El cuento de Nefer-Re
Por Rosa Pujol
14 febrero, 2003
Modificación: 3 junio, 2020
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Tontería egipcíaca en dos actos

¿Podría haber sido así?

Nefer-ré y Neb-ka-ré eran lo que se podía considerar un matrimonio feliz. Formaban parte de la burguesía tebana durante la esplendorosa época de Hatshepsut-Tutmosis III.

Las luchas intestinas por el poder entre Hatshepsut y su sobrino-hijastro Tutmosis pasaban un tanto desapercibidas para el pueblo de Tebas. Esto no evitaba la sorpresa que causaba a todos el hecho de que el faraón fuera mujer. Pero el pueblo tebano era tranquilo y no pedían más que poder seguir sus tradiciones seculares, y que el río se desbordase en la época prevista para asegurar sus cosechas.

Aquella mañana amaneció brumosa en Tebas, como era habitual presagio de un día de cielo azul intenso. Los tres niños de Nefer-ré y Neb-ka-ré se iban a la escuela de la Casa de la Vida. Nefer-ré les despedía en la puerta de su bonita casa en el centro de Tebas.

Neb-ka-ré, mientras tanto, vestido de acuerdo a su rango, se disponía a ir a palacio a su trabajo. Su cargo era de gran importancia y responsabilidad, ya que era escriba real, supervisor de los graneros, portador de las sandalias y el shendit[1] del faraón, responsable del orinal de los principitos, catador del harén real, en fin, muchos títulos, pero no mucho qué hacer.

Ella, Nefer-ré, se había quedado en casa regando el inevitable sicomoro, mientras le daba algunos sorbos al carcadé. Siempre que se quedaba sola, se sentía un poco desgraciada. No tenía nada en qué ocupar su tiempo. Aunque era cantante de Amón, tampoco había que cantarle al dios todos los días. Las esclavas hacían todo el trabajo de la casa. Se miró al espejo y no se gustó. Pero apartó ese pensamiento de su mente y se dispuso a tumbarse al lado del estanque de lotos a leer las tablillas de noticias que el repartidor dejaba cada mañana en la puerta de su casa, al lado de las vasijas de leche que también les traían a domicilio.

Empezó con «El Correo Egipcio-El Pueblo Menfita», pero no daba más que noticias locales de Menfis, On y Saqqara. Lo dejó en el suelo. Cogió «El País de Kemet», y comenzó a hojearlo. Al volver una hoja, vio escrito con grandes signos:

¡YA ES ÉPOCA DE CRECIDA[2] EN EL CORTE HITITA!
Nuevas colecciones de moda venida de Etruria, Anatolia y Canaán.
Perfumes de Asiria y Judea.
No deje de visitarnos.

Todo ello ilustrado con dibujos de bellas mujeres maquilladas y vestidas según las nuevas modas.

Le pareció tan atractivo, que no lo pensó dos veces. Después de todo, le vendría bien salir un rato.

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Mandó a una esclava a casa de su amiga Sat-ra, llamada coloquialmente Sarita, para darle cuenta de la buena nueva. Al cabo de un rato, ya estaban las dos con los ojos pintados de khol, y la peluca colocada sentadas a bordo de la litera que les llevaría al establecimiento.

– ¿A qué Corte vamos, al de Hatshepsut[3], o al de Ra[4]?
-preguntó Sarita.
– Casi mejor vamos al de Faraonísimo, que tiene más espacio para dejar las literas-repuso Nefer-ré.
– ¡Ja, ja, ja, -rió Sarita- pero mira que eres antigua!. Ya no se llama así. Desde que murió Amenhotep I, le cambiaron el nombre. Ahora ya no es Avenida del Faraonísimo, sino Paseo de la Tebana.
– Es verdad
-dijo Nefer-ré- pero la costumbre de tantos años…

Llegaron allí. Había unas grandes explanadas entoldadas para las literas. Cada sector tenía los toldos de diferente color para mejor identificación del lugar donde se dejaba la litera.

Entraron en el recinto, dirigiéndose acto seguido a la sección de perfumes. Allí se maravillaron ante unos nuevos modelos de conos para perfume, de un diseño muy novedoso: tenían unos signos muy raros, como Danone, Yoplait, Chamburcy. Pero eran un sol. Compraron dos cada una. Dentro de poco sería la fiesta Opet y no tenían qué ponerse para sorprender a las demás damas.

Luego fueron a ver túnicas.

– ¡Qué barbaridad, vaya precios! -exclamó Sara.
– Si, pero hay que reconocer que son ideales -dijo Nefer-ré tocando todo.
– A mi me gustan estas con este extraño jeroglífico YSL, que dejan una pechuga fuera -dijo Sara-, probándose la túnica encima de la que llevaba.
– Pues yo las encuentro un poco atrevidas -respondió Nefer-ré- Casi prefiero estas del símbolo CD.
– ¡Hija qué clásica! -exclamó Sara- Ya nos vestiremos de CD cuando seamos unas viejas de 28 años. ¿No te parece?
– Tienes razón -dijo Nefer-ré alborozada- Voy a probarme ésta transparente y con pechuga fuera.
– Tampoco te pases -rió Sara- cogiendo un montón de túnicas para probarse en una pequeña alcoba con espejos.

Una empleada contó las túnicas que llevaban y les dio una tablilla con el número escrito, al tiempo que les decía:

– Mi nombre es Merit, por si necesitan algo. Busquenme al salir. Gracias.

Por unos conductos en forma de embudo salía la voz armoniosa de una empleada que decía:

«Visite ahora Asiria, sin salir de El Corte Hitita. Ahora podrá conocer todo el exotismo de este hermoso país, disfrutar con sus especialidades culinarias, y maravillarse ante su famosa artesanía: Toros alados, zigurats, códigos de Hammurabi, barbas postizas rizaditas, incomprensibles tablillas en escritura cuneiforme. Viaje a Asiria visitando nuestra planta tercera.»

Después de probarse un montón de túnicas, las dos amigas estaban empapadas en sudor, pero muy felices porque habían encontrado una cada una que les gustaba mucho.

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Al ir a pagar, sacó cada una una tablilla en la que estaba escrito el jeroglífico de sus nombres, bajo un símbolo EGYPTIAN EXPRESS. La empleada mojó la tablilla en una tinta ocre, y estampó sus nombres en dos papiros, uno para el cliente y otro para el establecimiento.

– Desde luego, esto de las tablillas de crédito es una gran ventaja. Compras y ni te enteras. Además no necesitas salir con un montón de deben[5] -dijo Sara.

– Bueno, no te enteras tú -rió Nefer-ré-pero los maridos, vaya si se enteran.

Querían comprar a los niños algunos papiros para colorear, por lo que se encaminaron a la rampa de subida. Allí había unos esclavos que subían a los clientes en unas pequeñas literas, para que no se fatigasen.

Se había hecho la hora de comer y decidieron tomar algo. Se fueron al Mac Djoser’s a comer. Allí tomaron una especie de bocadillo de carne picada con verduras y una cerveza.

Regresaron a sus compras. En la zona de joyas, compraron todo tipo de brazaletes, pectorales, pendientes, anillos, etc.

De repente repararon en que habría que llevarles algo a los maridos para suavizar todo lo que ellas se habían comprado. Así lo hicieron, fueron a la zona de ropa de caballero y les compraron algunas cosas.

Con los pies absolutamente reventados, y cargadas como mulas, salieron a la explanada, donde los criados esperaban con la litera.

Dejaron a Sara en su casa y volvieron al hogar de Neb-ka-ré y Nefer-ré.

Los niños habían vuelto de la escuela y estaban merendando pan con unos miniquesos llamados «La Hathor[6] que ríe», y tirando migas a los peces del estanque.

La madre, después de una sesión de achuche y besuqueo a sus niños, subió a sus aposentos a bañarse y relajarse. Después de quitarse el maquillaje, se puso en la cara una pomada llamada «Osiris» que era, lógicamente, para rejuvenecer. Tenía que estar muy guapa esa noche, ya que tenían que ir ella y su marido a un banquete ofrecido en casa de un escriba amigo suyo muy influyente.

Cuando llegó Neb-ka-ré, ella estaba terminando de componer su maquillaje. El la encontró muy guapa y se empeñó en besarla. Pero ella no consintió en modo alguno. Ya estaba casi pintada y se le estropearía todo el trabajo. Sólo le dejó darle un beso en la nuca, y porque no se había puesto aún la peluca. El, que era comprensivo, no protestó. Además, pensó, porque le iba a dar igual, ya que cuando las mujeres están pintadas no hay forma de darles un achuchón.

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Decidió entonces que él también debía bañarse, perfumarse y adornarse. Mientras él estaba en el baño, ella le contó las compras tan fantásticas que había hecho y le enseñó lo que le había comprado a él: una túnica corta tupida de color rojo, con un Sobek[7] bordado en verde a la altura de la tetilla izquierda. Él la encontró extraña, pero ella se apresuró a decirle que era el último grito de la moda de Canaán, y que le había costado carísima, pero que todo le parecía poco para él.

El se infló como un pavo y le dijo:

– Gracias cariño. La estrenaré esta noche.
– Mira que eres hortera -dijo ella riendo- eso no es para vestir de gala, sino informalmente. Anda ponte el faldellín de lino real y deja de decir bobadas.

Una vez estuvieron los dos impecables, subieron a su nueva litera, una Selkit 3.3 inyección-turbo (esto quería decir que llevaban tres esclavos a cada lado, a los cuales les habían inyectado un estimulante para que corrieran más, además de ser alimentados exclusivamente con legumbres, así se conseguían unos ruidos que constataban la potencia de la litera).

En muy poco tiempo, por el nuevo camino de circunvalación denominado T-40, cubrieron la distancia hasta la casa de Ra-Amón, una residencia en las afueras de Tebas en un lugar conocido por Somosaguas (los snobs le llamaban «We are waters»).

En la puerta de la mansión, profusamente iluminada por antorchas, estaban los anfitriones recibiendo a los invitados, a los que saludaban efusivamente, mientras los esclavos se llevaban las lujosas literas a la explanada destinada a tal uso.

Una vez dentro, Neb-ka-ré y Nefer-ré comenzaron a charlar con el resto de los invitados, mientras los esclavos servían bebidas de colores.

– Ya veremos lo que Moncho (Ra-Amón, familiarmente) nos ha preparado esta noche. Se comenta que sus actores van a representar una cosa que se llama «VIP NEFER[8]» y que es algo insólito. El presentador se llama Ramsés II[9], curioso nombre ¿verdad? -comentó una señora con los ojos pintados de khol hasta las sienes.

– Yo me divertí mucho la última vez, cuando presentaron eso de «El precio Ma’at[10]» -añadió otra invitada mientras se atiborraba de unas cositas pequeñas, redondas y grises que venían de Persia puestas sobre unos triangulitos minúsculos de pan.

– No lo sé con seguridad, pero creo que esta noche toca película. Creo que el título es «La Historia del Lado Oeste» -informó un sacerdote gordo.

– ¡Oh, no! -dijo una joven- ¡Otra de momias!.

– No creas -explicó el sacerdote- Un amigo mío que acaba de volver de Hatti, ya la ha visto y dice que es de música y bailes. Allí la llaman «West Side Story».

– Espero que sea tan entretenida como «Sobek Dundee» -dijo Nefer-ré a su marido.

Comenzó la cena, que consistió en una sucesión de platos de la Nueva Cocina Tebana, a cuál más sofisticado:

Hígados de oca sagrada de Amón, al que llamaban «paté de Foie», mollejas de ruiseñor cretense, sesos de canario, pechugas de canaria (de Tenerife), y el plato estrella que eran huevos de avestruz, rellenos de huevos de ibis, rellenos de huevos de buitre, rellenos de huevos de oca, rellenos de huevos de gallina, rellenos de huevos de codorniz, rellenos de huevos de esturión a las finas hierbas, al aroma del estragón, adornado con lenguas de colibrí.

De postre sirvieron dulce de leche de cabra con dátiles, crema dulce de apio al eneldo, y kiwis de todas las maneras (era ésta una nueva fruta muy de moda); también confitura de hojas de palmera al aroma de flor de loto, pastel de hojas tiernas de papiro endulzado con miel de abejas, y profiteroles con chocolate caliente (ésto nadie sabía lo que era, pero gustaba a todos mucho; lo que no sabían es que faltaba mucho para descubrir el cacao y el chocolate lo hacían en realidad con Cola-Cao y maizena).

Al terminar la cena, los esclavos pasaron ofreciendo una bebida que todos tomaron por carcadé, pero que tenía un sabor muy extraño, pero muy rico. Moncho les informó que venía de un lejanísimo lugar llamado Na-ba-rá, y que allí le llamaban Patxarán.

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Todos repitieron varias veces, con lo que la conversación se animó muchísimo, en algunos casos incluso demasiado, ya que contaban chistes verdes sin el menor recato, y todos tenían las mejillas coloraditas. Un invitado especialmente fogoso insistía en que él era el mismísimo dios Min[11] y, mostrando pruebas evidentes de que lo era, quiso beneficiarse a una bailarina nubia que estaba muy buena. Todos reían de buena gana.

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