Brazalete del buitre de la reina Ahhotep
Por Susana Alegre García
1 noviembre, 2009
Modificación: 23 abril, 2020
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Época: Dinastía XVII- XVIII (hacia 1570 a C).
Dimensiones: 7,3 cm de altura máxima x 6,6 cm de largo.
Material: Oro, cornalina, lapislázuli, turquesa y loza vidriada.
Lugar de conservación: Museo Egipcio de El Cairo.
Procedencia: excavaciones de A. Mariette en Dra Abu el-Naga en 1859.

Ahhotep vivió en una de las épocas más convulsas de la historia del antiguo Egipto. Su esposo, Sequenenre Taa, rey de los territorios tebanos, se enfrentó a los hicsos con el objetivo de expulsarlos y unificar nuevamente el país del Nilo. Pero Sequenenre Taa sucumbió antes de conseguirlo, siendo abatido en pleno combate a juzgar por las heridas que presenta su momia. Tras su muerte, el sucesor en la lucha fue Kamose, hijo o quizá hermano de Sequenenre Taa, quien, a pesar de sus esfuerzos no asentó una victoria definitiva.

Fig. 1. Vista frontal del buitre en el brazalete. Adaptada de la publicación de H. Stierlin, L’or des pharaons, París, 1993, p. 118.

Fig. 1. Vista frontal del buitre en el brazalete. Adaptada de la publicación de H. Stierlin, L’or des pharaons, París, 1993, p. 118.

Fue Amosis, hijo de Ahhotep, quien consiguió gobernar finalmente en un Egipto centralizado bajo el dominio de un único monarca, inaugurando la Dinastía XVIII y dejando atrás las sombras del Segundo Período Intermedio. Pero Amosis debía contar con muy corta edad al subir al trono, lo que imposibilitaba que pudiera asumir las responsabilidades de gobierno. De ahí que Ahhotep se situara en primera línea de los acontecimientos y encabezara el control del reino. En una estela levantada en el templo de Karnak, Amosis expresó el reconocimiento a su madre, loando su labor en la corregencia, su capacidad de mando y sus gestas[1]: «… ella, la que gobierna multitudes y se preocupa de Egipto con sabiduría; ella, la que se ha preocupado de su ejército; la que ha velado por él; la que ha conseguido el retorno de los enemigos y reunido a los disidentes, la que ha pacificado el Alto Egipto y sometido a los rebeldes».

El documento presenta a Ahhotep como una heroína que había sabido transmitir al ejército el valor suficiente como para expulsar al ocupante, capaz de comandar tropas o a los cortesanos de Tebas; pero, a la vez, dotada de una gran habilidad como pacificadora, lo que le permitió enderezar el destino de un gobierno que pondría, cuando fue adecuado, en manos de su hijo. Entonces la autoridad de la reina madre quedó eclipsada, aunque el respeto y autoridad que se había forjado debió ser un referente ineludible. Y debió serlo durante bastante tiempo, pues la vida de Ahhotep parece que fue muy larga y es posible que llegara a octogenaria.

El egiptólogo francés Auguste Mariette, en 1859, localizaba en Dra Abu el-Naga la que tradicionalmente ha sido identificada como la tumba de la reina Ahhotep[2]. En el interior de dicho enterramiento apareció un ajuar funerario con objetos en los que se encontraron los nombres de Kamose y Amosis, llamando especialmente la atención un conjunto de magníficas piezas de joyería. Parte de este tesoro lo conformaban armas como una daga y un hacha, ricamente ornamentales, así como una cadena con tres colgantes con la forma de moscas (Fig. 2), insignia con la que en Egipto se condecoraba el valor en la batalla y que no sorprende en el entorno de una mujer que consiguió que bajo su autoridad se forjaran las bases sobre las que se construiría el Imperio Nuevo.

Fig. 2. Collar de las moscas, tomado de la publicación de C. Aldred, Jewels of the Pharaohs. Egyptian Jewelry of the Dynastic Period, Londres, 1978, Lám. 41.

Fig. 2. Collar de las moscas, tomado de la publicación de C. Aldred, Jewels of the Pharaohs. Egyptian Jewelry of the Dynastic Period, Londres, 1978, Lám. 41.

Ahhotep, enterrada con condecoraciones de general, vivió una época belicosa y truculenta. Pero las vicisitudes parece que quedaron inextricablemente vinculadas al destino de la reina, incluso más allá de los milenios, al menos a juzgar por los acontecimientos que rodearon el hallazgo de su tumba. Todo empezó cuando en 1854 el príncipe Napoleón expresó su deseo de visitar Egipto. El virrey, para mostrarle los encantos del país, pensó en ofrecerle un hallazgo arqueológico y encargó a Auguste Marriette la localización de un lugar óptimo, por lo que empezaron las excavaciones en Dra Abu el-Naga. No obstante, finalmente el magnate francés canceló su visita y las responsabilidades alejaron Mariette de la zona tebana, dejando los trabajos en manos de un capataz. Pero cuando apareció el ajuar de Ahhotep, el gobernador de la provincia ordenó que le llevaran el sarcófago a su palacio y acabó destruyendo la momia tras despojarla de sus tesoros[3]. En cuanto Auguste Mariette se enteró de lo sucedido mostró su indignación y tomó un barco de vapor con el que interceptó al gobernador en plena travesía por el Nilo. El egiptólogo consiguió arrebatarle por la fuerza el tesoro de Ahhotep y lo condujo ante el jedive en El Cairo. Pero el periplo de las joyas ni siquiera estuvo asegurado tras la construcción del Museo de El Cairo, ya que una favorita del virrey Said parece que se adornó durante algún tiempo con un collar de Ahhotep.

Fig. 3. Vista frontal del buitre en el brazalete, con ángulo ligeramente oblicuo. Tomado de la publicación de H. Wolfang Müller y E. Thien, El oro de los faraones, Madrid, 2001, p. 131.

Fig. 3. Vista frontal del buitre en el brazalete, con ángulo ligeramente oblicuo. Tomado de la publicación de H. Wolfang Müller y E. Thien, El oro de los faraones, Madrid, 2001, p. 131.

El destinó aún iba a deparar nuevas peripecias a estas joyas, que viajaron en 1862 a la Exposición Universal de Londres y en 1867 a la de París, donde Auguste Mariette era el responsable del pabellón egipcio. Allí, Eugenia de Montijo vio las joyas de Ahhotep y no tuvo reparos en pedírselas al virrey de Egipto. Mariette se enfrentó con la codiciosa emperatriz de Francia y apunto estuvo de generarse un complicado conflicto diplomático; no obstante, Mariette no se rindió y luchó por recuperar las piezas nuevamente en litigio, las retiró urgentemente del pabellón de exposiciones y tramitó su regreso al Museo de El Cairo. Desde entonces, las joyas de Ahhotep no han vuelto a abandonarlo.

Entre el magnífico tesoro de Ahhotep una de las piezas más excepcionales es un brazalete en el que destaca en su parte anterior la forma de un buitre con las alas desplegadas (Figs. 1-3)[4]. Se trata de una joya de diseño sencillo, pero muy colorista y llamativa, que en su conjunto se conforma por dos partes rígidas semicirculares, que quedan unidas por unas bisagras que llaman la atención por su modernidad, siendo quizá todavía más excepcional el sistema de cierre formado por una pasador extraíble (Fig. 4).

Fig. 4. Vista lateral que permite observar una de las bisagras de la joya y el tornillo extraíble. Tomado de la publicación de H. Wolfang Müller y E. Thien, El oro de los faraones, Madrid, 2001, p. 131.

Fig. 4. Vista lateral que permite observar una de las bisagras de la joya y el tornillo extraíble. Tomado de la publicación de H. Wolfang Müller y E. Thien, El oro de los faraones, Madrid, 2001, p. 131.

El ave se representa con sus alas extendidas y con la cabeza mostrada de perfil, proyección que realza la forma de su característico cuello y del ganchudo pico. No obstante, el resto del buitre se plasma desde un punto de vista frontal, trayendo la cola, las patas y las alas al mismo plano. La posible sensación de aplastamiento viene compensada por la elegancia del diseño y el juego cromático conseguido mediante las incrustaciones del cloisonné, que parecen emular las plumas del ave, combinando elegantemente el intenso azul del lapislázuli, el rojo de la cornalina y el luminoso brillo turquesa de la loza; un tono que, sin embargo, debido al deterioro de la pátina vidriada, ha perdido buena parte de su antiguo esplendor.

En lo que respecta a los detalles del diseño hay que destacar la forma de las incrustaciones, ya que tienen un papel muy importante en el efectismo de la joya. Por ejemplo, se puede observar que el animal carece de garras, o éstas se confunden y funden con la forma de signos chen-  XX, símbolos de la eternidad, que rematan el extremo de sus patas. Estos elementos circulares permiten situar una incrustación de cornalina, en forma de disco, en su parte interior. Otra forma circular, aunque de dimensión más reducida, aparece en una incrustación próxima al cuello, que a su vez se encuentra rodeada por una incrustación de lapislázuli que se abre como una caracola hasta conformar la cabeza (Fig. 5). Nos encontramos aquí ante un hábil recurso que ayuda a descentrar armónicamente el arranque del cuello del ave del eje de simetría y, sobre todo, le otorga su característico aspecto alargado y carente de plumaje. Mediante estas efectistas incrustaciones, además, el cuello no arranca del borde superior de la joya, permitiendo así esbozar el aspecto un tanto jorobado que inevitablemente sugiere la observación del animal y que también forma parte de sus rasgos más identificadores. A la vez, el juego reiterado con incrustaciones circulares y del mismo color, ayuda a equilibrar el cromatismo, genera ritmo visual e incrementa la armonía estética.

Fig. 5. Detalle de las incrustaciones. Tomado de la publicación de H. Wolfang Müller y E. Thien, El oro de los faraones, Madrid, 2001, p. 131.

Fig. 5. Detalle de las incrustaciones. Tomado de la publicación de H. Wolfang Müller y E. Thien, El oro de los faraones, Madrid, 2001, p. 131.

En la parte posterior del brazalete destacan dos bandas cilíndricas, montadas en paralelo, sobre las que se alternan incrustaciones oscuras (Fig. 6). Entre estas bandas queda un espacio calado donde se sitúa un alambre de oro que se remata en los extremos con un motivo floral, posiblemente aludiendo a una planta de papiro aún cerrada, realizada mediante una pieza de turquesa engastada en oro y de color muy vivo. Y justo en el centro, como elemento que ayuda a fijar el alambre ornamental con los aros cilíndricos, se encuentra una forma circular que puede identificarse nuevamente como otro signo chen- XX, aunque aquí ha perdido la incrustación circular en su zona central.

La simbología del brazalete de Ahhotep resulta muy interesante, ya que el buitre en el antiguo Egipto se encontraba estrechamente relacionado con la noción de “madre”, e incluso a nivel jeroglífico esta palabra puede escribirse con un signo con la forma de buitre. También el ave tenía vinculaciones funerarias y una intensa identificación con Mut, deidad con poderosas connotaciones maternales y de culto muy antiguo en la región tebana. Asimismo, el buitre era un animal protector de la monarquía y se identificó con Nekhbet, la deidad heráldica del Alto Egipto.

Fig. 6. Vista posterior de la joya que permite observar el cincelado en la parte interna, que realza la figura del buitre en un lugar que no podría ser visto cuando la joya era portada, pero que constituye un detalle de belleza y calidad. Tomado de la publicación de H. Wolfang Müller y E. Thien, El oro de los faraones, Madrid, 2001, p. 131.

Fig. 6. Vista posterior de la joya que permite observar el cincelado en la parte interna, que realza la figura del buitre en un lugar que no podría ser visto cuando la joya era portada, pero que constituye un detalle de belleza y calidad. Tomado de la publicación de H. Wolfang Müller y E. Thien, El oro de los faraones, Madrid, 2001, p. 131.

De modo que el buitre puede condensar una gran cantidad de contenidos simbólicos. Ciertamente no sería de extrañar que una mujer como Ahhotep se ornamentara con un brazalete que proclamara la maternidad, pues como reina madre alcanzó elevadísimas cotas de autoridad. Pero también el buitre era el emblema del Alto Egipto e incluso en su identificación con Mut queda asociado a este territorio; y la reina madre Ahhotep, no lo olvidemos, fue digna integrante de una saga de guerreros que desde Tebas, desde el Alto Egipto, el territorio simbolizado por el buitre, luchó por unificar Egipto bajo el dominio de un único rey. Una madre que como un metafórico buitre extendió sus alas para dar amparo a sus pequeños y que, a juzgar por los signos chen, ansió extender esa protección hacia la eternidad. A ello sumar el valor simbólico de los papiros cerrados, localizados en la parte posterior de la joya y unidos sutilmente al signo chen, lo que implica una especial alusión a los conceptos de vida emergente, de fertilidad, de regeneración y de inagotable vigor.

El brazalete del buitre de la reina Ahhotep muestra unas incrustaciones con unas medidas importantes, que se alejan del preciosismo de las mejores joyas del Imperio Medio. De hecho, buena parte de los tesoros de Ahhotep muestran una tendencia a la grandiosidad y al efectismo, inaugurando lo que iban a ser características más propias de la joyería del Imperio Nuevo. Son, en muchos aspectos, unas joyas de transición, que reflejan las circunstancias de su tiempo y los replanteamientos artísticos que se estaban gestando. Y aunque en muchos aspectos son piezas tradicionales y conservadoras, tampoco en ellas se dejaron al margen la nuevas influencias y las innovaciones técnicas.


Notas:
[1] En Urkunden IV, p. 21, 3-17.
[2] Parte de la egiptología muestra objeciones sobre esta identificación. Ver en C. Barbotin, Âhmosis et le début de la XVIIIe dynastie, París, 2008, pp. 72-73.
[3] Sobre los diversos sarcófagos localizados de Ahhotep ver M. Eaton-Krauss, “The coffins of Queen Ahhotep, Consort of Seqeni-en-Rê and mother of Ahmose”, CdE XLV/130 (1990), pp. 195-205.
[4] CG 52068.

 

Autora Susana Alegre García

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