Cartas a los muertos en el antiguo Egipto
Por Ildefonso Robledo Casanova
19 septiembre, 2005
Modificación: 16 mayo, 2020
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El Más Allá, lugar de residencia eterna de los difuntos, que los egipcios conocían como Amenti (Occidente) o Duat, era para ellos un lugar que se situaba en las alejadas regiones celestes del firmamento estrellado. Cuando el hombre moría era juzgado y si obtenía una sentencia favorable, es decir, si era considerado puro o justificado, accedía a una nueva vida eterna, en fusión con los dioses, en ese lugar considerado especialmente placentero poblado de fértiles campos.

Espíritus luminosos

Los difuntos justificados, convertidos en espíritus luminosos, disfrutaban de una amplia libertad de movimiento, de modo que a su voluntad podían ir y venir tanto al Más Allá como al propio mundo de los vivos. El fallecido, una vez producida su justa resurrección, quedaba liberado de sus ataduras terrenas y pasaba a ser dueño total de sí mismo y de sus desplazamientos. Las fórmulas mágicas conservadas en el “Libro de los Muertos” nos han transmitido las palabras rituales que se debían pronunciar: “Poseo el dominio de mi corazón, el dominio de mi pecho, el dominio de mis brazos, el dominio de mis piernas, el dominio de mi boca, el dominio de mi cuerpo… Marcho a grandes pasos con el corazón alegre y corro como me apetece”.

Creían los egipcios que el espíritu del difunto podía adquirir, a su voluntad, la forma que deseara, ya fuese humana, vegetal o animal. Bastaba para ello que conociera la fórmula mágica adecuada; diversos conjuros permitían que el fallecido se transformara, por ejemplo,en loto, fénix, garza, golondrina o serpiente: “Soy el loto puro –nos dice el capítulo 81 A del libro – que sale llevando al Luminoso, el que está unido a la nariz de Re. He descendido a buscarlo para Horus. Soy (el loto) puro que brota de la pradera pantanosa”; en tanto que en el capítulo 86 el difunto afirma que: “Soy una golondrina, soy una golondina, soy Heddet, hija de Re. ¡Oh dioses, qué placentero es para mí vuestro aroma que brota del horizonte!”

Los textos del “Libro de los Muertos” presentan un amplio catálogo de conjuros dotados de un intenso poder mágico gracias a los cuales el hombre resucitado podía comunicarse con facilidad con el mundo de los vivos. De algún modo, para los egipcios, el Más Allá venía a representar, además de la íntima fusión con los dioses, un paraíso celeste en el que existía una amplia libertad de movimiento para los espíritus iluminados.

Otros fallecidos, por contra, considerados impuros o culpables en el juicio que presidía Osiris, quedaban excluidos de la luz y lejos de fundirse con los dioses pasaban a residir en un lugar tenebroso y ardiente en el que recibían el justo castigo por su impiedad. Las penas que sufrían, inmensas y despiadadas, no tenían además posibilidad de redención, ya que a su término habría de producirse lo que los egipcios más temían: la aniquilación del ser y el olvido total de la existencia del impuro.

Los muertos y los vivos

Debido a esa firme creencia de que los difuntos resucitados en la luz podían desplazarse a su voluntad desde el Occidente al mundo de los vivos existía en las tumbas egipcias lo que se conoce como estela de falsa puerta, que era una puerta maciza, usualmente de piedra, que solamente podía ser traspasada por el espíritu del fallecido. Los seres de luz, dotados de poderes mágicos, podían atravesar esas puertas de piedra y acceder a nuestro mundo siempre que lo deseaban.

De ese modo, entre los egipcios y los difuntos existían unas estrechas relaciones cotidianas en la medida en que los vivientes eran conscientes de que estos últimos, con solo desearlo, podían abandonar la Duat y desplazarse por la tierra. No resulta por tanto extraño, ante ese frecuente deambular de los espíritus por Egipto, que a veces esas presencias llegaran a causar problemas o molestias a los habitantes del valle del Nilo.

Documentos antiguos nos han transmitido noticias de difuntos que con su aparición producían inquietud entre las gentes. Es el caso, por ejemplo, de Niut-bu-Semej, espíritu que atormentaba a los habitantes de Tebas en los tiempos de la dinastía XIX (Imperio Nuevo). Dado el temor de las gentes tuvo que intervenir el Sumo Sacerdote de Amón, gran mago, que utilizando sus poderes invocó al fallecido, con el que pudo establecer contacto. En la conversación con el espíritu, el sacerdote comprendió que este se encontraba muy molesto debido a que sabía que su tumba y su culto funerario habían sido abandonados hacía ya mucho tiempo. El difunto, enojado, le hizo saber que no podía entender ese olvido cuando él había sido jefe de la Doble Casa de la Plata (tesorero real) y general de los ejercicios del faraón Mentu-Hotep (dinastía XI). El Sumo Sacerdote ordenó que se localizara la tumba, haciendo luego que la misma fuese restaurada y que se reiniciaran los cultos funerarios debidos al difunto. Gracias a ello, el espíritu dejó de manifestarse a los vivos y la paz retorno a Tebas.

Fórmulas mágicas

Comentamos antes que el “Libro de los Muertos”, bautizado así por la arqueología moderna pero que los egipcios conocían como “Libro para salir al día”, enfatiza la posibilidad que tienen los espíritus de los fallecidos de desplazarse. Contiene, en ese sentido, multitud de fórmulas gracias a las cuales el difunto justificado, transformado en lo que él desease, podía moverse a su voluntad tanto por el Occidente como por el reino de los vivos. Otros muchos conjuros del libro nos hablan, igualmente, de esa amplia capacidad de movimiento de los espíritus. A modo de ejemplo, la rúbrica final del Capítulo 68 nos dice que “quien conozca este libro podrá salir al día y pasearse por la tierra entre los vivos y nunca jamás podrá perecer. Esto se ha revelado eficaz millones de veces”.

Existen multitud de fórmulas similares; así,los capítulos 12, 13 y 17 nos ofrecen conjuros para entrar y salir en el Más Allá, en tanto que los capítulos comprendidos entre los números 64 y 74 contienen otras fórmulas que habrían de permitir tanto salir del Más Allá o de la tierra como abrir la tumba del fallecido. Otros textos diseminados por el libro (así los capítulos 91, 92 o 132) permitían que el alma no quedase retenida en el Más Allá o que el difunto pudiera volver a ver su casa en la tierra. Veamos, a modo de ejemplo, el texto del conjuro del capítulo 91 (Fórmula para evitar que el alma sea retenida presa en el Más Allá), así como la rúbrica que sigue al mismo:

“¡Oh tú que eres exaltado! ¡Oh tú que eres adorado! ¡Oh tú, de alma poderosa! ¡Alma grande en prestigio, que infundes miedo a los dioses al manifestarte sobre tu gran trono! Abre el camino a N. (nombre del difunto), a su alma, a su poder espiritual, a su sombra, (que están) provistos de lo necesario. Soy un bienaventurado llegado a la perfección: ábreme el camino para ir al encuentro de Re y Hathor. (Rúbrica: Quienquiera que conozca esta fórmula podrá convertirse en un bienaventurado provisto de lo necesario en el Más Allá. No será retenido prisionero en ninguna parte del Occidente, ni a la entrada ni a la salida. Esto ha sido verdaderamente eficaz millones de veces)”.

Del mismo modo que los difuntos tenían a su disposición multitud de fórmulas que facilitaban su tránsito a voluntad por la tierra, hemos de entender lógico que los vivientes, a veces atemorizados por las molestias que esas presencias les causaban, utilizaran también otros conjuros cuya finalidad perseguía que el hombre no fuese atormentado por los espectros. En el Papiro Mágico de Leyden encontramos uno de esos conjuros:

“¡Atrás, tú que traes tu rostro, tu alma y tu cadáver y vosotros, que embrujáis con vuestros rostros y con vuestras imágenes! ¡Oh, espíritu, muerto, muerta, enemigo, enemiga durante el viaje de la noche! ¡Mirad a vuestro alrededor y veréis al Señor del universo… Atum y a Uadyet en la gran barca divina, al divino niño, señor de la Verdad y la Justicia, compañero de Atum en la ruta celeste, señor del cielo! ¡La tierra está en llamas, el cielo está en llamas, los hombres y los dioses están en llamas! Si recitas estos conjuros contra las visiones malignas, los dioses vendrán con su verdadero nombre y ellos te darán (en tu ayuda) las llamas del horizonte. Decir estas palabras sobre la imagen que hay en este libro, dibujada sobre un trozo de tela fina y colocarlas en el cuello del hombre. Después ya no volverá a ver espectros”.

Cartas a los difuntos

Existiendo tan estrechas relaciones entre los vivos y los muertos podemos entender que en determinados momentos los egipcios no dudaran en hacer llegar mensajes a sus difuntos, escribiéndoles cartas que depositaban en las tumbas de sus deudos fallecidos. Se han conservado varias de esas cartas, lo que acredita que su emisión hubo de ser una costumbre extendida.

Estos textos, que constituyen una singularidad que distingue a la literatura egipcia, solían escribirse sobre los recipientes cerámicos en los que se depositaban las ofrendas dirigidas al fallecido; es también usual que se utilizara como soporte la tela de lino o el papiro, sobre todo en el caso de mensajes que tenían una mayor extensión. Los primeros ejemplos de cartas a difuntos que se han conservado son de los tiempos finales del Imperio Antiguo (dinastía VI) y se cree que la costumbre debió extenderse cuando se difundieron entre la población los cultos funerarios propios del mito de Osiris.

Las cartas dirigidas a los fallecidos reposaban en una doble creencia que imperaba entre los egipcios. De un lado, pensaban que los espíritus, según hemos ya comentado, eran seres luminosos que tenían poderes mágicos y que gozaban de una gran movilidad, visitando la tierra tantas veces como lo deseaban; de otro, atribuían un inmenso poder creador a la palabra y, a fin de cuentas, a través de las cartas conseguían fijar la palabra en un soporte concreto (fuese un recipiente o una tela o papiro) y gracias a los poderes mágicos de los sacerdotes que llevaban a cabo los cultos funerarios conseguían neutralizar los peligros por los que los remitentes se sentían amenazados. Las cartas no se depositaban, sin más, en la tumba, sino que además el sacerdote llevaba a cabo rituales determinados que aseguraban que su contenido cobrase un gran poder mágico y llegase a conocimiento del difunto.

Contenido de las cartas

A través de las cartas a los difuntos lo usual es que se hiciera una petición o ruego al espíritu del fallecido, del que, insistimos nuevamente, se pensaba que se había convertido en un ser dotado de poderes especiales. En estos casos, el destinatario del escrito era un espíritu benéfico al que se solicitaba alivio ante una enfermedad o ayuda para tomar una decisión o ganar un pleito. No era inusual que en la carta, además de pedir el favor del fallecido, se le amenazara con dejar abandonado el culto funerario de su tumba en el caso de no acceder a ello.

Otro tipo de cartas, por contra, se dirigían a espíritus maléficos, que estaban causando algún daño al remitente. En ese caso es frecuente que además de reprochar al difunto su actuación se le amenace con plantear un litigio ante el tribunal de los dioses, todo ello para conseguir que el maleficio o las molestias cesen.

En una de las cartas que se han conservado, que se ha datado en los tiempos del Imperio Medio (dinastía XII), un individuo de nombre Dedi se dirige a su hermano Intef, que en vida había sido sacerdote. Al tiempo de hacerle una ofrenda funeraria que consiste en diversos alimentos, Dedi pide ayuda al espíritu de su hermano haciéndole saber que una joven sirvienta, precisamente la muchacha que se encarga del cuidado y mantenimiento de la tumba de Intef, se encuentra enferma y temen por su vida. Dedi, que es consciente de que su hermano se ha convertido en un ser de luz dotado de poderes mágicos, ruega su intercesión para que la joven, que lleva tiempo manteniendo la capilla del difunto en buen estado, se recupere. Nuestro personaje, finalmente, temiendo que su hermano no atienda su petición, incluye en el escrito la amenaza de dejar abandonado el culto funerario de la tumba de Intef en el caso de que este no se tome interés en ayudar a la joven sirvienta. Reproducimos el contenido de la carta:

“A propósito de la joven sirvienta Imiu que está enferma. ¿Acaso no puedes protegerla durante el día y la noche contra cualquier hombre o mujer que la esté provocando su mal? ¿Acaso quieres que tu capilla funeraria sea destruida y abandonada? ¡Lucha de nuevo por ella, a fin de que tu capilla sea restaurada y se viertan libaciones para ti! Si no obtengo tu ayuda, tu tumba será destruida. ¿Acaso no sabes que es esa criada la que mantiene tu capilla en buen estado en medio de los hombres? ¡Lucha por ella, protégela! ¡Sálvala contra todo el que quiera dañarla! Entonces tu casa y tus hijos serán establecidos, tus peticiones serán bien escuchadas y atendidas”.

Sobresale en la carta que Dedi cree que la muchacha está enferma debido a que alguien, usando poderes mágicos negativos, la está provocando el mal. En estrecha sintonía con esa idea, Dedi piensa que Intef está obligado a utilizar sus poderes como espíritu luminoso para salvar a Imiu de aquellos que quieren dañarla.

Carta a Ankhiry

Fechada en el entorno de la dinastía XIX, esta carta (Papiro Leyden, 371) contiene las quejas amargas que un individuo dirige al espíritu de su esposa. De su contenido se deduce que la difunta le viene recriminando algo que realmente no se llega a exponer y el viudo, molesto ya que no se siente culpable, la indica con claridad que se ha visto obligado a presentar una acusación contra ella ante el gran tribunal de la Enéada de Dioses que tiene su sede en el Occidente.

“¿Qué crimen cometí contra ti, se pregunta el individuo, para llegar a la miserable situación en que me encuentro?, ¿qué es lo que te he hecho?”

En la carta el viudo recrimina al espíritu de su esposa que no sabe apreciar todo el bien que hizo por ella mientras vivió, por lo que se ve obligado a escribirla para que Ankhiry tome conciencia de los males que su actuación le están provocando. Como vehículo mágico de tipo material, es decir, como soporte de la carta, escrita sobre papiro, se utilizó una figurilla femenina en madera, recubierta de yeso y coloreada, sobre la que se enrolló el escrito, depositándose todo ello en la tumba.

Nuestro hombre, angustiado, insiste una y otra vez en su carta en que mientras Ankhiry vivió cuidó de ella con gran diligencia, no entendiendo la situación de acoso en que vive, causada por el espíritu, por lo que ha decidido presentar una petición de respaldo a los dioses: “Voy a presentar -nos dice- un litigio contra ti con palabras de mi boca ante la Enéada de Dioses que está en Occidente, y se decidirá entre tú y yo …” Insiste el viudo en que ya que “no permites que mi corazón se reconforte seré juzgado contigo, y se discernirá la maldad de la justicia”

En suma, viendo que Ankhiry no parece distinguir entre el bien y el mal, su viudo ha tomado la decisión de que sean los dioses los que decidan entre ella y él, que tras cuidarla durante toda su vida no pudo sino llorar, nos dice, tremendamente cuando conoció su muerte. Entonces, no reparó en gastos para proporcionar las ropas de lino con las que habría de ser ataviado su cadáver y no permitió que ninguna cosa buena se dejase de hacer por ella. Ankhiry, sin embargo, no solo no muestra ningún agradecimiento por todos los desvelos que tuvo con ella en vida, sino que además está usando sus poderes para inquietar al pobre viudo, que vive una situación de temor y angustia antes esas inquietantes influencias.

El escrito que esta persona desesperada dirigía al espíritu de Ankhiry constituye un documento que reviste especial interés en la medida en que nos permite contrastar con claridad el modo en que la vida cotidiana en el antiguo Egipto estaba profundamente influenciada por las creencias sobre el mundo espiritual y por las frecuentes relaciones que los egipcios tenían, gracias al intenso poder de la magia, con los seres del más allá.

Bibliografía

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Serrano, J.M. (1993): “Textos para la historia antigua de Egipto”. Madrid.

 

Autor Ildefonso Robledo Casanova 

 

 

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