Diálogos de cafetería año 3.995
Por Rosa Pujol
18 marzo, 2002
Modificación: 3 junio, 2020
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Dedico esta nueva entrega de elevados pensamientos a mis compañeretes y profe de Jeroglíficos 3.

Si al leerlo os hace gracia, imaginaos cómo se lo pasarían nuestros héroes faraónicos si nos pudieran ver elucubrar acerca de sus dioses mientras tomamos hnkt alrededor de una mesa colorada.

¿Qué pensarían de nosotros si nos vieran hablando de la Duat al tiempo que pringamos la patata en la salsita escasa?

En modo alguno he querido ser irrespetuosa con nada, pero me pregunto si nosotros no estaremos siendo irrespetuosos con ellos sin intención. Aunque no creo. Lo que se hace por cariño nunca hace daño.

Si es verdad lo de la vida eterna, lo vamos a pasar en grande el año 3.995 en el VIPS (entonces se llamará CHIPS) viendo a los que nos estudien. Yo ya estoy pensando en enterrar algunos de mis escritos en el jardín para reírme más aún.

Un abrazo a todos.

Todos los jueves y los viernes por la tarde, había un grupo de gente exótica que se reunía, y, alrededor de un zumo de repollo bioenergético macrobiótico liofilizado, charlaban de lo divino y de lo humano.

Eran los alumnos y socios de la Asociación Galáctica de Españología, dedicados en cuerpo y alma a estudiar la lengua y civilización española de la antigüedad, o sea del periodo comprendido entre el año 1.000 y el 2.500.

Intercambiaban holocopias, se pasaban microchips con información de cuanto había publicado en torno a esta fascinante civilización.

Una tarde cualquiera, supongamos que la clase era sobre religión, y sonaba así más o menos.

La Teología Toledana nos habla de las jerarquías de los dioses de los españoles. En primer lugar, sin duda estaba Dios, que fue el creador del universo. Su hijo, llamado Jesucristo, Jesús, o Cristo, o el Nazareno, hacía un viaje anual por la tierra. Nacía todos los años, y todos los años moría, pero siempre moría con 33 años, luego explicaremos por qué. El tercero de los dioses importantes era el Espíritu Santo, que era un dios-paloma, o a veces una especie de lengua de fuego en la cabeza de los llamados apóstoles, que eran doce, en clarísima alusión a las horas del día.

Diálogos de cafetería año 3.995

Cuando Jesús es pequeño, siempre está representado en un establo[1] con sus supuestos padres, llamados José y María. Pero no eran sus padres, ya que era hijo de Dios, y además María siempre era tratada de virgen. Aunque al conjunto se le llamaba La Sagrada Familia, y siempre tenían un borreguito por alrededor, cuyo significado aún no ha sido aclarado[2].

El Dios recién nacido recibía el nombre de Jesús, también Salvador, aunque en la Teología Cordobesa se refieren a él como el Niño Manué.

Este dios-niño siempre iba desnudito, a pesar de que todos los que hay a su alrededor en las representaciones del nacimiento van abrigadísimos, porque siempre nevaba. Y crecía a trompicones, ya que no hay representaciones de él hasta que un día aparece en el Templo explicando las escrituras a los sabios, con solo 6 añitos. Luego vuelve a desaparecer, y aparece ya con 30 años y barba.

Por su atuendo en las representaciones, debió ser un precursor del movimiento llamado «hippie»: barba, pelo largo, túnica «ad lib», sandalias…, aunque le faltan dos símbolos muy importantes de los que caracterizaban a los «hippies»: las flores, y el símbolo de la paz enorme colgado al cuello.

El tema del Nacimiento es el que más documentación nos ha facilitado, ya que gran cantidad de figurillas de las que han aparecido en los yacimientos arqueológicos formaban parte de los mencionados nacimientos. Es por lo que suponemos que debía haber una representación de este hecho en todas las casas españolas. Hay un par de elementos curiosos que se repiten con insistencia en las representaciones del nacimiento de Jesús. Uno de ellos es un varón rubio con alas (podría ser un ángel, pero tiene piernas y cuerpo) en lo alto de un árbol, mientras que dos o tres lo miran con cara de espanto. Y el otro es un señor en cuclillas, aparentemente en actitud defecatoria. El sentido de esta figura aún no se ha descubierto.

Entre las figuras, hay una gran cantidad en actitud de adoración, que suponemos estarían frente al establo en el grupo escultórico, pero en cambio había otras a las que el nacimiento les importaba un cuerno, pues están dedicados a las tareas más variopintas: hacer gachas[3], a lavar la ropa, a pescar, a apacentar a las ovejas. También había siempre un lago y un puente.

Al lago y al puente le encontramos la siguiente explicación. El lago era la forma de representar el elemento primigenio de donde viene la vida en el planeta, mientras que el puente era la forma de plasmar el camino que habría de recorrerse para ir al cielo. (Esto del puente luego se desvirtuó, y llegó un momento en que la conmemoración del nacimiento de Jesús quedó en un simple puente[4], pero ya sin el valor religioso que se le daba en el origen. Es decir sólo se hacía la fiesta del Puente, pero ya pocos sabían cual era el origen.

Pero, sin duda, las figuras más llamativas y apreciadas por los coleccionistas eran tres personajes, dos de ellos de largas y pobladas barbas, y otro negro, especialmente esculpidos para ser colocados sobre sus monturas, casi siempre camellos. Llevaban unos cofrecitos con ofrendas para Jesús, e iban ricamente vestidos. Su origen real era claro por la corona que ostentaban en sus cabezas. Se supone que éste era un testimonio de la devoción de la monarquía española ante el dios. Los dos blancos debían representar a las dos Españas: la europea y la americana. En cuanto al negro debía representar las colonias de África.

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En la acepción de Cristo, casi siempre aparece clavado en una cruz, y aparentemente torturado, o bien con una cruz a cuestas, y una corona de espinas, o sentado a la mesa cenando.

En estas representaciones de banquetes, Jesucristo siempre tiene el corazón por fuera de la ropa. No sabemos si pintado en las vestiduras, o que se lo sacaba para comer más cómodo[5]. Y los doce apóstoles, seis a cada lado, lo miraban asombrados. Aunque uno de ellos, posiblemente el traidor Judas, siempre estaba como un poco apartado y con cara de perverso.

(Esto del corazón por fuera no debía ser infrecuente entre los dioses, ya que la Virgen María también lo llevaba a veces, y además traspasado por siete puñalitos[6]).

Cristo moría todos los años. La conmemoración de la muerte tenía lugar en la luna llena de Abril, o finales de Marzo. Pero lo de la luna llena era imprescindible. Al tercer día, como todos sabéis, resucitaba, y, al resucitar, subía al cielo en forma de paloma para unirse a su padre que tenía forma de triángulo con un ojo y con el Espíritu Santo, que era paloma, como él.

Aunque siempre le llaman Cristo o Jesús, según las zonas geográficas, le ponían apellido, así, no es infrecuente ver Cristo de los Faroles, Cristo de El Pardo, Cristo de la Buena Muerte, Cristo de los Pelos, Jesús Maestro, Jesús Aprendiz, Jesús el Pobre, Jesús de Medinaceli, Jesús del Gran Poder…

Los templos eran muy diferentes entre sí. Los de época más antigua eran grandes edificios con torres puntiagudas, y ventanas altísimas, en las que al parecer había vidrieras, aunque no han llegado a nosotros.

Luego se hicieron un poco más pequeños, hasta llegar a los templos que nos son más conocidos por estar en pie todavía las ruinas de muchos de ellos. Son los templos más modernos y prácticos. Son menos vistosos y no tienen apenas imágenes ni ventanas. Solo sabemos que son templos por la cantidad de arroz que se ha encontrado en las excavaciones[7].

En cuanto a los sacerdotes de Dios, había infinidad de jerarquías, pero el más importante era llamado Papa[8], porque era como un padre para toda la cristiandad. Se le representaba con una tiara muy alta, o bien con un gorrete pegado al cráneo de modo mágico, como desafiando la ley de la gravedad, y unas vestiduras muy amplias.

El medio de transporte de este Sumo Sacerdote era un vehículo primitivo transparente y cuadrado en el que iba de pie. Tenía cuatro paredes transparentes, significando que él veía lo que sucedía en los cuatro puntos cardinales. Las ruedas eran circulares, como símbolo del ciclo solar. Este sacerdote siempre estaba sentado en sillas enormes, y en plataformas que le elevaban sobre los demás. Y las representaciones que han llegado hasta nosotros nos indican que siempre estaba rodeado de una gran multitud, que llevaba carteles en los que ponía TOTUS TUUS. Los que estudiáis español clásico, sobre todo los del tercer nivel, ya sabréis que ésto era una forma de aclamar al papa, equivalente a la superconocida fórmula más moderna de «TORERO, TORERO».

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