era rico en calcita, obteniendo coral del mar Rojo.

Los oasis, cuya denominación árabe es wahe , constituyen lugares donde establecerse durante la noche, obteniendo así protección de los potenciales peligros de los desiertos. El contraste entre el ecosistema propio de los oasis y el desértico es muy acusado, tanto desde el punto de vista natural (clima, vegetación, fauna, suelos, recursos) como humano. Estos rasgos distintivos también se plasmaron en las construcciones cultuales y en las divinidades, pues éstas presentaban rasgos, atributos y poderes diferentes respecto a los templos y los dioses del valle.

Las vías que comunicaban el valle del Nilo con los diferentes oasis y desiertos eran generalmente wadis que, por su fondo plano, habitualmente ancho y de fácil tránsito, permitían establecer rutas comerciales que unían los nexos citados, además de facilitar las expediciones dirigidas a la búsqueda de nuevas canteras y metales. No resulta extraño que el control de estas vías se llevase a cabo por individuos pertenecientes a la población local, que eran los mejores conocedores de esos ámbitos.

En el plano económico y dado el microclima dominante en los oasis debido a la cubierta vegetal y a la presencia de agua (generalmente con un nivel piezométrico muy próximo a la superficie, pues el afloramiento del nivel freático suele constituir el origen de los wahe), los principales productos obtenidos de los mismos eran el vino y los dátiles, destacando en este sentido el oasis de Siwa, al Oeste de la depresión de Qattara. Pero estos vergeles, situados, en algunos casos, en el interior de los desiertos, pudieron desempeñar una función política, menos halagüeña, como es exiliar a estos espacios a los posibles enemigos del Estado, aunque éstos pudieran pensar inicialmente que habían sido enviados al «paraíso». Además, los oasis constituían un refugio para las personas que huían para escapar de la justicia o de la persecución, refugiándose en los oasis deel-Kharga y el-Dakhla fundamentalmente.

Nubia

La región de Nubia, actualmente Sudán, se caracterizó en lo que a etnias se refiere, por el dominio de la población con rasgos negroides en el Sur, mientras que en el Norte destacaba una población de piel marrón (PÉREZ Largacha, A., 1999, páginas 15-16).

Respecto al sistema económico, se incrementan los lazos de dependencia de la población hacia el Nilo, pues el espacio potencialmente cultivable es mínimo en comparación con Egipto y, además, los suelos son rocosos. Téngase en cuenta que en el «país entre dos tierras» aparecen los suelos aluviales situados en torno al Nilo en su tramo final, y los suelos desérticos rodeando a los precedentes; mientras que en Sudán aparecen los suelos desérticos, semidesérticos de pradera «chernozioms» y suelos ferralíticos dispuestos de Norte a Sur. No resulta ilógico que, ante este panorama, se produjesen movimientos emigratorios desde Nubia hacia Egipto, transformándose la mayor parte del volumen de población emigrado en mercenarios. El enclave que concentraba mayores recursos era Dongola, situado a orillas del Nilo al Sur del lago Nasser.

Los suelos aluviales son fértiles por su riqueza en minerales en vías de alteración. Los suelos aluviales de mejor calidad son aquellos que poseen una capa limosa o arcillo-limosa de buen espesor, tal y como ocurre en el valle del Nilo. Respecto a los suelos desérticos o aridisoles, presentan una muy reducida fertilidad debido a su ínfima cantidad de humus y a que la alteración química de los materiales es débil. En relación con los chernozioms, son suelos de elevada fertilidad, tanto por sus propiedades físicas como químicas. Son suelos profundos, de elevada porosidad, lo que garantiza una buena aireación, siendo la capacidad de retención hídrica suficiente. En los suelos ferralíticos la fertilidad es baja, y sólo son aptos para el crecimiento del bosque ecuatorial (DUCHAUFOUR, P., 1984, páginas 200, 205, 264 y 453).

La Baja Nubia disponía de canteras de piedra y yacimientos de oro a ambos lados de las orillas del Nilo. Esta región desempeñó el papel de abastecedora de madera, mientras que la agricultura nunca fue una actividad muy próspera por razones edáficas. Además, de aquí procedían numerosos productos muy demandados por los egipcios, muchas veces de carácter lujoso, como las especias, el marfil, el ébano, las plumas de avestruz, las pieles de leopardo, las colas de jirafa y algunas especies de mandriles, aunque todavía no está claro si estos productos procedían verdaderamente de aquí o de diversos puntos de la selva ecuatorial, pudiendo haber pasado aquéllos por varios intermediarios antes de llegar a Egipto.

En territorio nubio aparecen varias cataratas del Nilo (cuadro 1), algunas de las cuales representaban un serio obstáculo para las embarcaciones, pues en ciertos casos no era posible su tránsito fluvial o sólo lo era en determinadas situaciones, como en época de inundaciones.

Siria y Palestina

El Estado del antiguo Egipto mostró un trato despectivo hacia los habitantes de esta región, aunque no alcanzó las cotas del que tenían hacia los nubios, hecho que impidió la plena integración del Estado de Nubia en la civilización egipcia. Aún así, los asiáticos de Siria y Palestina desempeñaron funciones sociales al trabajar como servidores domésticos, debido a sus gustos refinados y suntuosos, pero también como militares, pues existía la creencia de la dificultad de vencerlos en el campo de batalla.

Egipto importaba de esta región la madera (cedro o ébano libanés) necesaria para la construcción de sarcófagos; embarcaciones destinadas a trasladar las estatuas de las deidades a través de los ríos; muebles; para el techado y apuntalamiento de grandes espacios; para andamios en la construcción de templos; y numerosos artículos. Los árboles más importantes eran los sicómoros, acacias del Nilo, tamariscos, palmera datilera y morera, aunque la madera de estas especies solía ser, por lo general, de mala calidad[12], por lo que era necesario recurrir a las maderas de importación. Los olivos, al ser escasos, se solían importar de Oriente Próximo. Otra explicación que puede explicar la necesidad de importar madera del exterior sea que, en un principio, la extensión forestal sería mayor con respecto a la actualidad, aunque las talas abusivas pudieron acabar con cierta rapidez con gran parte de la superficie arbórea. Bien es verdad que los rasgos de los climas actuales del Noreste de África no hacen posible el desarrollo de una densa cobertura arbórea, pero durante la era cuaternaria África presentaba un clima más fresco y húmedo, denominándose a esta etapa «Edad Pluvial», siendo el Sahara más habitable (JAEGER, F., 1964, página 51).

Existen varias pruebas que permiten apuntar esta hipótesis sobre un cambio climático, puesto que en las zonas más secas de Sudán, los conglomerados con vetas de hierro y las lateritas de aluvión cubren un suelo en descomposición que se originó debido a un clima tropical más húmedo. Además, se ha descubierto un conjunto de dibujos rupestres donde aparecen representadas muchas especies animales que actualmente no viven en el Sahara, y que sólo pudieron sobrevivir en un clima húmedo (JAEGER, F., 1964, página 53). Durante la V y VI Dinastía el clima era relativamente húmedo, pero la desecación se acentuó a partir del III milenio y hacia el II milenio antes de Cristo las condiciones medioambientales adoptaron las características que observamos en la actualidad.

Los metales también concentraron la atención del Estado egipcio, especialmente la plata y el bronce, este último de procedencia asiática; y otros materiales, como el lapislázuli[13] y la obsidiana (roca volcánica), pues el área situada al Este del mar Muerto está constituida por rocas eruptivas principalmente de la era terciaria. De Siria también llegaron jarras de formas fantasiosas, espadas, yelmos, carros de combate y arreos de cuero.

Egipto no era solamente una región importadora; también pudo vender al exterior determinados productos, como oro, excedentes agrícolas, lino y, fundamentalmente, papiro; aunque estos intercambios no están muy bien estudiados, uno de los mejores ejemplos de esta situación fue el dominio romano de Egipto, en cuyo momento esta región se convirtió en la principal fuente de granos del vasto Imperio Romano.

La civilización egipcia no sólo encontró en el valle del Nilo y su entorno numerosas riquezas y desarrolló en él una fértil agricultura basada en el regadío, también tuvo que afrontar períodos de crisis y profusos peligros. Las hambrunas[14] debidas a la destrucción de las cosechas o la reducción del tiempo de siembra constituían una de las principales afecciones que «acechaban» a la población. Otro riesgo era el de las epidemias, tanto de origen animal como humano, ya fuese por procesos de contaminación hídrica, por déficit de saneamiento en las zonas endorreicas, como debido a cambios climáticos. Además, las crecidas excesivas podían provocar la destrucción de la red de diques y canales, pérdidas humanas, de cultivos y animales.

La fauna de los desiertos, aunque era el principal producto obtenido mediante la caza, también constituía un serio peligro para los habitantes, pues abundaban los escorpiones con sus mortales picaduras, leones, chacales, hienas, linces, cocodrilos, hipopótamos, leopardos o serpientes entre otras especies. Pero la fauna autóctona no solo constituía una amenaza para la población, sino también para los cultivos. Así, los hipopótamos a veces destruían las cosechas situadas en las orillas del río, mientras que las langostas implicaban la destrucción total.

El desarrollo de las diferentes actividades económicas en el antiguo Egipto requirió la apertura de una red de vías de comunicación que permitiera la conexión entre diversos enclaves, intercambios comerciales, transporte de mercancías y personas, campañas militares, etcétera. En este sentido, el sistema de vías de comunicación fue tanto de carácter terrestre como fluvial.

En el Nilo destacó el tramo comprendido entre la sexta catarata (cuadro 1) y la desembocadura del río, siendo posible la navegación de barcos de transporte. La circulación longitudinal permitía poner en conexión diferentes espacios urbanos situados en las riberas del Nilo. En sentido transversal, la comunicación de las dos orillas se llevaba a cabo a través de pequeñas embarcaciones ad hoc (pues existía la profesión de barquero) u otras que, de propiedad privada, también trasladaban a los viajeros. Resulta necesario advertir que apenas existían puentes, pues la construcción de este tipo de estructuras fue ínfima.

El país también contaba con una red terrestre, en la que en numerosas ocasiones los caminos aparecían elevados una cierta altura respecto a la superficie topográfica, pues era bastante frecuente utilizar los materiales extraídos de la apertura de canales fluviales para la construcción de los caminos, cuya disposición solía ser paralela a los cursos de agua. Las vías situadas en el interior de las zonas desérticas solían coincidir con el recorrido de uadis , cursos intermitentes de agua muy frecuentes en este tipo de espacios. Además, existía un «cuerpo de vigilancia» de la red de caminos, aunque los asaltos no desaparecieron. Las rutas terrestres jugaron un papel fundamental en lo referido a la comunicación de los espacios de extracción —minas— con los lugares a los que se destinarían los materiales, además de los puertos marítimos existentes en el mar Rojo. Las vías discurrían habitualmente por el fondo de los valles, pues son estos lugares de suaves pendientes y, en consecuencia, de una topografía generalmente llana. De esta manera se potenciaba el comercio en toda la región.

Las diferentes rutas también jugaron una función religiosa al poner en comunicación los distintos templos existentes en Egipto hacia donde se dirigían los peregrinos. La función militar también fue destacable, pues la civilización egipcia requirió del desarrollo de numerosas incursiones de este tipo para dominar un territorio cada vez más extenso, llevando su poder y plenitud a lugares alejados de la capital del Imperio, la ciudad de Menfis.


[8] Los nomos fueron las divisiones administrativas del antiguo Egipto, cuyos orígenes se remontan a comienzos del Período Dinástico. El Alto y Bajo Egipto dispusieron de 22 y 20 nomos respectivamente (BAINES, J. y MÁLEK, J., 1988, página 15).
[9] Denominación de uno de los dioses más importantes del panteón de la religión egipcia, cuyo significado etimológico era «el lejano»; era considerado hijo de Isis y de Osiris. En su figura se plasmaba la defensa del orden cósmico.
[10] Reyes de origen asiático que dominaron Egipto durante la XV Dinastía , aproximadamente entre 1650 y 1542 antes de Cristo (SCHULZ, R. y SEIDEL, M. (Editores), 1997, página 516).
[11] Se utilizó para elaborar diversos productos artesanales (esteras, cestas, elementos arquitectónicos, barcas, sandalias, vestidos, velas, cuerdas y ligeras sombrillas) y también en el ámbito cultual (ofrendas). Tenía un elevado valor simbólico (frescura, fertilidad, regeneración), lo que produjo que se transformase en un modelo decorativo en la arquitectura y utensilios cultuales. También se masticaban las ramas dulces. No obstante, la mayor importancia la alcanzó mediante la transformación de la pulpa de sus tallos para elaborar material de escritorio denominado «papiro» (SCHULZ, R. y SEIDEL, M. (Editores), 1997, página 518). Los papiros se convirtieron en la planta heráldica del Bajo Egipto, mientras que el loto era el símbolo del Alto Egipto.
[12] Del tronco de la palmera sólo se obtenía una materia fibrosa e informe, inapropiada para la talla. La acacia del Nilo no alcanza gran altura, siendo su tronco nudoso y curvo (DAUMAS, F., 1972, página 219).
[13] Su fórmula química es (Na,Ca)8 (SO4,S,Cl)2 (AlSiO4)6. Constituye un mineral silicato de aluminio y sodio con sulfuro sódico. Es de color azul y de gran dureza, cristalizando en el sistema cúbico. Se usa como piedra de adorno y procedía de la Bactriana, en el actual Afganistán. Los egipcios lo adquirían en el mercado sirio de Tefner, tal vez la actual Sippar , situada sobre un canal que une el Tigris con el Éufrates. También se denomina lazurita (SÁNCHEZ CEREZO, S., 1992, página 804 y CIMMINO, F., 1991, página 272).
[14] Los egipcios denominaban como «año de escasez» a un período de hambrunas.

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